Óscar Esquivias
Es posible que al leer el título de El intendente Sansho uno piense antes en el cine que en la literatura. El director Kenji Mizoguchi ganó en 1954 el León de Plata en el Festival de Venecia con una bellísima y estremecedora película inspirada en el cuento homónimo de Ogai Mori, fallecido hacía más de treinta años (en 1922). Mori fue el gran modernizador de las letras niponas en el cambio del siglo XIX al XX. Su estilo literario «severo, masculino y contenido» (según lo describe Carlos Rubio) influyó poderosamente en los escritores posteriores, no sólo en los de la generación siguiente (como Tanizaki), sino incluso en los más jóvenes, como Mishima. También fue un gran difusor de la cultura occidental en Japón. Había vivido varios años en Europa y dominaba el alemán (desde este idioma tradujo al japonés a… Calderón de la Barca, además de a Goethe, Hoffmann, Schiller, Heine o Rilke, entre otros). Perteneció al ejército y como médico militar participó en las guerras que enfrentaron a su país contra China (1894-1895) y Rusia (1904-1905). Si en lo artístico nadie cuestiona su modernidad, en lo político y social es un personaje controvertido. Por una parte, Mori, defendió la capacidad de Japón para desarrollarse y alcanzar el mismo nivel que Alemania o los Estados Unidos, pero a la vez se opuso a la imitación acrítica de las costumbres occidentales y lamentó la desaparición de los valores tradicionales japoneses. Es frecuente ver citado a Ogai Mori como «el último samurái escritor». Puede sonar paradójico que se le considere a la vez el último representante literario de los samuráis y el primer escritor de la modernidad, pero así es.
La película de Mizoguchi sigue gozando de un enorme prestigio y no hay cinéfilo que no la admire, pero esto no ha supuesto que su referente literario haya conseguido la misma popularidad. En España no se han empezado a publicar las obras de Mori hasta fechas muy recientes, ya en el siglo XXI. Yo las he leído con muchísimo interés y placer y, aunque asumo el riesgo de formular juicios sobre un autor cuya obra sólo conozco parcialmente y siempre a través de traducciones, compartiré mis impresiones, por si a alguien le son útiles. Por una parte, me ha llamado la atención cómo en varios de sus relatos se repite un mismo modelo de protagonista (en el que, además, se adivina un autorretrato del propio escritor). Se trata de un personaje joven, solitario, inteligente, que posee un acendrado sentimiento de diferencia respecto a las personas con las que se ve obligado a convivir. Los años de aprendizaje se presentan como un largo periodo de supervivencia callada, resignada, pasiva. Sus protagonistas muestran una voluntad de hierro y una gran capacidad de sufrimiento: parecen indoblegables, pero no son héroes ni rebeldes: aceptan el desprecio y el acoso de los demás con fatalismo. Luego llegan a la edad madura, encuentran cierta tranquilidad e incluso el éxito laboral, pero nunca alcanzan la felicidad: esa ilusión de plenitud es algo que se ha escapado de sus vidas para siempre. Son raros los personajes de Mori alegres o desenfadados.
Este es el universo de sentimientos y emociones habitual en su obra. Ogai Mori suele ser un narrador seguro, frío, certero, que en seguida encarrila las historias. Sus planteamientos son potentes y están llenos de intriga, pero me llama la atención cómo, en algunas ocasiones, los resuelve de manera abrupta o demasiado convencional, como si de repente perdiera el interés en lo que está contando y decidiera recoger el recado de escribir, rematándolo todo de cualquier manera.
En las librerías españolas se pueden encontrar las novelas Vita sexualis (traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo, Trotta, 2001); El ganso salvaje (traducción de Lourdes Porta, Acantilado, 2009) y La bailarina (traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés; Impedimenta, 2011). Por algún feliz misterio de la distribución de los libros, también hay en España ejemplares de una recopilación de cuentos publicada en Buenos Aires titulada En construcción (selección de Amalia Sato; traducciones de Yuka Shibata, Mirta Sato, Masako Usi, Toshiko Aoshima, Lida Takeda, Misa Mochinaga y Kumi Nagasaka; editorial Adriana Hidalgo, 2003). Personalmente siento predilección por la delicada novelita El ganso salvaje, una historia muy característica de Mori, en la que se nos muestra la colisión entre las esperanzas íntimas de unos jóvenes y su sentido del deber y del decoro.
A esta lista ahora podemos añadir una nueva antología titulada El intendente Sansho. En esta colección se nos muestra al Ogai Mori más apegado a la historia, las tradiciones y el folclore del Japón. El autor, como un cronista medieval, nos relata historias de gran sabor arcaico: así, detalla genealogías familiares (como en «La historia de Iori y Run») o narra cuentos de aire legendario, protagonizados por niños valientes que dan lecciones de entereza a los adultos, como sucede en «Las últimas palabras» o en el del cruel intendente Sansho, pintado casi como un ogro, cuyo relato está trenzado con los mismos mimbres de los cuentos populares que se narran en cualquier lugar del mundo: unos viajeros indefensos, la ausencia de posada, el bosque misterioso, unos huérfanos obligados a convertirse en héroes…
De los seis cuentos de este libro, mi favorito es «La señora Yasui». Se trata de una pieza con una estructura muy original y atrevida, que va de lo cómico (un pretendiente llega a una casa a buscar una novia y sale con otra) a lo desolador (la vida conyugal se convierte en una crónica tristísima de mudanzas, partos, enfermedades y muertes). En este relato se aprecia la objetividad y la falta de énfasis tan características de Mori, esa capacidad suya de narrar con temple —casi con indiferencia— historias que contienen una terrible carga emocional o dramática (lo que no deja de ser un recurso literario eficacísimo).
El intendente Sansho es un libro estupendo, editado con primor, en el que se han cuidado todos los detalles. La selección de los cuentos y su traducción —directamente del japonés— han estado a cargo de Elena Gallego, una especialista de primera línea; el prólogo —muy completo y combativo— está firmado por otro gran experto, Carlos Rubio. No puedo dejar de citar la ilustración de la cubierta, con un siniestro árbol de ramas peladas en las que se posan unos pajarillos. La imagen evoca una máscara japonesa y su autor, Alberto Gamón, ha relatado el proceso creativo en su blog (http://gamonadas.blogspot.com/2011/12/el-dibujo-del-mes-el-intendente-sansho.html). No dejen de visitarlo. La mirada de Gamón sobre El intendente Sansho es, en sí misma, una emocionada y elocuente crítica literaria.
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