Eduardo Fariña Poveda
Vivimos tiempos de transiciones, de transformaciones constantes y en donde adaptarse va más allá de satisfacer un apetito intelectual. Los avances científicos y las nuevas tecnologías organizan la arquitectura del mundo primero en la práctica y después en la teoría. De la misma forma que la obra de ciertos poetas necesita más tiempo para que penetre en nuestra conciencia, esta teoría que se escribe después requiere atención pausada. Proust y la neurociencia, de Jonah Lehrer logra hacer una radiografía de esos cambios, a través de las influencias del arte en la investigación científica, con 8 artistas clave en la modernidad.
Esta auténtica antología de artistas hecha por Lehrer abarca todo el espectro del arte. Lehrer, nacido en 1981, es uno de los científicos jóvenes más brillantes de Estados Unidos. Con un paso espectacular por las Universidades de Columbia y Oxford, pertenece al consejo de redacción de Wired, Scientific American Mind, National Public Radio's y Radiolab. Además ha colaborado para The New Yorker, Nature, Seed, The Washington Post et The Boston Globe. Finalmente, Lehrer mantiene un blog. Este científico ha escogido a Walt Whitman, George Eliot, Auguste Escoffier, Marcel Proust, Paul Cézanne, Igor Stravinski, Gertrude Stein y Virginia Woolf para demostrar que cada uno en su terreno, se anticiparon a investigaciones científicas, algunos de ellos casi un siglo antes. Lo que une a todos estos artistas es que todos insinuaron diversos aspectos del funcionamiento de la mente.
Una exploración radical de sus propias experiencias es para Lehrer lo fundamental, ya que limitarse solamente a realizar experimentos científicos hubiera sido demasiado fácil, como apunta en el prólogo. Una concepción estrictamente positivista, donde reina el culto al número y al cálculo, hace que la concepción actual de verdad en la sociedad occidental descanse sobre la idea central de lo ordenadamente demostrable. Hasta el más cuidado experimento científico nace de un acto de imaginación, no muy distinto a la creación de un poema, dibujar un borrador o sencillamente improvisar una merienda en la cocina. Para lograr esa verdad y entender a nuestro cerebro, necesitamos tanto al arte como a la ciencia, cómo dice Lehrer: «Los científicos describen nuestro cerebro en términos de detalles físicos, convencidos de que no somos más que un entramado de células eléctricas y espacios sinápticos, pero la ciencia se olvida de que no es así como experimentamos el mundo (…) al expresar nuestra experiencia real, el artista nos recuerda que la ciencia es incompleta, que ningún mapa de la materia explicará nunca la inmaterialidad de nuestra conciencia» (p.18). El mismo rigor que Lehrer pide a los científicos para acercarse al arte también parece tenerlo para inclinarse hacia una preferencia por el misterio del cerebro, ya que la búsqueda unida del arte y la ciencia es también el culto al enigma de nuestro propio comportamiento. Esto es probablemente uno de los grandes aciertos de este dinámico libro.
Como advertimos en el título, Marcel Proust es el protagonista de este libro divulgativo que debemos leerlo también como la novela-tributo de un investigador sobre sus artistas favoritos. Luego de precisar sobre las dos títulos que ha tenido En búsqueda del tiempo perdido en inglés y sobre la predilección de Proust por los recuerdos y los pasteles, Lehrer nos cuenta que los científicos diseccionan los recuerdos, convirtiéndolos en una relación de moléculas y de regiones cerebrales y que Proust hizo lo mismo con sus frases subordinadas y detalles insignificantes de ciertas cosas. Desde la neurociencia, la psicóloga Rachel Herz demostró en un trabajo titulado Testing the Proustian Hypothesis que nuestros sentido del olfato y gusto son los únicos sentidos que enlazan directamente con el Hipocampo, el centro de la memoria a largo plazo del cerebro. Los restantes sentidos son procesados primeramente por el tálamo, la fuente del lenguaje y la puerta de entrada a la conciencia. Este es sólo un ejemplo de cómo la ficción de Proust –curiosamente destinada de forma primera a ser un ensayo en contra del crítico Saint-Beuve– explica de forma de no ficción cómo el tiempo transmuta la memoria. Con capítulos muy interesantes sobre la figura de Proust, algunos de relectura obligada como Proteínas Sentimentales, Lehrer nos acerca a un Proust más desconocido y más íntimo.
Publicado en inglés en 2008 y el primer libro del autor (se espera la traducción de su segundo libro How to decide) Proust y la neurociencia hace un astuto repaso por los momentos creativos más reseñables de los artistas convocados y se une a una tradición de ensayos que intentan unir la ciencia y el arte, como lo fue el pionero Las Dos Culturas, de C. P. Snow, el cual Oliver Sacks también hace reconocer en la contraportada. En esa conferencia, publicada como ensayo en 1959, Snow criticaba que los científicos no conocieran la poesía de Rilke y a los escritores que no conocieran la segunda ley de termodinámica. Con ese mismo espíritu intelectual y con menos tono profético que Snow, Lehrer debuta como ensayista y con una buena dosis de sentido crítico y humor, nos dice que la moraleja de este libro es que estamos hechos y constituidos de arte y ciencia.
Esta auténtica antología de artistas hecha por Lehrer abarca todo el espectro del arte. Lehrer, nacido en 1981, es uno de los científicos jóvenes más brillantes de Estados Unidos. Con un paso espectacular por las Universidades de Columbia y Oxford, pertenece al consejo de redacción de Wired, Scientific American Mind, National Public Radio's y Radiolab. Además ha colaborado para The New Yorker, Nature, Seed, The Washington Post et The Boston Globe. Finalmente, Lehrer mantiene un blog. Este científico ha escogido a Walt Whitman, George Eliot, Auguste Escoffier, Marcel Proust, Paul Cézanne, Igor Stravinski, Gertrude Stein y Virginia Woolf para demostrar que cada uno en su terreno, se anticiparon a investigaciones científicas, algunos de ellos casi un siglo antes. Lo que une a todos estos artistas es que todos insinuaron diversos aspectos del funcionamiento de la mente.
Una exploración radical de sus propias experiencias es para Lehrer lo fundamental, ya que limitarse solamente a realizar experimentos científicos hubiera sido demasiado fácil, como apunta en el prólogo. Una concepción estrictamente positivista, donde reina el culto al número y al cálculo, hace que la concepción actual de verdad en la sociedad occidental descanse sobre la idea central de lo ordenadamente demostrable. Hasta el más cuidado experimento científico nace de un acto de imaginación, no muy distinto a la creación de un poema, dibujar un borrador o sencillamente improvisar una merienda en la cocina. Para lograr esa verdad y entender a nuestro cerebro, necesitamos tanto al arte como a la ciencia, cómo dice Lehrer: «Los científicos describen nuestro cerebro en términos de detalles físicos, convencidos de que no somos más que un entramado de células eléctricas y espacios sinápticos, pero la ciencia se olvida de que no es así como experimentamos el mundo (…) al expresar nuestra experiencia real, el artista nos recuerda que la ciencia es incompleta, que ningún mapa de la materia explicará nunca la inmaterialidad de nuestra conciencia» (p.18). El mismo rigor que Lehrer pide a los científicos para acercarse al arte también parece tenerlo para inclinarse hacia una preferencia por el misterio del cerebro, ya que la búsqueda unida del arte y la ciencia es también el culto al enigma de nuestro propio comportamiento. Esto es probablemente uno de los grandes aciertos de este dinámico libro.
Como advertimos en el título, Marcel Proust es el protagonista de este libro divulgativo que debemos leerlo también como la novela-tributo de un investigador sobre sus artistas favoritos. Luego de precisar sobre las dos títulos que ha tenido En búsqueda del tiempo perdido en inglés y sobre la predilección de Proust por los recuerdos y los pasteles, Lehrer nos cuenta que los científicos diseccionan los recuerdos, convirtiéndolos en una relación de moléculas y de regiones cerebrales y que Proust hizo lo mismo con sus frases subordinadas y detalles insignificantes de ciertas cosas. Desde la neurociencia, la psicóloga Rachel Herz demostró en un trabajo titulado Testing the Proustian Hypothesis que nuestros sentido del olfato y gusto son los únicos sentidos que enlazan directamente con el Hipocampo, el centro de la memoria a largo plazo del cerebro. Los restantes sentidos son procesados primeramente por el tálamo, la fuente del lenguaje y la puerta de entrada a la conciencia. Este es sólo un ejemplo de cómo la ficción de Proust –curiosamente destinada de forma primera a ser un ensayo en contra del crítico Saint-Beuve– explica de forma de no ficción cómo el tiempo transmuta la memoria. Con capítulos muy interesantes sobre la figura de Proust, algunos de relectura obligada como Proteínas Sentimentales, Lehrer nos acerca a un Proust más desconocido y más íntimo.
Publicado en inglés en 2008 y el primer libro del autor (se espera la traducción de su segundo libro How to decide) Proust y la neurociencia hace un astuto repaso por los momentos creativos más reseñables de los artistas convocados y se une a una tradición de ensayos que intentan unir la ciencia y el arte, como lo fue el pionero Las Dos Culturas, de C. P. Snow, el cual Oliver Sacks también hace reconocer en la contraportada. En esa conferencia, publicada como ensayo en 1959, Snow criticaba que los científicos no conocieran la poesía de Rilke y a los escritores que no conocieran la segunda ley de termodinámica. Con ese mismo espíritu intelectual y con menos tono profético que Snow, Lehrer debuta como ensayista y con una buena dosis de sentido crítico y humor, nos dice que la moraleja de este libro es que estamos hechos y constituidos de arte y ciencia.
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