Ricardo Martínez
El arte ha sido como referencia, sobre todo en Italia, un modo de cultura que, como tal, ha convivido estrechamente ligado a otras manifestaciones como la literatura o la arquitectura. Desde luego, con el mundo de la religión en cuanto a la importancia de su influencia dominante en el comportamiento humano. Y ahora nos referimos específicamente al período del Renacimiento, donde todas las artes confluyeron para crear un mundo exquisito donde, casi por primera vez de un modo manifiesto, lo estrictamente material cedía terreno en favor del mundo de la imaginación, del color, de la especulación filosófica como herencia de la cultura griega recibida, de nuevo objeto de estudio y consideración.
Recuérdese, como ejemplo, el peso que en la pintura llegaron a tener los temas de caracter religioso, con un componente más o menos alegórico, y, también, los temas de carácter mitológico. No en vano la pintura, como representación de una realidad pero también al servicio de la ideología, de una voluntad educadora, llegó a ocupar un lugar principal dentro de las ‘propuestas gráficas’ que se ofrecía al pueblo. También, en efecto, la arquitectura, que establecía, de algún modo, el telón de fondo sobre el que se asentaban esas ideologías, el poder dominante, el escenario material donde se desarrollaba la vida ciudadana.
Rafael, en este panorama de las artes, jugó un papel decisivo tanto por lo prolífico de su obra como por su vinculación a ese poder dominante y económicamente representativo que era la iglesia, como por lo innovador de muchas de sus propuestas pictóricas, por no hablar de la sutileza de sus ‘nuevos’ colores, lo que, junto a la armonía de sus figuraciones, constituía un espacio de equilibrio y evocación que pronto llegaría a ocupar un lugar de admiración, casi de culto profano.
En este libro, muy documentado y atento a establecer la relación necesaria entre las pinturas del maestro y el mundo cultural de la época, se nos pone de manifiesto la coetaneidad (para no excluir la posible influencia) con el arquitecto Bramante, que está llevando a cabo las obras en el Vaticano, al tiempo que se señala, muy certeramente, la impronta que el revolucionario Leonardo da Vinci, supone en el arte para todos los pintores de la época y aún posteriores a él.
Giovio, su biógrafo, dice ya de él que «la aproximación científica al estudio del natural con miras a la pintura, la escultura y la arquitectura no era una novedad. Así, lo recomendaban los jefes de los talleres y todos los grandes tratadistas del siglo XV, desde Alberti a Filarete» De ahí que, es verdad, se podría deducir que Rafael no es ajeno a esa “dulzura y suavidad del sentimiento disueltas en el aire que envuelve sus pinturas, el cual quedó impresionado hasta el punto de dar a su estilo un nuevo salto adelante”
En cuanto a su propio valor artístico se nos dice, en este libro escrito con lenguaje preciso y a la vez próximo al lector profano que «las mayores novedades residían en la gracia de los gestos y las anatomías, en la expresión humana de los rostros y, sobre todo, en la atmósfera dorada que parece exudar de las paredes (en este caso el ejemplo aludido es la pintura mural La Disputa del Santísimo Sacramento) El blanco del manto de Cristo y de las nubes, así como el de otros paños era casi puro, junto al azul intenso del lapislázuli de muchos mantos y el amarillo y el oro de los paramentos sacerdotales y de los brillos decorativos». Características que recuerdan bien a alguna de sus madonas u otros de sus cuadros, ya sea detemareligioso o profano.
Al fin, pues, la pintura como gozo estético y como elevación didáctica; he ahí la impronta decisiva de este artista.
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