Recaredo Veredas
Aunque Maeve Brennan (Dublin 1917 - Nueva York 1997) fuera hija de embajador y viviera durante casi toda su existencia bajo la protección del glamour neoyorquino, consigue en Las fuentes del afecto que su mirada sobre los aspectos más sórdidos de su país y, también, sobre los rincones más tenebrosos —y, por otro lado, frecuentes— de la naturaleza humana sea absolutamente creíble. Además logra un libro unitario pero no monótono: los relatos que componen este fresco de la vida irlandesa son sin duda parecidos pero resultan complementarios, tanto como lo son las novelas de Faulkner. Es decir, Brennan crea un mundo (aunque sin pretensiones de totalidad), habitado por personajes que deben confrontar la vida, eludiendo así la monotonía (uno de los mayores peligros del libro de relatos). Son textos escritos por una voz similar, aunque ni mucho menos idéntica. Son relatos que podrían calificarse como costumbristas y tal vez lo sean pero su costumbrismo es similar al de su compatriota James Joyce, un costumbrismo que logra la universalidad porque sus personajes, aunque no vivan historias insólitas y habiten en la cotidianeidad —muchas veces sórdida, muchas veces sorprendente pero siempre cotidianeidad— son al mismo tiempo complejos y universales y transmiten sentimientos complejos y asumibles como propios por la mayoría de los lectores. Sentimientos, además, mostrados con una sencillez asombrosa, pese a que en muchos casos rocen la atrocidad. Así comienza el relato titulado "El ahogado": «Cuando su esposa murió, el señor Derdon estaba ansioso de entrar en el dormitorio de ella, mirar a su alrededor con la puerta cerrada y sin nadie mirándolo ni preguntándole cómo se sentía. No era ansiedad, ni pesar, ni ninguna sensación dolorosa, ni anhelo o añoranza, aquello que le llevaba a la habitación, sino pura curiosidad».
Como parece obvio, la sencillez de la prosa de Brennan no debe confundirse con simplicidad o estupidez. Es la suya una prosa nítida, que no cae en alardes innecesarios y cuya falta de aparente carácter permite que mantenga la frescura durante todo el libro. Es esa habilidad para mirar y encontrar sentido donde muchos no hallarían nada es lo que confiere auténtico carácter, auténtica distinción, a su prosa, lo que la distancia de otros cientos de historias irlandesas. Podría denominarse una mezcla de precisión y de humanidad. Y de falta de consideración con las convenciones sociales, con aquello que damos por hecho. Por otro lado, no es un libro protagonizado por la expresividad, ni por las descripciones pero cuenta con un excelente correlato objetivo: contemplamos con nitidez absoluta la ciudad, ese Dublín inhóspito, gris y lluvioso, lleno de polvo y vejez, muy similar al de Joyce.
No solo la inmarcesibilidad de los sentimientos concede actualidad a este libro: En estos relatos la precariedad posee una carga más que considerable. Una precariedad europea, próxima, pese al transcurso de las décadas, a la que sufren millones de españoles.
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