Care Santos
Recuerdo al crítico Rafael Conte, hace años, asegurando con aquella vehemencia tan suya, que Manuel Vicent es el mejor narrador de nuestras letras. Si yo no me atrevo a asegurar lo mismo tras leer esta novela es sólo porque no tengo bien ensayado el tono jactancioso y el papel de crítico en posesión de la verdad. El caso es que Vicent no siempre me gusta tanto, pero en esta ocasión su pluma me parece digna de los más exagerados elogios, la más rendida admiración y la más corrosiva de las envidias.
Lo primero que debo decir es que poco sabía del personaje a quien glosan estas páginas: Jesús Aguirre, segundo esposo de la duquesa de Alba, hijo natural, sacerdote revolucionario y más tarde aristócrata consorte, amigo de algunos escritores de la llamada Generación del 50 -de Juan García Hortelano, sobre todo-, hombre de gran cultura y de veleidades artísticas y vividor irredento, que supo conquistar el corazón de una duquesa poco ortodoxa y apañárselas para vivir con donaire entre paredes palaciegas y hasta de ser enterrado en el panteón de la casa de Alba.
La excusa para entregarse a este relato autobiográfica nos la cuenta Vicent en el primer capítulo, cuando -siempre según él- el propio Aguirre le pidió que se convirtiera en su biográfo en un encuentro celebrado en el Palacio de Oriente y con el rey y unas tapas de chorizo de jabugo como testigos. Allí mismo se comprometió el autor a escribir este libro, y allí mismo fue presentado al rey por el propio interesado como su biógrafo, a lo que don Juan Carlos respondió: "Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado" (página 12). Unas palabras que sirven de advertencia de lo que viene después porque, en efecto, Vicent lo cuenta todo, o eso, por lo menos, piensa el lector, quien no puede dejar de preguntarse qué opinión merecería al excéntrico Aguirre esta biografía suya.
Se podría decir de estas páginas aquello tan traído y llevado de que "se leen como una novela" si no fuera porque son una novela. Vicent se sumerge de cabeza en un relato verídico rellenando con literatura las lagunas de lo biográfico. Aunque, al margen del discurso -siempre un poco latoso- de lo verídico, hay que reconocer que pocos personajes de ficción pueden competir con la existencia de Jesús Aguirre. Y pocos escritores podrían explicársnosla con tanta gracia que recordara al Hola y a las vidas de Suetonio al mismo tiempo (aunque, bien mirado, las vidas de Suetonio fueron como el Hola de la Roma clásica). Sorprende el vigor de la prosa de Vicent, su humor cáustico, su gracejo para contar episodios de la historia más reciente, su tendencia a contar intimidades -secretos de alcoba incluidos- y rozar lo poético al mismo tiempo. Y, por supuesto, sorprende lo que nos cuenta de principio a fin.
Lo mejor de la historia hay que buscarlo, tal vez, en lo más íntimo: la crónica de la relación que trajo al mundo al personaje, o su infancia de niño distinto, en Santander; sus primeras relaciones con Cayetana de Alba o sus largos paseos por el palacio de Liria mostrando a sus amigos tanto los cuadros de Goya como los fondos de armario. El lector le seguirá embelesado, aprendiendo, admirándose de la capacidad de Aguirre para escalar en la sociedad de su momento pero también de adaptarse a todos los papeles, incluidos los menos gratos, como el de Duque de Alba con asignación mensual para tabaco. Y si al llegar al final el personaje inspira ternura es, qué duda cabe, gracias al talento del autor, que fue también -y se precia de ello- su amigo.
En suma, estamos ante una novela excelente. O una biografía excelente. O un modo excelente de retratar un personaje y una época. Su autor dice haber escrito un "retablo ibérico" compuesto de una figira central y varias escenas laterales. En fin, no merece la pena darle vueltas a la cuestión de la clasificación. Démosle la razón a Rafael Conte -que casi siempre la tenía cuando hablaba de literatura- y corramos a leer a Manuel Vicent y lo que sea que haya hecho.
Lo primero que debo decir es que poco sabía del personaje a quien glosan estas páginas: Jesús Aguirre, segundo esposo de la duquesa de Alba, hijo natural, sacerdote revolucionario y más tarde aristócrata consorte, amigo de algunos escritores de la llamada Generación del 50 -de Juan García Hortelano, sobre todo-, hombre de gran cultura y de veleidades artísticas y vividor irredento, que supo conquistar el corazón de una duquesa poco ortodoxa y apañárselas para vivir con donaire entre paredes palaciegas y hasta de ser enterrado en el panteón de la casa de Alba.
La excusa para entregarse a este relato autobiográfica nos la cuenta Vicent en el primer capítulo, cuando -siempre según él- el propio Aguirre le pidió que se convirtiera en su biográfo en un encuentro celebrado en el Palacio de Oriente y con el rey y unas tapas de chorizo de jabugo como testigos. Allí mismo se comprometió el autor a escribir este libro, y allí mismo fue presentado al rey por el propio interesado como su biógrafo, a lo que don Juan Carlos respondió: "Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado" (página 12). Unas palabras que sirven de advertencia de lo que viene después porque, en efecto, Vicent lo cuenta todo, o eso, por lo menos, piensa el lector, quien no puede dejar de preguntarse qué opinión merecería al excéntrico Aguirre esta biografía suya.
Se podría decir de estas páginas aquello tan traído y llevado de que "se leen como una novela" si no fuera porque son una novela. Vicent se sumerge de cabeza en un relato verídico rellenando con literatura las lagunas de lo biográfico. Aunque, al margen del discurso -siempre un poco latoso- de lo verídico, hay que reconocer que pocos personajes de ficción pueden competir con la existencia de Jesús Aguirre. Y pocos escritores podrían explicársnosla con tanta gracia que recordara al Hola y a las vidas de Suetonio al mismo tiempo (aunque, bien mirado, las vidas de Suetonio fueron como el Hola de la Roma clásica). Sorprende el vigor de la prosa de Vicent, su humor cáustico, su gracejo para contar episodios de la historia más reciente, su tendencia a contar intimidades -secretos de alcoba incluidos- y rozar lo poético al mismo tiempo. Y, por supuesto, sorprende lo que nos cuenta de principio a fin.
Lo mejor de la historia hay que buscarlo, tal vez, en lo más íntimo: la crónica de la relación que trajo al mundo al personaje, o su infancia de niño distinto, en Santander; sus primeras relaciones con Cayetana de Alba o sus largos paseos por el palacio de Liria mostrando a sus amigos tanto los cuadros de Goya como los fondos de armario. El lector le seguirá embelesado, aprendiendo, admirándose de la capacidad de Aguirre para escalar en la sociedad de su momento pero también de adaptarse a todos los papeles, incluidos los menos gratos, como el de Duque de Alba con asignación mensual para tabaco. Y si al llegar al final el personaje inspira ternura es, qué duda cabe, gracias al talento del autor, que fue también -y se precia de ello- su amigo.
En suma, estamos ante una novela excelente. O una biografía excelente. O un modo excelente de retratar un personaje y una época. Su autor dice haber escrito un "retablo ibérico" compuesto de una figira central y varias escenas laterales. En fin, no merece la pena darle vueltas a la cuestión de la clasificación. Démosle la razón a Rafael Conte -que casi siempre la tenía cuando hablaba de literatura- y corramos a leer a Manuel Vicent y lo que sea que haya hecho.
3 comentarios:
No comparto tu opinión. Me parece un mal libro, no entiendo muy bien qué ha querido hacer. No es biografía, no es novela, no aporta gran cosa. Tampoco entiendo a santo de qué este libro. Mal, y no soy la Duquesa de Alba.
No he podido leer el libro completo, pues aùn no ha llegado a las librerìas de Bogotà, pero he leido las primeras hojas que nos presenta como abrebocas la editorial y lo poco que he leido, me parece excelente. La escena del Rey comiendo chorizo en medio de la jarana y con Jesùs Aguirre amenazado de caer mal "si lo cuenta todo" me parece una cumbre literaria que solo en sueños pueda ocurrir.
YO soy Belga, y tampoco la Duquesa de Alba... Aprendí mucho leiendo esta novela Y biografía, y también "libro de historia" de la España de los años 60 y 70 que conocí cuando acudía a... Barcelona cada fin de trimestre para controlar las cuentas de la filial de la empresa belga de la cual desempeñaba la dirección financiera. Cuando no podían los Catalanes hablar Catalán ! Muchas gracias,... querido Manuel Vicent
Publicar un comentario