Trad. Gema Moraleda. Nocturna Ediciones, Madrid, 2011. 324 pp. 15 €
Sofía Rhei
Sus últimas fotos nos traen la imagen de la bruja más enigmática, maravillosa y llena de sorpresas que uno pueda encontrarse en un relato de fantasía. Cuando aparece en el relato no se sabe si es bondadosa o malvada, pero en realidad no importa: resulta fascinante en su propia excepcionalidad. Podría ser capaz de cualquier cosa.
Y es completamente cierto que Diana Wynne Jones, fallecida hace unos días, fue capaz de conseguir cosas maravillosas. Autora de más de cuarenta novelas de fantasía para adultos, adolescentes y niños, es uno de los referentes fundamentales en el país donde la fantasía se toma más en serio.
Uno de sus últimos libros es La casa de los mil pasillos, perteneciente al mundo de El castillo ambulante (libro en el que se inspiró la bellísima cinta de animación de Miyazaki, cuyos grandes textos de referencia suelen proceder de mujeres, lo que en arte explica el interés de sus protagonistas femeninas) y El castillo en el aire. Todos los libros pueden leerse por separado, pero los tres mantienen una unidad de estilo, ambientación, tipo de descripción psicológica de los personajes, y tramas sorpresivas que, como la arbitraria y adjetiva arquitectura de sus edificios mágicos, atrapa al lector en un fabuloso caos de apariciones (y desapariciones) inesperadas.
El libro empieza como una fantasía amabilísima y sin grandes conflictos. La protagonista es una chica con ideas propias y muchas ganas de descubrir cómo es el mundo que se extiende más allá de su propia casa. La oportunidad de hacerlo le llega cuando el tío abuelo de su madre, el importantísimo mago Norland, contrae una misteriosa enfermedad y tiene que retirarse a una clínica de cuidados élficos. En su ausencia, Charmain es la encargada de cuidar de la casa.
Lo malo es que la casa no se acaba nunca. Muchas de sus puertas son distintas según en qué dirección se abran, o conducen a lugares diferentes simplemente dependiendo de un pequeño giro. Algunas puertas conducen a lugares donde viven seres no humanos, y otras llevan al pasado. Una de ellas conduce al palacio real, donde a Charmain le gustaría ser bibliotecaria.
Casi al mismo tiempo que ella llega a la casa Peter, que fue contratado como aprendiz por el mago antes de enfermar. Peter y Charmain tienen caracteres ligeramente incompatibles, y los esfuerzos de cada uno por sobrevivir al caos doméstico son vistos por el otro como tentativas ridículas. La vida misma, vamos.
A partir de entonces la trama se complica. Empiezan a aparecer personajes y criaturas de lo más variado, y según avanza el libro, el ritmo y las sorpresas se multiplican (y resulta emocionante ver aparecer, casi como secundarios de lujo, a los protagonistas de los libros anteriores), convirtiendo una historia fantasiosa y alocada, donde lo más importante en qué armario se guarda cada cosa si se desea volver a verla, o cómo cocinar cosas sin utilizar la magia, en una persecución trepidante y enloquecida.
El reparto de criaturas mágicas (nada de duendes convencionales, sino criaturas originales y aterradoramente verosímiles, con nombres maravillosos que la traductora ha tenido el acierto de mantener) resulta espectacular. El lector las va descubriendo con la misma perplejidad que Charmain, la protagonista, a quien el esnobismo y clasismo de su madre han mantenido alejada de toda forma de magia a pesar de que su padre, un famoso cocinero, la utiliza con mucha frecuencia en sus recetas.
Tanto los personajes humanos como los que no los son exactamente están retratados de una forma soberbia con cuatro o cinco pincelas de gran capacidad descriptiva. Un gesto, un matiz acerca del tono de voz o de un detalle del vestuario. En este sentido, Wynne Jones hace gala de una gozosa lucidez en la observación de las reacciones no evidentes y de los signos no verbales de la comunicación humana.
El catálogo de figuras que desfilan por el pequeño teatro de este libro podría pertenecer a una peculiar comedia del arte, por abarcar todos los estamentos de la sociedad y todas las edades y tipos psicológicos: el rey despistado, la princesa terca, el mago caprichoso, el falso niño, el demonio de fuego, etc (seguiría enumerando, pero me doy cuenta de que chafaría bastantes sorpresas). En muchos casos se trata de personajes redondos y memorables, con los que es más que posible emocionarse.
Lo más admirable de esta "trilogía" es la unidad de estilo y de imaginario que poseen los tres libros, manteniendo cada uno su capacidad de lectura independiente. Esta cualidad es muy reveladora del talento de Wynne Jones para controlar diferentes registros a su antojo, ya que las tres partes fueron escritas con bastantes años de diferencia (1986, 1990, 2008).
Gracias, Nocturna, por traernos estos libros en ediciones tan cuidadas en todos los aspectos, desde la traducción hasta la elección del papel. La muerte de la autora nos deja pensativos, soñando con los libros que aún podría haber escrito si los elfos hubieran podido cuidar de ella como del mago Norland, pero tenemos la gran suerte de conocerla: hay que dar las gracias por el hecho de que nos queden por leer tantos libros de Diana Wynne Jones.
Sofía Rhei
Sus últimas fotos nos traen la imagen de la bruja más enigmática, maravillosa y llena de sorpresas que uno pueda encontrarse en un relato de fantasía. Cuando aparece en el relato no se sabe si es bondadosa o malvada, pero en realidad no importa: resulta fascinante en su propia excepcionalidad. Podría ser capaz de cualquier cosa.
Y es completamente cierto que Diana Wynne Jones, fallecida hace unos días, fue capaz de conseguir cosas maravillosas. Autora de más de cuarenta novelas de fantasía para adultos, adolescentes y niños, es uno de los referentes fundamentales en el país donde la fantasía se toma más en serio.
Uno de sus últimos libros es La casa de los mil pasillos, perteneciente al mundo de El castillo ambulante (libro en el que se inspiró la bellísima cinta de animación de Miyazaki, cuyos grandes textos de referencia suelen proceder de mujeres, lo que en arte explica el interés de sus protagonistas femeninas) y El castillo en el aire. Todos los libros pueden leerse por separado, pero los tres mantienen una unidad de estilo, ambientación, tipo de descripción psicológica de los personajes, y tramas sorpresivas que, como la arbitraria y adjetiva arquitectura de sus edificios mágicos, atrapa al lector en un fabuloso caos de apariciones (y desapariciones) inesperadas.
El libro empieza como una fantasía amabilísima y sin grandes conflictos. La protagonista es una chica con ideas propias y muchas ganas de descubrir cómo es el mundo que se extiende más allá de su propia casa. La oportunidad de hacerlo le llega cuando el tío abuelo de su madre, el importantísimo mago Norland, contrae una misteriosa enfermedad y tiene que retirarse a una clínica de cuidados élficos. En su ausencia, Charmain es la encargada de cuidar de la casa.
Lo malo es que la casa no se acaba nunca. Muchas de sus puertas son distintas según en qué dirección se abran, o conducen a lugares diferentes simplemente dependiendo de un pequeño giro. Algunas puertas conducen a lugares donde viven seres no humanos, y otras llevan al pasado. Una de ellas conduce al palacio real, donde a Charmain le gustaría ser bibliotecaria.
Casi al mismo tiempo que ella llega a la casa Peter, que fue contratado como aprendiz por el mago antes de enfermar. Peter y Charmain tienen caracteres ligeramente incompatibles, y los esfuerzos de cada uno por sobrevivir al caos doméstico son vistos por el otro como tentativas ridículas. La vida misma, vamos.
A partir de entonces la trama se complica. Empiezan a aparecer personajes y criaturas de lo más variado, y según avanza el libro, el ritmo y las sorpresas se multiplican (y resulta emocionante ver aparecer, casi como secundarios de lujo, a los protagonistas de los libros anteriores), convirtiendo una historia fantasiosa y alocada, donde lo más importante en qué armario se guarda cada cosa si se desea volver a verla, o cómo cocinar cosas sin utilizar la magia, en una persecución trepidante y enloquecida.
El reparto de criaturas mágicas (nada de duendes convencionales, sino criaturas originales y aterradoramente verosímiles, con nombres maravillosos que la traductora ha tenido el acierto de mantener) resulta espectacular. El lector las va descubriendo con la misma perplejidad que Charmain, la protagonista, a quien el esnobismo y clasismo de su madre han mantenido alejada de toda forma de magia a pesar de que su padre, un famoso cocinero, la utiliza con mucha frecuencia en sus recetas.
Tanto los personajes humanos como los que no los son exactamente están retratados de una forma soberbia con cuatro o cinco pincelas de gran capacidad descriptiva. Un gesto, un matiz acerca del tono de voz o de un detalle del vestuario. En este sentido, Wynne Jones hace gala de una gozosa lucidez en la observación de las reacciones no evidentes y de los signos no verbales de la comunicación humana.
El catálogo de figuras que desfilan por el pequeño teatro de este libro podría pertenecer a una peculiar comedia del arte, por abarcar todos los estamentos de la sociedad y todas las edades y tipos psicológicos: el rey despistado, la princesa terca, el mago caprichoso, el falso niño, el demonio de fuego, etc (seguiría enumerando, pero me doy cuenta de que chafaría bastantes sorpresas). En muchos casos se trata de personajes redondos y memorables, con los que es más que posible emocionarse.
Lo más admirable de esta "trilogía" es la unidad de estilo y de imaginario que poseen los tres libros, manteniendo cada uno su capacidad de lectura independiente. Esta cualidad es muy reveladora del talento de Wynne Jones para controlar diferentes registros a su antojo, ya que las tres partes fueron escritas con bastantes años de diferencia (1986, 1990, 2008).
Gracias, Nocturna, por traernos estos libros en ediciones tan cuidadas en todos los aspectos, desde la traducción hasta la elección del papel. La muerte de la autora nos deja pensativos, soñando con los libros que aún podría haber escrito si los elfos hubieran podido cuidar de ella como del mago Norland, pero tenemos la gran suerte de conocerla: hay que dar las gracias por el hecho de que nos queden por leer tantos libros de Diana Wynne Jones.
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