Ediciones del Viento, A Coruña, 2010. 389 pp. 20 €
José Gutiérrez Román
Ikatz Santaella, el protagonista de esta novela, es uno de esos muchos jóvenes que deciden irse a vivir a Londres buscando nuevas experiencias y, al mismo tiempo, salir de su hábitat natural (en este caso, de la burguesía barcelonesa a la que pertenece). Su nueva vida londinense está marcada por varios factores: uno es su trabajo como Guía del Terror para grupos de turistas españoles, el cual consiste en recorrer los lugares del barrio de Whitechapel donde aparecieron los cadáveres de las siete prostitutas que hicieron famoso a Jack el Destripador a finales del siglo XIX. También está su novia, Paula, una argentina que cursa bellas artes en una prestigiosa academia y cuya obsesión es abrirse camino en el mundo del arte contemporáneo. Y como tercera pata de la silla está el fantasma de Borges, cedido de algún modo por su suegro, un tipo que dice haber escrito una novela que le dictó el propio Borges en vida. Este fantasma, que se pasea de vez en cuando por la casa e incluso habla con Ikatz, aporta una de las mayores singularidades de la historia. Este sería el lado más personal de la novela, el que se adentra en el mundo interior de Ikatz y su novia, con sus secretos y mentiras, sus complejidades, sus miedos y pulsiones, y que se va entremezclando con la doble trama de intriga que atraviesa la narración: por un lado la proliferación de suicidios en directo de artistas en diferentes cadenas de televisión de todo el mundo; y por otro, la aparición de bolsas con restos humanos en determinados lugares de Whitechapel. Daniel Sánchez Pardos nos adentra en un viaje inquietante por el lado más sórdido del mundo actual y del arte de vanguardia, donde acciones artísticas y acciones terroristas como las del 11-S se confunden, y donde el ansia de información de nuestra sociedad acaba por convertirse en una adicción humana más. En un pasaje del libro, Paula reflexiona sobre el mundo «posthumano» que, según ella, habrá de venir, y dice: «Nuestra información seguirá circulando eternamente por Internet. Hemos creado una realidad que ya no necesita de nosotros para mantenerse en pie». Sin embargo, el gran atractivo de esta novela no solo está en lo que nos cuenta, sino también en lo que deja en suspenso, en todo ese mundo y submundo que se mueve alrededor del protagonista, donde cualquier evidencia es un mero espejismo.
Escrita con una prosa ágil, salpicada de ironía, y con unos personajes perfectamente definidos, El cuarteto de Whitechapel pertenece a ese tipo de novelas que nos atrapan sin remedio. En su elaboración se aprecia la pericia de un relojero que logra que cada pieza ajuste con precisión en el engranaje final de la obra. Especial mención merecen sus últimas cien páginas, muy sorprendentes, y que se leen a un ritmo vertiginoso. Se me ocurren muchas razones para recomendar El cuarteto de Whitechapel: es turbadora, divertida a veces, vibrante, demoledora y lúcida. Pero sobre todas estas razones se impone otra de más peso: es una NOVELA (con mayúsculas).
José Gutiérrez Román
Ikatz Santaella, el protagonista de esta novela, es uno de esos muchos jóvenes que deciden irse a vivir a Londres buscando nuevas experiencias y, al mismo tiempo, salir de su hábitat natural (en este caso, de la burguesía barcelonesa a la que pertenece). Su nueva vida londinense está marcada por varios factores: uno es su trabajo como Guía del Terror para grupos de turistas españoles, el cual consiste en recorrer los lugares del barrio de Whitechapel donde aparecieron los cadáveres de las siete prostitutas que hicieron famoso a Jack el Destripador a finales del siglo XIX. También está su novia, Paula, una argentina que cursa bellas artes en una prestigiosa academia y cuya obsesión es abrirse camino en el mundo del arte contemporáneo. Y como tercera pata de la silla está el fantasma de Borges, cedido de algún modo por su suegro, un tipo que dice haber escrito una novela que le dictó el propio Borges en vida. Este fantasma, que se pasea de vez en cuando por la casa e incluso habla con Ikatz, aporta una de las mayores singularidades de la historia. Este sería el lado más personal de la novela, el que se adentra en el mundo interior de Ikatz y su novia, con sus secretos y mentiras, sus complejidades, sus miedos y pulsiones, y que se va entremezclando con la doble trama de intriga que atraviesa la narración: por un lado la proliferación de suicidios en directo de artistas en diferentes cadenas de televisión de todo el mundo; y por otro, la aparición de bolsas con restos humanos en determinados lugares de Whitechapel. Daniel Sánchez Pardos nos adentra en un viaje inquietante por el lado más sórdido del mundo actual y del arte de vanguardia, donde acciones artísticas y acciones terroristas como las del 11-S se confunden, y donde el ansia de información de nuestra sociedad acaba por convertirse en una adicción humana más. En un pasaje del libro, Paula reflexiona sobre el mundo «posthumano» que, según ella, habrá de venir, y dice: «Nuestra información seguirá circulando eternamente por Internet. Hemos creado una realidad que ya no necesita de nosotros para mantenerse en pie». Sin embargo, el gran atractivo de esta novela no solo está en lo que nos cuenta, sino también en lo que deja en suspenso, en todo ese mundo y submundo que se mueve alrededor del protagonista, donde cualquier evidencia es un mero espejismo.
Escrita con una prosa ágil, salpicada de ironía, y con unos personajes perfectamente definidos, El cuarteto de Whitechapel pertenece a ese tipo de novelas que nos atrapan sin remedio. En su elaboración se aprecia la pericia de un relojero que logra que cada pieza ajuste con precisión en el engranaje final de la obra. Especial mención merecen sus últimas cien páginas, muy sorprendentes, y que se leen a un ritmo vertiginoso. Se me ocurren muchas razones para recomendar El cuarteto de Whitechapel: es turbadora, divertida a veces, vibrante, demoledora y lúcida. Pero sobre todas estas razones se impone otra de más peso: es una NOVELA (con mayúsculas).
Daniel Sánchez Pardos: "Somos espectadores a tiempo completo de una exhibición continua de atrocidades"
—Borges es una presencia fantasmal en la novela y a la vez muy humana, pues aparece despojado en parte de su halo de gran figura literaria. ¿Qué tiene Borges que le haga tan atractivo incluso como personaje de ficción?
—Como buen fantasma doméstico, el Borges que aparece en El cuarteto de Whitechapel es un ser triste y entrañable. Su presencia en el libro es, en cierto modo, un accidente: uno de esos accidentes felices que en ocasiones se producen en el acto de la creación. El fantasma de Borges no formaba parte del plan inicial de la obra, pero un buen día apareció en un rincón de la casa del protagonista y allí se quedó hasta el final.
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1 comentario:
Es una novela extraordinaria, la recomiendo fervientemente. Enhorabuena por la reseña y la entrevista.
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