martes, abril 09, 2013

Las vidas que inventamos, Fernando J. López

Espasa, Madrid, 2013. 282 pp. 19,90 €

Juan Pablo Heras

Para un reseñista, es muy tentador describir un libro con una afirmación impactante, una de esas que dicen muchas cosas en pocas palabras y suscitan al lector la sensación de saber exactamente lo que le cabe esperar. En este caso, me viene algo así: “Las vidas que inventamos empareja a Raskólnikov y Emma Bovary, los mete en un cañón de partículas de posmodernidad y les aplica las últimas actualizaciones disponibles en la nube”.
De acuerdo, como texto de faja editorial no vale. Primero, porque no vende mencionar de refilón a Dostoyevski en un país que, para promocionar libros de Dickens, recurre al criterio de autoridad de los personajes de Ruiz Zafón. Y segundo, porque estaríamos reduciendo el brebaje mágico que nos ha preparado Fernando J. López a lo más inane de su espuma. La novela nos presenta las confesiones alternadas de los dos miembros de un matrimonio en decadencia. Son tan atractivos como los que aparecen retratados en la cubierta, pero bastante más taraceados por el paso del tiempo. Leo (él) ha atropellado accidentalmente a una chica y no se ha parado a socorrerla. Gaby (ella) tontea con hombres por internet y está a punto de consumar el adulterio. De fondo, un hijo que estalla de adolescencia, una madre castradora y un hermano agresivamente incoherente. Con la complicidad inconsciente de estos y otros personajes, Leo y Gaby van tejiendo sus respectivas redes de mentiras, y, como no podía ser menos, acaban envueltos en ellas hasta la asfixia. El acierto de Fernando J. López radica en la magistral fluidez con la que sus dos pequeñas arañas segregan los hilos que sostienen la novela. Respecto a obras anteriores, Las vidas que inventamos gana por su impecable precisión en el uso de la palabra, de la combinación exacta entre introspección psicológica y latigazos de acción y, sobre todo, en el perfilado de sus personajes mayores.
Fernando J. López ha creado voces tan genuinas que han adquirido vida propia. Gaby, mordaz, cínica y atribulada exploradora de chats de ligoteo, resulta tan excitante que puede sostener por sí misma un estupendo blog apócrifo: soygabydraper.blogspot.com.es. Amén de original herramienta de publicidad del libro, este tipo de spin-off literarios en la red aventuran apasionantes posibilidades para la creación literaria.
Las vidas que inventamos está construida para atrapar al lector y dejarle los dedos pegados a las páginas hasta la mismísima cubierta trasera. No evita los recursos clásicos de la novela policíaca, y tampoco los reflejos cómicos que surgen de manera natural de los enredos provocados por tanta vida inventada. Sin embargo, no tiene vocación de melodrama de fácil olvido. Pretende, sin caer en lo pretencioso, indagar en los mecanismos que dificultan la longevidad de las relaciones de pareja; desengañar a los que piensan que es posible vivir sin mancharse, sin tatuarse la piel con arañazos que dejan feas cicatrices; mostrar que es fácil ser moralista cuando no es uno mismo el que comete errores morales de consecuencias difícilmente calculables. Esta novela se lee deprisa pero deja poso. Y, pasado el tiempo, sus personajes siguen viviendo entre nosotros.

1 comentario:

Ana Blasfuemia dijo...

Hay portadas que son un enemigo para el libro. Y personalmente esta portada es matadora (al menos mata mi interés por él). Tu reseña mejora un poco la perspectiva, ahora al menos consideraré su posible lectura :) Un saludo