Trad. Ismael Attrache. Contraseña Editorial, Zaragoza, 2011. 160 pp. 15 €
Victoria R. Gil
Ann Eliza y Evelina Bunner poseen una mercería en un mísero edificio de Nueva York. Solas, con el único sostén económico que consiguen obtener de botones, lazos y adornos para sombreros, su vida se reduce a atender la escasa clientela y a compartir cama y mesa en una trastienda cada vez más despoblada de objetos e ilusiones. Lejana ya la juventud en que una boda se considera un acontecimiento previsible, su vida social se limita a la conversación casual con compradoras y vecinas, mujeres siempre que habitan un microcosmos en el que los hombres se mantienen en una discreta, y acaso indiferente, periferia.
Estamos en la misma ciudad y en la misma época en que transcurre La edad de la inocencia, la obra más famosa de Edith Wharton, y, sin embargo, nada más opuesto al refinado ambiente de la alta sociedad neoyorkina en el que se mueven Newland Archer y la Condesa Olenska que esa «tienda muy pequeña en un destartalado semisótano de una calle tranquila ya condenada a la decadencia».
A pesar de la frugalidad de sus días, que obliga periódicamente a empeñar algunas de las reliquias familiares procedentes de un pasado mejor, las hermanas son felices en los reducidos límites de ese mundo en el que una invitada a cenar resulta un suceso festivo y extraordinario. Acostumbradas a su apacible rutina, cuando ésta se quiebra a causa de la llegada a la trastienda de un reloj y del hombre que traerá consigo, sus vidas se trastocan y se pone a prueba una relación que parecía encaminada a trascurrir sin más sorpresas que la entrada de una nueva clienta en la mercería.
Las Hermanas Bunner es uno de esos libros que fluye con la mansedumbre de un río de aguas profundas. Las descripciones son detalladas y morosas, y la sucesión de acontecimientos, sosegada como la propia vida de los personajes que lo pueblan. Edith Wharton se toma su tiempo para presentarnos a las dos hermanas, a la mayor, de un modo directo, ya que será quien nos guíe por su historia, y a la menor, a través del amor incondicional de la primera que atenúa el egoísmo de quien está acostumbrada a recibir sin acordarse de dar.
Sin apenas darnos cuenta, la narración, delicada como un antiguo pañuelo de batista, nos ha sumergido en esa marea que arrasa la tranquila vida de las hermanas y nos angustia, como a ellas, ante la irrupción de un mundo sórdido y despiadado en el que ninguna de las dos parece tener ya cabida.
A pesar de lo más de cien años transcurridos desde que fuera escrita y de lo ajeno que pueda resultarnos hoy ese mundo femenino, recoleto y limitado, la fuerza de los personajes que dibuja Wharton en Las Hermanas Bunner pervive con la misma intensidad e igual frescura que en el lejano final del siglo XIX que los vio nacer.
Y si su contenido no es menos que delicioso, su continente también merece destacarse por el buen gusto que demuestra la edición que nos ofrece Contraseña. No sólo su textura es dócil y su color, apacible, sino que al grosor del papel y lo confortable de su formato se suma una portada, obra de la ilustradora Elisa Arguilé, tan apropiada para el texto que acompaña que pareciera inspirada por la propia Edith Wharton. Por no hablar del placer, cada vez más esquivo, de disfrutar de una lectura sin una sola errata, incorrección o falta de ortografía.
En estos tiempos de vida apresurada y superficial, y de best-sellers de rápido consumo y aún más rápido olvido, poder disfrutar de un libro cómo éste, tan cuidado por dentro como por fuera, es un lujo del que no deberíamos privarnos.
Victoria R. Gil
Ann Eliza y Evelina Bunner poseen una mercería en un mísero edificio de Nueva York. Solas, con el único sostén económico que consiguen obtener de botones, lazos y adornos para sombreros, su vida se reduce a atender la escasa clientela y a compartir cama y mesa en una trastienda cada vez más despoblada de objetos e ilusiones. Lejana ya la juventud en que una boda se considera un acontecimiento previsible, su vida social se limita a la conversación casual con compradoras y vecinas, mujeres siempre que habitan un microcosmos en el que los hombres se mantienen en una discreta, y acaso indiferente, periferia.
Estamos en la misma ciudad y en la misma época en que transcurre La edad de la inocencia, la obra más famosa de Edith Wharton, y, sin embargo, nada más opuesto al refinado ambiente de la alta sociedad neoyorkina en el que se mueven Newland Archer y la Condesa Olenska que esa «tienda muy pequeña en un destartalado semisótano de una calle tranquila ya condenada a la decadencia».
A pesar de la frugalidad de sus días, que obliga periódicamente a empeñar algunas de las reliquias familiares procedentes de un pasado mejor, las hermanas son felices en los reducidos límites de ese mundo en el que una invitada a cenar resulta un suceso festivo y extraordinario. Acostumbradas a su apacible rutina, cuando ésta se quiebra a causa de la llegada a la trastienda de un reloj y del hombre que traerá consigo, sus vidas se trastocan y se pone a prueba una relación que parecía encaminada a trascurrir sin más sorpresas que la entrada de una nueva clienta en la mercería.
Las Hermanas Bunner es uno de esos libros que fluye con la mansedumbre de un río de aguas profundas. Las descripciones son detalladas y morosas, y la sucesión de acontecimientos, sosegada como la propia vida de los personajes que lo pueblan. Edith Wharton se toma su tiempo para presentarnos a las dos hermanas, a la mayor, de un modo directo, ya que será quien nos guíe por su historia, y a la menor, a través del amor incondicional de la primera que atenúa el egoísmo de quien está acostumbrada a recibir sin acordarse de dar.
Sin apenas darnos cuenta, la narración, delicada como un antiguo pañuelo de batista, nos ha sumergido en esa marea que arrasa la tranquila vida de las hermanas y nos angustia, como a ellas, ante la irrupción de un mundo sórdido y despiadado en el que ninguna de las dos parece tener ya cabida.
A pesar de lo más de cien años transcurridos desde que fuera escrita y de lo ajeno que pueda resultarnos hoy ese mundo femenino, recoleto y limitado, la fuerza de los personajes que dibuja Wharton en Las Hermanas Bunner pervive con la misma intensidad e igual frescura que en el lejano final del siglo XIX que los vio nacer.
Y si su contenido no es menos que delicioso, su continente también merece destacarse por el buen gusto que demuestra la edición que nos ofrece Contraseña. No sólo su textura es dócil y su color, apacible, sino que al grosor del papel y lo confortable de su formato se suma una portada, obra de la ilustradora Elisa Arguilé, tan apropiada para el texto que acompaña que pareciera inspirada por la propia Edith Wharton. Por no hablar del placer, cada vez más esquivo, de disfrutar de una lectura sin una sola errata, incorrección o falta de ortografía.
En estos tiempos de vida apresurada y superficial, y de best-sellers de rápido consumo y aún más rápido olvido, poder disfrutar de un libro cómo éste, tan cuidado por dentro como por fuera, es un lujo del que no deberíamos privarnos.
1 comentario:
Hola, quizás os interese saber que tenemos una colección que incluye el relato 'The Other Two' de Edith Wharton en versión original conjuntamente con el relato 'Parson’s Pleasure' de Roald Dahl.
El formato de esta colección es innovador porque permite leer directamente la obra en inglés sin necesidad de usar el diccionario al integrarse un glosario en cada página.
Tenéis más info de este relato y de la colección Read&Listen en http://bit.ly/ojRTWA
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