Ángeles Prieto
Es extraño, pero muy gratificante debido a esta sociedad consumista y hueca que se nos derrumba, abrir un libro y encontrarte dentro de un viaje necesario hacia nosotros mismos profundamente ético. Lo que a mí me ocurrió tras el periplo por varios libros publicados con anterioridad sobre Casas Viejas. Y es que no me quedaba otra que leer este también, toda vez que mi apellido materno es Barba, como el autor de la frase maldita protagonista del caso, y mi abuelo, que murió antes de que yo naciera, fue guardia de asalto y natural de Medina Sidonia, tan cerca de los hechos. Es sólo que, una vez descartado el temor de que mi familia tuviera ningún tipo de relación con estos crímenes horrendos, conservé la curiosidad apremiante por saber la verdad sobre lo ocurrido, como le sucede a quien se acerca a este tema apasionante, tras tantas falacias vertidas encima y por tantos nombres ilustres como Ramón J. Sender, Federica Montseny o el gran historiador Eric Hobsbawm.
Es sólo que gracias a esa nobleza, honesta y ética (insisto) que aquí desborda y que ciertamente caracteriza al autor, nacido no por casualidad en Asturias, me quedo con este estudio precisamente no sólo por ser el más completo sobre el caso, incorporando el importantísimo sumario del juicio y los diarios de Azaña, ambos perdidos, sino por su lucha contra la damnatio memoriae y por su coraje en defender a algunos hombres buenos.
Un libro que pone punto y aparte en un camino hacia la verdad iniciado por Jerome R. Mintz, modesto antropólogo norteamericano, quien en los años sesenta y bajo el régimen de Franco, realizó en Benalup un excepcional trabajo de campo entrevistando a los protagonistas de aquella revuelta, en realidad un auténtico desatino, que desembocó en el asalto fallido al cuartel de la Guardia Civil del pueblo. Es sólo que tras el correspondiente sofocamiento y dominio de la situación, refugiados algunos anarquistas en las choza del anciano e inocente Seisdedos, apareció el capitán Manuel Rojas que, ansioso de gloria y de furia asesina, ordenó arbitrarias detenciones y el posterior fusilamiento de doce hombres, a sangre fría.
Pero sigamos. Porque tras la detención de Rojas y su encarcelamiento provisional en el Castillo de Santa Catalina, fue juzgado en mi barrio, el barrio de la Viña, en la Audiencia Provincial de Cádiz, justo en el mismo lugar donde yo estudiaría y celebraría muchos años después el final venturoso de un 23-F. Lugar donde apareció para testificar, desde Madrid, un tipo infame que ostentaba mi apellido materno, Bartolomé Barba, quien no tuvo empacho en declarar que Rojas sólo obedecía órdenes de un Manuel Azaña absolutamente desbordado y desconocido para todo aquel que lo haya leído o estudiado: “Los tiros, a la barriga”, frase prefabricada con astucia, impactante e inolvidable, que se le atribuyó falsa y criminalmente con clara intencionalidad política desde la derecha y la extrema izquierda anarquista.
Desmentir dicha falacia gracias a los diarios robados de Azaña, propiedad luego de la familia Franco, así como incorporar el sumario completo del juicio a Rojas, para luego rememorar los avatares del destino de todos estos personajes tras el estallido de la Guerra Civil, es lo que realiza Tano Ramos en este libro: parece una pieza más, rigurosa e imprescindible, para aclarar los hechos. Pero no. No es una pieza más. Porque los fantasmas ensangrentados permanecen acusadores durante mucho tiempo en la memoria de los vivos exigiendo justicia, la que aquí reciben, y porque para poder continuar, con esperanza, necesitamos conocer la existencia de “algunos hombres buenos”, esos que Tano nos da a conocer emocionado y conmovido: Manuel Azaña, quien siempre dijo la verdad sobre lo ocurrido, el valiente guardia civil Juan Gutiérrez, natural de Chiclana, que salvó a dos inocentes del fusilamiento, arriesgando su propia vida para luego perder la suya en julio del 36 a manos anarquistas, y el abogado, riguroso y honrado, López Gálvez, representante de las víctimas, perseguido por ello toda su vida.
Y para finalizar, tan sólo desear que ojalá todos los libros se escribieran en España con los mismos propósitos nobles, sinceros y valientes de Tano, porque quizá nuestra historia también hubiera podido ser diferente.
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