Victoria R. Gil
«Los males de la mujer, como los de los sectores oprimidos de la humanidad, se han de considerar necesarios por parte de sus opresores, pero seguramente hay mujeres que se atreverán a adelantarse a su tiempo y a certificar que mis bosquejos no son el engendro de una mente trastornada ni los trazos enérgicos de un corazón herido». Así comienza el prefacio de Maria, la última e inacabada novela de Mary Wollstonecraft, en la que reúne a un puñado de personajes femeninos de variada procedencia para mostrar, como hace de una forma u otra en casi todas sus obras, el modo en que el poder (económico, político y social) masculino discrimina a las de su sexo. ¿Fecha? 1797. En Francia faltaban dos años para que el general Bonaparte pusiera fin a la Revolución Francesa y en Inglaterra, esta autora llevaba más de una década hablando no sólo de los derechos de los hombres, sino también de los de las mujeres.
Allá por el Pleistoceno, cuando aún se compraban enciclopedias en papel, sometía yo a una prueba muy particular cualquier compendio del saber que pretendieran venderme: la inclusión o no de Mary Wollstonecraft entre sus páginas. Si el nombre de esta escritora y pionera en la defensa de la igualdad entre los sexos no aparecía (cosa que ocurría en la mayoría de los casos) descartaba la enciclopedia por incompleta. Eclipsada primero por su marido, el filósofo y novelista William Godwin, y por su hija Mary Shelley, después, desde hace unos años su voz se deja oír cada vez más en nuestro país con la publicación de gran parte de su obra. A esta merecida visibilidad ayudó también la aparición en 1993 de Vindicación, una biografía novelada por Frances Sherwood, de cuyo éxito editorial en todo el mundo se benefició directamente la figura de Wollstonecraft.
Este volumen editado ahora por Nórdica contribuye al conocimiento de una pensadora notable y lo hace, además, uniéndola literariamente a su hija a través de tres novelas ligadas por su temática y por el corazón que las impulsa: escrutar la identidad femenina y el modo en que ésta se manifiesta en los entornos familiar y social. «Estas obras no son las creaciones más logradas de ambas escritoras —admite Jane Todd en el prólogo—, pero interactuando de la forma en que lo hacen en torno a la tumba de Mary Wollstonecraft (que murió a causa de unas complicaciones tras dar a luz a su hija en 1997), adquieren unas resonancias psicológicas y biográficas por la relación que mantienen tanto entre sí como con las experiencias de sus autoras».
Su calidad literaria no está, en efecto, al mismo nivel que las Vindicaciones de la madre (Vindicación de los derechos del hombre y Vindicación de los derechos de la mujer) o del Frankestein de la hija, pero no por ello merece menos la pena adentrarse en sus páginas y conocer las obsesiones de ambas, cuyas vidas fueron más que singulares y, lamentablemente, trágicas.
Situadas con precisión en el tiempo y en la realidad vital de sus autoras gracias a la introducción de la profesora galesa Jane Todd, el contexto que enmarca estas tres novelas resulta fundamental para entenderlas. Si Mary y Mathilda son «pasionales e introspectivas», y subyace en ellas un obvio poso autobiográfico, Maria renuncia a esa subjetividad para mostrar las dificultades que un grupo de mujeres debe afrontar cada día en el mundo que les ha tocado vivir, con una sorprendente carga social para la época en que fue escrita.
En Mathilda, Mary Shelley aborda el incesto no consumado entre un padre y una hija, un tabú personal y social difícil de aceptar por su entorno, hasta el punto de que su padre, William Godwin, se negó a editarla y la mantuvo fuera del alcance de la joven para evitar que viera la luz. La novela tardaría en publicarse ciento cuarenta años. Con la excusa de retomar un cuento inacabado de su madre, Shelley se centra en «la relación claramente no resuelta tanto con su padre aún vivo como con su difunta madre» y ofrece «un diálogo abierto e incluso enfrentado con los hombres de su vida», Godwin y el poeta Percy B. Shelley.
Una magnífica oportunidad la que nos brinda Nórdica para acercarnos a esta «extraordinaria pareja» de escritoras formada por madre e hija, que sólo compartieron existencia durante diez días.
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