Trad. Carlos Gardini. Bibliópolis, Madrid, 2007. 256 pp. 18,95 €
Julián Díez
Buenas noticias: todavía quedan por ahí obras inéditas que suponen un verdadero jalón en el territorio de la literatura fantástica. Si la acumulación de novedades de género de los últimos años —un vendaval de títulos en muchos casos clónicos e indiferenciables, en demasiadas ocasiones de trabajosa inmersión y difícil recompensa—, había generado en algunos veteranos como yo mismo una mezcla de hartazgo y desorientación, aquí viene una novela repescada que vale muchísimo la pena. Un clásico de hace veinte años del que nada sabíamos. Un título, en suma, que nos devuelve la fe.
Puente de pájaros no debería haber permanecido fuera del alcance del lector castellano hasta hoy. Es una novela divertida, escrita con gran finura; uno de esos raros hitos —particularmente en nuestro campo— en los que amenidad y criterio literario se dan la mano. Además, ganó el Premio Mundial de Fantasía, ex aequo con una novela celebrada como clásico, Bosque Mitago, de Robert Holdstock. ¿Por qué, entonces, dar de lado esta pequeña joya de Barry Hughart durante veinte años? Supongo que la respuesta es sencilla: la acción se desarrolla en una antigua China mítica. Un tema aparentemente poco comercial y escasamente apetecible. Sinceramente, creo que la razón será un apriorismo de este tipo, puesto que al editor de cualquier colección le hubiera bastado leer tres páginas de Puente de pájaros para tener ganas de seguir disfrutando de su fino sentido del humor.
Se me ocurre mencionar un paralelismo entre esta obra y otra publicada por Bibliópolis, Tú, el inmortal, de Roger Zelazny. Ésta fue también ex aequo en un premio, el Hugo, y ensombrecida en parte por la otra ganadora, Dune. Las dos obras vencedoras son novelas célebres, narraciones corpulentas, con una pirotecnia poderosa, que han cautivado a generaciones de lectores —sobre todo Dune, claro—. Pero tanto Tú, el inmortal como Puente de pájaros son, por su parte, trabajos de gran finura, de acabado exquisito, que ofrecen auténtica satisfacción al lector y merecen contar cada uno con su hueco en la gran historia del género. Bueno es que Bibliópolis haya tenido el buen juicio de recuperar ambas.
El punto fuerte de la trama son las pequeñas anécdotas que se acumulan en torno a la peripecia de la pareja protagonista, el joven fortachón Buey Número Diez y el anciano sabio y borrachuzo Li Kao, que mira a las muchachas hermosas pensando lo que hubiera hecho con ellas cuando sólo tenía noventa años. Ambos aventureros se comportan como dos clásicos pícaros, sacando partido de las debilidades ajenas con su desparpajo, en sucesivas aventuras originadas en la búsqueda conjunta a la solución de una enfermedad que sufren los niños de la aldea del primero.
Lejos de resultar cansino por el barroquismo algo empalagoso que suele acompañar a las emulaciones de la cultura oriental por parte de los occidentales, el pulso narrativo de Hughart es verdaderamente impecable. En el relato no paran de ocurrir cosas, y las florituras que en el estereotipo atribuimos inmediatamente al lenguaje chino son empleadas con sabiduría para aumentar los efectos expresivos —y, notablemente, cómicos— del relato. Al lector, como le ocurrirá a mí, le surgirá la sonrisa en los labios en más de una ocasión ante las brillantes salidas de Li Kao o el ingenio que progresivamente se incorpora al comportamiento de Buey Número Diez. La galería de secundarios, descritos con pinceladas y contundentes motes, contribuye de manera clave a que el relato eluda el peligro —que a veces parece acecharle— de caer en la reiteración.
Deseo muy especialmente que en esta ocasión mi reseña sea útil. Se trata de un título que podría pasar fácilmente inadvertido, y que sin embargo puede convertirse en una de las revelaciones de la temporada si el boca a boca —eso que funcionaba antes, cuando curiosamente existían menos medios de contacto entre los lectores— echa a rodar. No es fácil divertirse de manera inteligente con un libro en la actualidad, y por ello hay que celebrar Puente de pájaros como se merece.
Julián Díez
Buenas noticias: todavía quedan por ahí obras inéditas que suponen un verdadero jalón en el territorio de la literatura fantástica. Si la acumulación de novedades de género de los últimos años —un vendaval de títulos en muchos casos clónicos e indiferenciables, en demasiadas ocasiones de trabajosa inmersión y difícil recompensa—, había generado en algunos veteranos como yo mismo una mezcla de hartazgo y desorientación, aquí viene una novela repescada que vale muchísimo la pena. Un clásico de hace veinte años del que nada sabíamos. Un título, en suma, que nos devuelve la fe.
Puente de pájaros no debería haber permanecido fuera del alcance del lector castellano hasta hoy. Es una novela divertida, escrita con gran finura; uno de esos raros hitos —particularmente en nuestro campo— en los que amenidad y criterio literario se dan la mano. Además, ganó el Premio Mundial de Fantasía, ex aequo con una novela celebrada como clásico, Bosque Mitago, de Robert Holdstock. ¿Por qué, entonces, dar de lado esta pequeña joya de Barry Hughart durante veinte años? Supongo que la respuesta es sencilla: la acción se desarrolla en una antigua China mítica. Un tema aparentemente poco comercial y escasamente apetecible. Sinceramente, creo que la razón será un apriorismo de este tipo, puesto que al editor de cualquier colección le hubiera bastado leer tres páginas de Puente de pájaros para tener ganas de seguir disfrutando de su fino sentido del humor.
Se me ocurre mencionar un paralelismo entre esta obra y otra publicada por Bibliópolis, Tú, el inmortal, de Roger Zelazny. Ésta fue también ex aequo en un premio, el Hugo, y ensombrecida en parte por la otra ganadora, Dune. Las dos obras vencedoras son novelas célebres, narraciones corpulentas, con una pirotecnia poderosa, que han cautivado a generaciones de lectores —sobre todo Dune, claro—. Pero tanto Tú, el inmortal como Puente de pájaros son, por su parte, trabajos de gran finura, de acabado exquisito, que ofrecen auténtica satisfacción al lector y merecen contar cada uno con su hueco en la gran historia del género. Bueno es que Bibliópolis haya tenido el buen juicio de recuperar ambas.
El punto fuerte de la trama son las pequeñas anécdotas que se acumulan en torno a la peripecia de la pareja protagonista, el joven fortachón Buey Número Diez y el anciano sabio y borrachuzo Li Kao, que mira a las muchachas hermosas pensando lo que hubiera hecho con ellas cuando sólo tenía noventa años. Ambos aventureros se comportan como dos clásicos pícaros, sacando partido de las debilidades ajenas con su desparpajo, en sucesivas aventuras originadas en la búsqueda conjunta a la solución de una enfermedad que sufren los niños de la aldea del primero.
Lejos de resultar cansino por el barroquismo algo empalagoso que suele acompañar a las emulaciones de la cultura oriental por parte de los occidentales, el pulso narrativo de Hughart es verdaderamente impecable. En el relato no paran de ocurrir cosas, y las florituras que en el estereotipo atribuimos inmediatamente al lenguaje chino son empleadas con sabiduría para aumentar los efectos expresivos —y, notablemente, cómicos— del relato. Al lector, como le ocurrirá a mí, le surgirá la sonrisa en los labios en más de una ocasión ante las brillantes salidas de Li Kao o el ingenio que progresivamente se incorpora al comportamiento de Buey Número Diez. La galería de secundarios, descritos con pinceladas y contundentes motes, contribuye de manera clave a que el relato eluda el peligro —que a veces parece acecharle— de caer en la reiteración.
Deseo muy especialmente que en esta ocasión mi reseña sea útil. Se trata de un título que podría pasar fácilmente inadvertido, y que sin embargo puede convertirse en una de las revelaciones de la temporada si el boca a boca —eso que funcionaba antes, cuando curiosamente existían menos medios de contacto entre los lectores— echa a rodar. No es fácil divertirse de manera inteligente con un libro en la actualidad, y por ello hay que celebrar Puente de pájaros como se merece.
2 comentarios:
"Tú, el inmortal" es la de Dios.
"Tú, el inmortal" es la de Dios.
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