Anagrama, Barcelona, 2007. 424 pp. 20 €
1.
1.
Juan Marqués
Todavía es demasiado temprano para saber quién fue Roberto Bolaño y cuál fue su aportación a la literatura, pero parece evidente que el prestigio que se ha instalado sobre su nombre y su obra es mucho más que una moda o un malentendido pasajero. Después de la aparición de la apoteósica (y apocalíptica) 2666 (seguramente una de las mejores novelas escritas nunca en castellano, un sublime acercamiento al mal en el que sentimos que Bolaño estuvo a punto de acceder a una verdad desconocida e insoportable), que se unía a Los detectives salvajes, Amuleto, o esa obra maestra de página y media titulada “Jim” (cuento incluido en El gaucho insufrible), como muestras del talento abrumador del escritor chileno, nos llega ahora reunida toda su obra poética, tal como él —al parecer— la tenía ordenada y preparada.
La Universidad Desconocida es, desde luego, un libro irregular en todos los sentidos. Uno estaría tentado a decir que Bolaño era mejor prosista que versificador, pero parece fuera de lugar en autores tan grandes como él, en los que toda la obra participa de algo mágico y mayor. Sin embargo, creo que lo mejor de este libro está en los fragmentos en prosa, y especialmente en los que, bajo el título “Gente que se aleja”, ya se publicaron en Amberes: 57 párrafos en los que se insinúa una de esas historias inquietantes que él sabía forjar, concebidos desde un punto de vista explícitamente cinematográfico, como queda claro en “acotaciones” del tipo «Fundido en negro», «Primer plano de...», «La cámara se va alejando» (y es, por cierto, una película que podría dirigir David Lynch: bucles temporales, policías y detectives, pasillos siniestros, chalets abandonados, sexo mecánico, mujeres sin boca, un «jorobadito»...). Hay un personaje que afirma que «escribo para ver qué pasa con la inmovilidad y no para gustar» (p. 222) y no es difícil ver en ello una declaración de principios del propio Bolaño, así como, seguramente, cuando de otro (¿o el mismo?) personaje se dice que «Nunca ha pedido gran cosa de la vida, le basta con un cuarto y tiempo libre para leer» (p. 188).
Cuando escribía esas páginas, a comienzos de los años 80, trabajaba como vigilante en un camping de la costa catalana. Para entonces no podía saber que había superado ya el ecuador de su vida, pero quizá sí pudiera intuir que a partir de entonces su etapa de aprendiz de escritor se acababa y que iban a empezar a llegar los buenos resultados. Mientras tanto, seguía escribiendo furiosamente, y buena parte de ello en verso.
Pero también esta poesía en verso es vocacionalmente narrativa en Bolaño, y, desde luego, antisolemne, alérgica a cualquier intento de responder a las preguntas que no se pueden responder o que no tienen respuesta (aunque, paradójicamente, a veces con esa actitud se llega a una respuesta convincente): «El misterio del amor siempre es/ el misterio del amor/ y ahora son las doce del día y/ estoy desayunando un vaso de té/ mientras la lluvia se desliza/ por los pilares blancos/ del puente.» (p. 148).
A mí tampoco me gusta escribir sobre lo que no comprendo del todo, así que resulta difícil escribir sobre un libro como éste, tan preñado de misterios, tan lleno de interrogantes, desde su mismo título (esa Universidad que aparece aquí y allá en los poemas), y de obsesiones privadas: una tal Lisa, un tal Gaspar, Chile, México, Barcelona, los «detectives», la lluvia, los faros, o incluso ese omnipresente “Roberto Bolaño” que podría considerarse —muy significativamente— el protagonista del libro, el habitante principal de La Universidad Desconocida.
¿A quién se dirige ese precioso poema titulado “Tardes de Barcelona” y qué significa?: «En el centro del texto/ está la lepra.// Estoy bien. Escribo/ mucho. Te/ quiero mucho.» (p. 164). Quizá lo más fascinante de Bolaño sea precisamente la imposibilidad de descifrar completamente los enigmas que construye en sus páginas, en las que se baraja su vida íntima, su memoria, su fantasía, la literatura o la metaliteratura, y creo que en este libro podemos encontrar también la mejor definición posible de su obra, ahora y en el futuro: «Un sueño maravilloso/ que atraviesa países y años/ Un sueño maravilloso/ que atraviesa enfermedades y ausencias» (p. 402).
Todavía es demasiado temprano para saber quién fue Roberto Bolaño y cuál fue su aportación a la literatura, pero parece evidente que el prestigio que se ha instalado sobre su nombre y su obra es mucho más que una moda o un malentendido pasajero. Después de la aparición de la apoteósica (y apocalíptica) 2666 (seguramente una de las mejores novelas escritas nunca en castellano, un sublime acercamiento al mal en el que sentimos que Bolaño estuvo a punto de acceder a una verdad desconocida e insoportable), que se unía a Los detectives salvajes, Amuleto, o esa obra maestra de página y media titulada “Jim” (cuento incluido en El gaucho insufrible), como muestras del talento abrumador del escritor chileno, nos llega ahora reunida toda su obra poética, tal como él —al parecer— la tenía ordenada y preparada.
La Universidad Desconocida es, desde luego, un libro irregular en todos los sentidos. Uno estaría tentado a decir que Bolaño era mejor prosista que versificador, pero parece fuera de lugar en autores tan grandes como él, en los que toda la obra participa de algo mágico y mayor. Sin embargo, creo que lo mejor de este libro está en los fragmentos en prosa, y especialmente en los que, bajo el título “Gente que se aleja”, ya se publicaron en Amberes: 57 párrafos en los que se insinúa una de esas historias inquietantes que él sabía forjar, concebidos desde un punto de vista explícitamente cinematográfico, como queda claro en “acotaciones” del tipo «Fundido en negro», «Primer plano de...», «La cámara se va alejando» (y es, por cierto, una película que podría dirigir David Lynch: bucles temporales, policías y detectives, pasillos siniestros, chalets abandonados, sexo mecánico, mujeres sin boca, un «jorobadito»...). Hay un personaje que afirma que «escribo para ver qué pasa con la inmovilidad y no para gustar» (p. 222) y no es difícil ver en ello una declaración de principios del propio Bolaño, así como, seguramente, cuando de otro (¿o el mismo?) personaje se dice que «Nunca ha pedido gran cosa de la vida, le basta con un cuarto y tiempo libre para leer» (p. 188).
Cuando escribía esas páginas, a comienzos de los años 80, trabajaba como vigilante en un camping de la costa catalana. Para entonces no podía saber que había superado ya el ecuador de su vida, pero quizá sí pudiera intuir que a partir de entonces su etapa de aprendiz de escritor se acababa y que iban a empezar a llegar los buenos resultados. Mientras tanto, seguía escribiendo furiosamente, y buena parte de ello en verso.
Pero también esta poesía en verso es vocacionalmente narrativa en Bolaño, y, desde luego, antisolemne, alérgica a cualquier intento de responder a las preguntas que no se pueden responder o que no tienen respuesta (aunque, paradójicamente, a veces con esa actitud se llega a una respuesta convincente): «El misterio del amor siempre es/ el misterio del amor/ y ahora son las doce del día y/ estoy desayunando un vaso de té/ mientras la lluvia se desliza/ por los pilares blancos/ del puente.» (p. 148).
A mí tampoco me gusta escribir sobre lo que no comprendo del todo, así que resulta difícil escribir sobre un libro como éste, tan preñado de misterios, tan lleno de interrogantes, desde su mismo título (esa Universidad que aparece aquí y allá en los poemas), y de obsesiones privadas: una tal Lisa, un tal Gaspar, Chile, México, Barcelona, los «detectives», la lluvia, los faros, o incluso ese omnipresente “Roberto Bolaño” que podría considerarse —muy significativamente— el protagonista del libro, el habitante principal de La Universidad Desconocida.
¿A quién se dirige ese precioso poema titulado “Tardes de Barcelona” y qué significa?: «En el centro del texto/ está la lepra.// Estoy bien. Escribo/ mucho. Te/ quiero mucho.» (p. 164). Quizá lo más fascinante de Bolaño sea precisamente la imposibilidad de descifrar completamente los enigmas que construye en sus páginas, en las que se baraja su vida íntima, su memoria, su fantasía, la literatura o la metaliteratura, y creo que en este libro podemos encontrar también la mejor definición posible de su obra, ahora y en el futuro: «Un sueño maravilloso/ que atraviesa países y años/ Un sueño maravilloso/ que atraviesa enfermedades y ausencias» (p. 402).
Esther García Llovet
Roberto Bolaño tenía cincuenta años el día de su muerte, pero sigue vivo con veinticinco y a los veinticinco sólo se pueden hacer tres cosas en este mundo, y hacerlas hasta el agotamiento: follar, perderse y atravesar el horror con los ojos muy abiertos.
Bolaño, Belano, Mario Santiago, los detectives, las drogadictas, los poetas, los asesinos, García Madero, las prostitutas, el jorobadito, los policías, los ladrones, el vigilante nocturno del camping de playa: todos veinticinco años. Sólo escribiendo se puede superar o se puede perpetuar esta edad y no morir nunca y eso hizo Bolaño dando diente contra diente: escribir hasta el agotamiento, que es lo más parecido a follar, perderse y atravesar el horror con los ojos muy abiertos.
A los siete ya escribía. Sería en Valparaíso o en Viña o en Quilpué. A los quince se marcha con su familia a México D.F, la ciudad DiFunta y el dos de octubre del 68 ocurre la matanza de Tlatelolco que luego relataría en Amuleto y en Los detectives salvajes. Entre el 72 y el 75 su vida se torna rabiosa, feroz y rocambolesca, aunque él quizás hubiera preferido denominarla rock-and-rolesca, al ritmo de Elvis Presley en un mustang blanco: vuelve en autobús a Chile (donde es detenido una corta temporada bajo la dictadura pinochetista), se va a El Salvador (y allí contacta con un grupo guerrillero entre los que se encuentran los asesinos del poeta Roque Dalton) y regresa a México en 1975. En el D.F. conoce a Mario Santiago (el Ulises de Los detectives salvajes) y fundan el Movimiento Infrarrealista al que se unen Bruno Montané, “Papasquiaro”, José Vicente Anaya y otros jóvenes poetas, reuniéndose habitualmente en la cafetería La Habana de la calle Bucareli.
En 1976, por razones familiares, se va a vivir con su hermana y su madre a Barcelona y a la Costa Brava. Trabaja como vigilante nocturno del camping “Estrella del mar”, como vendedor de bisutería, lavaplatos, estibador del muelle, vendimiador, sin dejar de escribir ni una sola noche, acostado sobre la mesa de una trastienda, «más pobre que las ratas». En 1979 escribe a dos manos Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce junto con Antoni García Porta. «Jugábamos al futbolín y planeábamos escribir un guión de cine», dirá G. Porta.
Ha publicado en México los libros de poemas Reinventar el amor y Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego. Trabaja de día y escribe de noche y algunas tardes se va a bucear a la escollera y mira los pulpos bajo el agua. Lee: a Nicanor Parra, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Philip K. Dick, a Alfonso Reyes, a Borges, a Mark Twain, a Rodolfo Wilcock.
De los poetas, de la poesía, dirá en una entrevista al Playboy de Chile, muy poco antes de su muerte: «Son mejores los paracaidistas (poetas) que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas».
En 1979 Roberto Bolaño ha cumplido ya los veinticinco.
(San Miguel de Allende. México)
«Y viajaba como un trompo
Por los pueblos del norte de México
Sin atreverse a dar el paso
Sin decidirse
a bajar al D.F.»
(Veracruz, México)
«El recuerdo la hacía llorar en aquél cuarto del Hotel Trébol,
Espaciosos y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal
Para vivir durante algunos años. El sitio ideal para escribir
Un libro de memorias apócrifas o un ramillete
De poemas de terror (...)»
(Catedral Metropolitana. México D.F.)
«Luz que vi como una sola daga levitando en
El altar de los sacrificios del D.F., el aire
Cantado por el Dr. Atl, el aire inmundo que
Intentó atrapar a Mario Santiago. Ah, la jodida
Luz. (...)»
(*): En julio de 2006 fui a México D.F. en busca del rastro de Los detectives salvajes. Roberto Bolaño había muerto en Barcelona tres años antes. Mario Santiago había muerto en el 98, atropellado en la calle. Del D.F. que conocieron apenas quedó nada tras el terremoto del 85. Esto fue todo lo que encontré de ellos.
Los poemas corresponden a La Universidad desconocida.
Roberto Bolaño tenía cincuenta años el día de su muerte, pero sigue vivo con veinticinco y a los veinticinco sólo se pueden hacer tres cosas en este mundo, y hacerlas hasta el agotamiento: follar, perderse y atravesar el horror con los ojos muy abiertos.
Bolaño, Belano, Mario Santiago, los detectives, las drogadictas, los poetas, los asesinos, García Madero, las prostitutas, el jorobadito, los policías, los ladrones, el vigilante nocturno del camping de playa: todos veinticinco años. Sólo escribiendo se puede superar o se puede perpetuar esta edad y no morir nunca y eso hizo Bolaño dando diente contra diente: escribir hasta el agotamiento, que es lo más parecido a follar, perderse y atravesar el horror con los ojos muy abiertos.
A los siete ya escribía. Sería en Valparaíso o en Viña o en Quilpué. A los quince se marcha con su familia a México D.F, la ciudad DiFunta y el dos de octubre del 68 ocurre la matanza de Tlatelolco que luego relataría en Amuleto y en Los detectives salvajes. Entre el 72 y el 75 su vida se torna rabiosa, feroz y rocambolesca, aunque él quizás hubiera preferido denominarla rock-and-rolesca, al ritmo de Elvis Presley en un mustang blanco: vuelve en autobús a Chile (donde es detenido una corta temporada bajo la dictadura pinochetista), se va a El Salvador (y allí contacta con un grupo guerrillero entre los que se encuentran los asesinos del poeta Roque Dalton) y regresa a México en 1975. En el D.F. conoce a Mario Santiago (el Ulises de Los detectives salvajes) y fundan el Movimiento Infrarrealista al que se unen Bruno Montané, “Papasquiaro”, José Vicente Anaya y otros jóvenes poetas, reuniéndose habitualmente en la cafetería La Habana de la calle Bucareli.
En 1976, por razones familiares, se va a vivir con su hermana y su madre a Barcelona y a la Costa Brava. Trabaja como vigilante nocturno del camping “Estrella del mar”, como vendedor de bisutería, lavaplatos, estibador del muelle, vendimiador, sin dejar de escribir ni una sola noche, acostado sobre la mesa de una trastienda, «más pobre que las ratas». En 1979 escribe a dos manos Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce junto con Antoni García Porta. «Jugábamos al futbolín y planeábamos escribir un guión de cine», dirá G. Porta.
Ha publicado en México los libros de poemas Reinventar el amor y Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego. Trabaja de día y escribe de noche y algunas tardes se va a bucear a la escollera y mira los pulpos bajo el agua. Lee: a Nicanor Parra, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Philip K. Dick, a Alfonso Reyes, a Borges, a Mark Twain, a Rodolfo Wilcock.
De los poetas, de la poesía, dirá en una entrevista al Playboy de Chile, muy poco antes de su muerte: «Son mejores los paracaidistas (poetas) que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas».
En 1979 Roberto Bolaño ha cumplido ya los veinticinco.
(Cafetería Calle Bucareli. México D.F.)
«Parecía un gusano blanco con sombrero de paja y un Delicados
Colgando del labio inferior
Parecía un chileno de veintidós años entrando en el Café
La Habana
y observando a una muchacha rubia
sentada en el fondo»
(Calle Bucareli. México D.F.)
«Un minuto de soledad
la frente apoyada
En el hielo de la ventana
Y los tranvías
En los alrededores
De Bucareli
Con muchachas fantasamales
Que se despiden
Al otro lado de la ventana
Y el ruido de los automóviles
A las 3. A.M.»
(Librería Calle Donceles. México D.F.)
«Libros para que lea mi hijo
La biblioteca de Lautaro
Que deberá resistir
Otras lluvias
Y otros calores infernales»
(San Miguel de Allende. México)
«Y viajaba como un trompo
Por los pueblos del norte de México
Sin atreverse a dar el paso
Sin decidirse
a bajar al D.F.»
(Veracruz, México)
«El recuerdo la hacía llorar en aquél cuarto del Hotel Trébol,
Espaciosos y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal
Para vivir durante algunos años. El sitio ideal para escribir
Un libro de memorias apócrifas o un ramillete
De poemas de terror (...)»
(Catedral Metropolitana. México D.F.)
«Luz que vi como una sola daga levitando en
El altar de los sacrificios del D.F., el aire
Cantado por el Dr. Atl, el aire inmundo que
Intentó atrapar a Mario Santiago. Ah, la jodida
Luz. (...)»
(*): En julio de 2006 fui a México D.F. en busca del rastro de Los detectives salvajes. Roberto Bolaño había muerto en Barcelona tres años antes. Mario Santiago había muerto en el 98, atropellado en la calle. Del D.F. que conocieron apenas quedó nada tras el terremoto del 85. Esto fue todo lo que encontré de ellos.
Los poemas corresponden a La Universidad desconocida.
11 comentarios:
La literatura de Bolaño es maravillosa. Estupendas las reseñas (os agradezco especialmente las fotos; me debo de estar emblandeciendo, pero me he emocionado viendo las imágenes de la cafetería de Bucareli y demás...). Enhorabuena
Óscar E.
Buenos días, Banda aparte, ¿habéis oído hablar de la Biblioteca Gálvez? Es un caso más raro que el de Roberto Bolaño, un autor de cuyos títulos se dignó, en crítica de ensueño, un miebro aparte de vuestra Banda: Care Santos.
YO, vuelvo. Y también hablaré, aparte, de esta nómina de autores aparte.
Os digo dónde:
http://laimpresionantepazvegalopez.blogspot.com/
¡Hasta pronto!
Yo creo que para seguir la pista de Bolaño no hace falta ir a Méjico –esto no implica, señorita, un reproche a su excursión–, sino seguir la pista que él mismo da: tirarse en paracaídas sin importar el hecho de que se abra o no antes de tocar tierra. Eso sí, nada de llamas: dan visibilidad y esa experiencia debe ser anónima, de lo contrario es puro espectáculo.
Vaya envidia que me has dado con lo del viaje en busca de los restos de un libro. Para muchos, el descubrir ese libro fue la ventana que esperábamos.
La Universidad desconocida es un rastro más de la literatura bolañesca. No sabría decir que es lo que mas me gusta de sus libros, si los que mas me impactaron o los que menos. Bolaño es un laberinto, solo hay que sumergirse en él.
Roberto Bolaño parece una suerte de paso adelante después de Cortázar, una literatura que te llena completamente.
Nada sutilmente pedí que me regalaran La Universidad Desconocida en Sant Jordi y, pese a no ser aficionado a la poesía, lo abro a ratos y lo disfruto durante largo tiempo.
El poema de Tardes de Barcelona también es de mi favoritos.
Querido Óscar, querido Detective (espero que Salvaje):Id a México. Vamos a México. Vayamos todos a México a buscar el rastro de Belano. Desde el Café Quito del DF hasta el desierto de Sonora, en un Ford Impala blanco. No lo encontraremos, pero seguro que resucitamos a Cesárea Tinajero.
Gracias a todos por seguir leyendo a Bolaño.
Esther.
Esther, qué magnífico trabajo reporteril-detectivesco. En "El secreto del mal", que son aquellos cuentos no publicados que editado Anagrama al tiempo que "La Universidad Desconocida" hay algo que podríamos llamar "epílogo" de Belano y Lima. Belano-Bolaño, a los 46 años, visita la colonia Cuauhtémoc, la calle del río Pánuco... está en "Muerte de Ulises Lima".
Qué bueno leer juntas dos críticas tan diferentes. Qué bueno una crítica con viaje fetichista-sentimental incluído. Estas cosas sólo pasan en un vaso. Gracias Esther y Juan.
Hola amigos. Para mí Bolaño fue todo un descubrimiento algo tardío y bien que lo siento, pero la fuerza de su escritura me fascinó desde que tuve entre mis manos 2666. Los Detectives salvajes me pareció igualmente salvaje. Una gozada de escritor.
Hola,
Me gustaron mucho las reseñas y toda la información sobre el DF que aprece en la página.
Me gustaría preguntar si alguien ha oído hablar de la publicación de un manuscrito de juventud de Bolaño, algo inédito y sorprendente del autor cuando era muy joven.
Agradezco cualquier información.
Creo que te refieres a:
http://loshijosdek.googlepages.com/home
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