Pedro M. Domene
De la mano y de la mágica pluma de Ferenc Máté (Transilvania, Hungría, 1945) nos hemos trasladado a un idílico paisaje en dos ocasiones, en una primera ocasión con Un viñedo en la Toscana (2009), ese lugar donde saborear un buen vino, degustar una sabrosa comida casera, disfrutar de los vecinos y estar siempre rodeado de un ambiente maravilloso, con un bucólico trasfondo para descansar el resto de toda una vida. En este libro, Máté, contaba sus vicisitudes para encontrar ese lugar idóneo donde convertir su sueño en realidad: conseguir un viñedo y la posibilidad de crear su propio vino, no uno cualquier sino el mejor vino de la Toscana. El narrador transcribe y cuenta minuciosamente sus vicisitudes para convertirse en contadini o granjero italiano, e inicia la búsqueda de vigas, puertas, baldosas antiguas, al tiempo que disfruta con su familia de la comida y de los vinos toscanos cuando celebran, por ejemplo, una antigua y típica fiesta, la culminación del tejado. Pero sobre todo, en primavera, asistimos a la preparación de la tierra, las famosas terrazas etruscas abandonadas, para plantar las primeras vides a mano. Surge así una obra en la que personajes, situaciones y ambientes recreados, se convierten casi en un auténtico relato de ficción como bien podría clasificarse Un viñedo en la Toscana.
La sabiduría de la Toscana (2011), la segunda propuesta del húngaro, no es una continuación al uso, se cuenta cómo los sueños se hacen finalmente realidad y Máté enumera, a modo de crónica, su experiencia vital y el sueño que, tanto para él como su familia, se convirtieron en una certidumbre. Transmite su amor por el lugar, la relación con sus vecinos, su apego a la tierra y al vino, nos habla de su admiración por la gastronomía italiana e incluso de sus hábitos y costumbres, vituperando ese pasado que siempre fue mejor. En sus primeras páginas, se asegura como sin que prevalezca un “saber toscano”, ni “consigna” o “canción” proclama por los cuatro costados la vita quotidiana de los toscanos, los lazos que unen a estas gentes, la cotidianidad de sus vidas, sus tiendas y sus mercadillos, el desarrollo de la hermosa artesanía, el cuidado de viñedos y olivares, las prolongadas comidas en familia y la amistad, su gastronomía, en general, compuesta y condimentada por los productos cosechados en el lugar. Desde Montalcino, donde los Máté se asentaron, el narrador nos habla del lugar y de los aspectos relacionados con la infancia, la calidad de vida, los vecinos, la organización y el hogar, así como numerosos y acertados juicios sobre la globalización, la economía, o el bienestar de las zonas rurales para alejarse del estrés y a donde a uno, realmente, lo reconozcan por la calle y saluden a diario que, según el narrador, supone una acertada elección donde los hijos crezcan y se desarrollen en plena naturaleza. Este libro contagia esa infinita alegría de vivir, constata la ilusión por las cosas sencillas, o el placer que obtenemos de ellas, y sobre todo ofrece un canto a la fraternidad humana.
Una tercera aproximación, Las colinas de la Toscana (2012), originariamente, y siguiendo el orden de creación, el germen de ese amor a la tierra que los Máté derrochan porque la primera edición original data de 1998, y comienza cuando una pareja de urbanitas se deja seducir por el paisaje italiano y se adentra en una aventura salpicada de no pocas anécdotas hasta conseguir su propósito: tener una casa en la Toscana. Ingenuos turistas se dejan envolver por la magia de un lugar, de sus habitantes, de sus costumbres y donde hacen nuevos amigos y sienten que sus vecinos derrochan esa humanidad a que no están acostumbrados, se ayudan en la duras tareas de la cosecha, los sientan a su mesa y disfrutan de suculentas comidas y sobre todo charlan, alargan las veladas con esa entrega y devoción que encierran en sus corazones la gente sencilla y honrada. Estas colinas de la Toscana nos devuelven de la mano de Ferenc Máté el encanto de toda una región, nos contagia el placer de disfrutar de una vida diferente donde la alegría y el encanto suponen esa terapéutica visión de un pasado mejor, cuya sensibilidad y sensualidad se acercan a la suprema expresión de vivir cada segundo, cada minuto, cada hora, numerosos instantes en los que uno agradece estar sobre esa tierra, con las maravillas que contiene y que aun podemos seguir descubriendo paso a paso, tras un pequeño camino, a la vuelta de una colina. La luz del lugar, una casa propia, la luna que los acompaña cada noche, la música, la vendimia y la tala, y una vez más el largo invierno y la nieve para de nuevo, volver a vivir la primavera en la Toscana.
Es esta, una buena lectura para momentos de descanso como la época estival presupone, sin que a medida que vamos pasando sus páginas, bajemos la guardia sobre nuestra inmediata realidad, y las abundantes posibilidades con que podemos encontrarnos a diario, y a pesar de todo nunca dejemos de vivir intensamente y de disfrutar cuanto nos depare esta vida.
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