Care Santos
Ha dicho en alguna parte Alejandro Zambra que nunca se planteó ser escritor porque lo que de verdad quería era leer. Un propósito cumplido, como demuestran los artículos que componen este libro, aparecidos en diferentes medios, y que tienen la lectura como objeto común.
"Así nos enseñaron a leer: a palos", dice el autor a propósito del primer (des)aprendizaje de la literatura, cuando profesores sin ninguna vocación, incapaces de emocionarse con la palabra impresa, tenían la responsabilidad de contagiar el amor por los libros a sus alumnos. Algo que, por descontado, no hacían. "Yo prefiero los libros que dicen que no. A veces, incluso prefiero los libros que no saben lo que dicen", afirma asimismo Zambra en el último de los textos del volumen, en el que con la excusa de hablar de Clarice Lispector termina haciendo todo un alegato a favor de la lectura y la escritura. Entre estas dos declaraciones de principios el libro ofrece un paseo relajado por la biblioteca personal y más querida de su autor. La gran mayoría son "libros que dicen no".
Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) se dio a conocer en nuestro país hace algo más de un lustro con un texto breve y lleno de libros: Bonsái. En Argentina había ya publicado un libro de poemas. Siguieron La vida privada de los árboles (2007) y la reciente Formas de volver a casa (2011). Todas ellas han recibido elogios de la crítica y simpatía de los lectores. En unos pocos años, Zambra ha pasado de ser un autor desconocido a una de las máximas figuras literarias de un país rico en figuras literarias. Pero, sobre todo, una tiene la impresión al leerle que lo único que es y que quiere seguir siendo es un lector.
En No leer encontramos la pasión que les faltaba a aquellos profesores de literatura criticados. Es un libro que, por encima de todo, contagia literatura. Entre las manos de Zambra se iluminan las páginas de Natalia Ginzburg, Fernando Pessoa, Nicanor Parra, Armando Uribe, Roberto Bolaño, Franz Kafka, Macedonio Fernández, Borges, Puig, Buzzatti... y tantos otros. El autor cita fragmentos, se hace preguntas y trata de encontrar respuestas pero, sobre todo, admira. Zambra es un escritor que se atreve a admirar a otros escritores, y que lo manifiesta sin tapujos, como quien proclama un amor.
Por lo demás, podríamos pensar que cualquiera de nosotros, escribidores en edad similar a la del autor, podríamos haber escrito este libro. Tal vez, aunque no habríamos sabido hacerlo con esa mezcla de humor, brillantez y generosidad que aquí son ingredientes principales. Es una maravilla tener esta oportunidad de conocer la dieta de un autor interesante.
También hay, por descontado, textos muy personales. Reflexiones sobre el oficio de juntas palabras, sus servidumbres, sus rituales o sus consecuencias. Son excepcionales los dos artículos "Contra los poetas", escritos con grandes dosis de autocrítica como falso alegato contra la lírica contemporánea. Y lo es también la explicación de por qué escribió Bonsái y qué supuso su escritura: "Escribir es como cuidar un bonsái", asegura Zambra, y cita a los grandes para justificar sus tesis a la par que sus querencias: "Borges aconseja escribir como si se redactara el resumen de un teto ya escrito".
No leer es, pues, un libro lúcido y emotivo, mucho más que un compendio de reseñas o consejos o reflexiones —siendo todo eso—, que provoca compulsión lectora y que acierta al dar a conocer en nuestro país una faceta desconocida de su autor.
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