Trad. Mercedes Corral. Lumen, Barcelona, 2007. 258 pp. 17 €
Este es un libro tenue. Tan tenue, que alguien lo podría considerar incluso innecesario, de no ser porque el contexto y la autora lo ponen a salvo de todo cuestionamiento. Natalia Ginzburg pertenece a la aristocracia ideológica europea del siglo veinte. Nacida Levi el 1916 en Palermo, pero hija de un profesor triestino, más conocida con el apellido de su primer marido, Leone, intelectual comunista ruso que pereció en las cárceles de Mussolini, Natalia Ginzburg es de ilustrísimo linaje antifascista. Esto sólo ya unge de respeto todo lo que haya escrito.
Por un tiempo. Pues anda que no son pocos los creadores que, cuando palidece la estrella política que les alumbró y justificó, se quedan literariamente muy flacos, muy desnudos de interés. La literatura meramente de ideas envejece rápido y, a menudo, envejece mal.
Podría suceder, entonces, que un libro que en 1963 se alzó con el notable Premio Strega, ahora pasara con más pena que gloria. Y de hecho, no nos encontramos ante una de las voces italianas más traducidas al español. Su rescate por Lumen es relativamente reciente.
Léxico familiar, lo primero de Natalia Ginzburg que se rescata, es una evocación novelada de la vida de la familia Levi en Turín desde 1930 a 1950. Empezamos a tirar del hilo cuando la autora es una niña fascinada por las rarezas de sus padres —librepensador él, cristiana ella—, asistimos al desarrollo a veces sorprendente de los hermanos, cada uno antifascista a su manera, vemos pasar por la casa a célebres perseguidos políticos de la época, conocemos al primero prometido y después marido de Natalia, Leone, hasta que un día nos vamos dando cuenta, como ella, «poco a poco», de que a Leone lo han detenido y ya no volverá...
Es la clase de libro que, o no gusta a nadie, porque no queda claro a qué género preciso pertenece, o gusta a todo el mundo, porque todo el mundo tiene excusa para verse sorprendido con él en la mano. Los sesudos podrán jactarse de que leen con coartada histórica. Los cotillas apurarán hasta la última gota del néctar folletinesco. Y sobre todo —esperemos— habrá quien disfrute del casi secreto vicio literario con que se lee esta novela de verdad, más novela que muchas novelas de mentira, esta zarza de hechos reales, ardiendo con toda la seriedad de la ficción.
No es tanto que Natalia Ginzburg reinvente o dramatice su vida, como que la literaturiza en un sentido mucho más hondo. En el sentido que por ejemplo lo hace Joan Didion en El año del pensamiento mágico. Asimismo recuerda a la formidable lucidez discreta de los versos de la Nobel polaca Wislawa Szymborska. También Szymborska se abre paso levemente, a la hora de crear, en un ambiente mental muy condicionado —para bien y para mal— por los rigores del marxismo. Por su exigencia de no dejar resquicios poéticos sin racionalizar.
Natalia Ginzburg se adentra en el jardín de lo privado con una inocencia de doble filo, que lo mismo le permite exprimir lo universal de lo aparentemente trivial, como dar la vuelta a ambos. Más que nunca recuerda a Didion cuando cita casos en que, siendo niña, descubrió mentiras de sus padres, porque caían por su propio peso, y a la vez las siguió creyendo, con lo cual lo real y lo falso convivían sin estorbarse en su mente.
Poco a poco va trenzándose algo más que un fresco cotidiano, algo más que un mirar bajo la cama de la historia, algo más, incluso, que el intento de decir en público un puñado de palabras que sólo significan lo que significan en familia. Ese es el recurso, el pretexto, con que Natalia Ginzburg, con su levedad tan endemoniadamente suave, llega mucho más lejos.
Al mismo centro de cómo son las cosas.
Por un tiempo. Pues anda que no son pocos los creadores que, cuando palidece la estrella política que les alumbró y justificó, se quedan literariamente muy flacos, muy desnudos de interés. La literatura meramente de ideas envejece rápido y, a menudo, envejece mal.
Podría suceder, entonces, que un libro que en 1963 se alzó con el notable Premio Strega, ahora pasara con más pena que gloria. Y de hecho, no nos encontramos ante una de las voces italianas más traducidas al español. Su rescate por Lumen es relativamente reciente.
Léxico familiar, lo primero de Natalia Ginzburg que se rescata, es una evocación novelada de la vida de la familia Levi en Turín desde 1930 a 1950. Empezamos a tirar del hilo cuando la autora es una niña fascinada por las rarezas de sus padres —librepensador él, cristiana ella—, asistimos al desarrollo a veces sorprendente de los hermanos, cada uno antifascista a su manera, vemos pasar por la casa a célebres perseguidos políticos de la época, conocemos al primero prometido y después marido de Natalia, Leone, hasta que un día nos vamos dando cuenta, como ella, «poco a poco», de que a Leone lo han detenido y ya no volverá...
Es la clase de libro que, o no gusta a nadie, porque no queda claro a qué género preciso pertenece, o gusta a todo el mundo, porque todo el mundo tiene excusa para verse sorprendido con él en la mano. Los sesudos podrán jactarse de que leen con coartada histórica. Los cotillas apurarán hasta la última gota del néctar folletinesco. Y sobre todo —esperemos— habrá quien disfrute del casi secreto vicio literario con que se lee esta novela de verdad, más novela que muchas novelas de mentira, esta zarza de hechos reales, ardiendo con toda la seriedad de la ficción.
No es tanto que Natalia Ginzburg reinvente o dramatice su vida, como que la literaturiza en un sentido mucho más hondo. En el sentido que por ejemplo lo hace Joan Didion en El año del pensamiento mágico. Asimismo recuerda a la formidable lucidez discreta de los versos de la Nobel polaca Wislawa Szymborska. También Szymborska se abre paso levemente, a la hora de crear, en un ambiente mental muy condicionado —para bien y para mal— por los rigores del marxismo. Por su exigencia de no dejar resquicios poéticos sin racionalizar.
Natalia Ginzburg se adentra en el jardín de lo privado con una inocencia de doble filo, que lo mismo le permite exprimir lo universal de lo aparentemente trivial, como dar la vuelta a ambos. Más que nunca recuerda a Didion cuando cita casos en que, siendo niña, descubrió mentiras de sus padres, porque caían por su propio peso, y a la vez las siguió creyendo, con lo cual lo real y lo falso convivían sin estorbarse en su mente.
Poco a poco va trenzándose algo más que un fresco cotidiano, algo más que un mirar bajo la cama de la historia, algo más, incluso, que el intento de decir en público un puñado de palabras que sólo significan lo que significan en familia. Ese es el recurso, el pretexto, con que Natalia Ginzburg, con su levedad tan endemoniadamente suave, llega mucho más lejos.
Al mismo centro de cómo son las cosas.
5 comentarios:
"Léxico familiar" es un libro maravilloso. Conozco pocas lecturas más amenas e intensas. Su aparente levedad no le impide ser demoledor, una lectura desgarradora (y, sin embargo, muy divertida). Me alegro mucho de esta reedición y de la reseña, ojalá Natalia Ginzburg gane muchos lectores.
Óscar E.
¿No será más bien que Didion recuerda a Ginzburg? ¿No es el libro de Natalia Ginzburg medio siglo anterior al de Joan Didion? ¿No se le ocurren al reseñista otras comparaciones más certeras que con una americana de segunda fila? Natalia Ginzburg es una de las diez grandes escritoras italianas del XX, cultísima, editora en Einaudi durante años, autora de más de una veintena de libros e incomparablemente superior, intelectual y literariamente a Joan Didion.
También habría que comentar la siguiente frase: "Su rescate por Lumen es relativamente reciente". Léxico Familiar se publicó por primera vez en la editorial Trieste a finales de los ochenta y después lo publicó ediciones del Bronce a finales de los noventa. Esta edición de Lumen apenas tiene unos meses y es la primera en esta editorial.
Además se le olvida decir que su familia era de origen judío, dato relevante y del que, además, se habla bastante en este libro. Y su marido no era "comunista ruso", si no un profesor italiano, hijo de emigrantes rusos, nacido en Italia, comunista y profesor de literatura eslava en la Universidad de Turín. Intelectual comunista ruso, claro.
Leí "Léxico familiar" hace muchos años, cuando, con un grupo de amigas de la facultad decidimos organizar una tertulias literarias. No recuerdo el año. Leí el libro en italiano, editado, efectivamente, en Einaudi. Guardo un buen recuerdo de la lectura y, además, algunas notas que he descubierto en su interior. Es posible que lo relea, con gusto.
Me ha llamado la atención, de la reseña de Anna Grau (anónimo 2, fíjese que sería “la reseñista”), que relacionara el libro con dos autoras que desconozco actualmente (Didion y Szymborska), pero que próximamente –espero- voy a conocer un poco más, este verano.
¡Buenas lecturas para tod@s!
Pues a mí no me parece tan mal la comparación con Didion. Ni con la maravillosa Szymborska, Premio Nobel nada menos. Creo que aquí no se están comparando autoras sino libros. Por otro lado, si se dice que Ginzburg nació Levi, es difícil ignorar que era judía, ¿no? Yo si acaso lo que echo de menos en la reseña es un poco más de extensión, que me desarrolle esos paralelismos entre pensamiento mágico y familiar...
En todo caso, Didion recordará a Ginzburg, pues es posterior...
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