Julián Díez
Sabíamos que nos lo debía. Permítanme que empiece con una nota interna para los lectores habituales de ciencia ficción, a los que César Mallorquí nos regaló en los años noventa algunos de los mejores relatos y novelas cortas de la historia del género en España para después dedicarse a otras cosas. Muy respetables, eso sí, y que le han convertido en un autor de éxito, pero fuera de nuestro negocio. Nos debía una novela, el puñetero, y por quince años. Pero como es hombre de ley, este año nos ha pagado dos veces. Con una muy encomiable aventura verneana, La isla de Bowen, y ahora con este ciberpunk de baja intensidad técnica pero absorbente lectura, La estrategia del parásito.
De manera muy inteligente, la editorial ha aprovechado la estructura de la novela, que retoma un viejo truco del maestro Fredric Brown (seamos precisos: lo coge, lo actualiza, y gracias a ello lo lleva con impecable rigor a su último extremo posible), para jugar con la autoría del narrador en primer persona del relato, Óscar Herrero.
Estudiante de periodismo de vida anodina —y, seamos justos, el personaje más convencional del relato—, Óscar recibe un mensaje de un antiguo compañero de colegio, Mario, con el que apenas tenía relación, y que acaba de fallecer en un sospechoso accidente. En su poder queda un pendrive en el que están las claves de un secreto descubierto por Mario, a la sazón genio informático: hechos fundamentales subyacentes a la estructura de nuestra sociedad actual.
Óscar encontrará como aliada a Judit, ex pareja ocasional de Mario, una chica misteriosa y de familia influyente, de la que se enamorará como corresponde al carisma que Mallorquí despliega en su construcción. La investigación de ambos tendrá como consecuencia el ir cerrando la telaraña en su entorno: los poderes que quieren conseguir el pendrive son capaces de convertir a Óscar en un fugitivo internacional, el uso de cualquier medio de comunicación es una pista para los perseguidores, y la situación no dejará de ser desesperada ni siquiera en el final de la novela, cuando la naturaleza del enemigo haya sido desenmascarada y Óscar deba emprender una huida que finalmente le dota de una sombra épica. La puerta a una continuación queda abierta, pero si Mallorquí emprendiera el proyecto, posiblemente sería con una novela de una naturaleza totalmente distinta.
La estrategia del parásito se mueve con agilidad gracias al indiscutible oficio de su autor, que va creando personajes secundarios atractivos y no afloja el ritmo de la acción ni siquiera cuando se siente inclinado a hacerle una concesión al romance. En cuanto a la trama de fondo, Mallorquí apela tácitamente a la conocida teoría de Arthur C. Clarke («la tecnología lo suficientemente avanzada resulta para los legos difícil de distinguir de la magia») para no complicarse la vida en explicaciones técnicas complejas, aunque ofrece los suficientes datos para sostener la verosimilitud del gran escenario que desarrolla.
El libro es, una vez más, una muestra del empleo sorprendente que Mallorquí hace de las colecciones juveniles: a cambio de una relativa brevedad de páginas y de una estructura sencilla para todos los públicos, el autor se permite introducir referencias a sexo y drogas cuando le resulta necesario, y sobre todo envía un mensaje ideológico libertario que encaja bien con los movimientos sociales del momento. De alguna forma, el angst de nuestros días es el telón de fondo de La estrategia del parásito, sin que además, como en nuestra propia sociedad, exista otra resolución final que no sea la del esfuerzo, la resistencia y la esperanza en la solidaridad entre quienes sufren la injusticia.
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