Trad. Martín López-Vega. Alpha Decay, Barcelona, 2010. 208 pp. 17 €
Recaredo Veredas
Esta es una reseña entusiasta. La causa es el hallazgo de un espíritu que creía perdido para siempre. el apocalipsis de los trabajadores supone el regreso de la primacía del lenguaje. Una pretensión que creía devorada por el dominio de la palabra exacta —tantas veces maravilloso, aunque no siempre imprescindible— y el temor a lo superfluo.
La influencia de los clásicos de la literatura portuguesa contemporánea, como Lobo Antunes, es palpable aunque valter hugo maes mantenga con soltura su carácter. El rastro se percibe, por ejemplo, en su querencia por el monólogo interior y en la elección de un realismo crudo y compasivo a un tiempo, alejado de la complacencia o la exhibición de penurias. Los protagonistas de esta novela oscilan entre la lucidez y una fantasía infantil, enternecedora, tal vez imprescindible para su difícil supervivencia. Tanto como eludir el apocalipsis que menciona el título, que define la tragedia de una clase trabajadora devorada por los mismos que afirman luchar por su bienestar. La eliminación de las mayúsculas es correlato del intento de supresión de los privilegios que alienta a la narración (es una novela social, por mucho que la fantasía y el poder verbal del autor le alejen del tópico).
El registro escogido por valter hugo maes es muy literario pero no resulta superfluo: responde a los sentimientos de los protagonistas y a sus peripecias. Sus densas frases y su regreso a ensoñaciones celestiales o soviéticas, no resultan triviales porque las palabras escogidas son las únicas posibles. Y cuando solo resta la opción de la densidad no hay palabrería. Esta densidad no le aleja de unos personajes emplazados en la humildad y no implica una posición de superioridad. El autor les mira a la cara. De hecho el reconocimiento de la dignidad de los trabajadores —una frase tristemente demodé— es una de las metas, por no decir la meta, de esta novela. Una búsqueda que se mantiene firme hasta las últimas páginas, culminadas con un desenlace coherente, anticipado incluso en las primeras páginas, pero difícil por su cercanía con la solución fácil, con el Deus ex Machina. Sin embargo el autor elude con habilidad —apelando a la pura técnica, a la construcción de una escena bellísima— el peligro.
El narrador oscila sin temblores en un espectro que comienza en la tercera persona y termina en el monólogo interior. Se toma unas libertades notables, solo admisibles en escritores muy veteranos, muy seguros de su obra. Sus atrevimientos quebrarían, en autores inexpertos o torpes, la indefinición de la tercera persona: «…desistiendo de la caminata como exhausta y sin más fuerzas, de tan grande que era su disgusto, pero sin detenerse, como si fuera un personaje de ingmar bergman, con planos muy cercanos de su rostro alterado, escrutado por la cámara, invadido por los espectadores de la sala de cine sin ninguna piedad…».
No nos encontramos ante un libro perfecto pero proviene de un escritor brillante como pocos. De un autor que posee el difícil don del lenguaje y la capacidad para escribir sobre temas trascendentes sin caer en la pedantería o la reiteración. Un autor, aunque sea un término gastado, necesario. el apocalipsis de los trabajadores representa la auténtica renovación de una tendencia que se presuponía dañada por la postmodernidad y una demostración de la valentía de la narrativa portuguesa.
Recaredo Veredas
Esta es una reseña entusiasta. La causa es el hallazgo de un espíritu que creía perdido para siempre. el apocalipsis de los trabajadores supone el regreso de la primacía del lenguaje. Una pretensión que creía devorada por el dominio de la palabra exacta —tantas veces maravilloso, aunque no siempre imprescindible— y el temor a lo superfluo.
La influencia de los clásicos de la literatura portuguesa contemporánea, como Lobo Antunes, es palpable aunque valter hugo maes mantenga con soltura su carácter. El rastro se percibe, por ejemplo, en su querencia por el monólogo interior y en la elección de un realismo crudo y compasivo a un tiempo, alejado de la complacencia o la exhibición de penurias. Los protagonistas de esta novela oscilan entre la lucidez y una fantasía infantil, enternecedora, tal vez imprescindible para su difícil supervivencia. Tanto como eludir el apocalipsis que menciona el título, que define la tragedia de una clase trabajadora devorada por los mismos que afirman luchar por su bienestar. La eliminación de las mayúsculas es correlato del intento de supresión de los privilegios que alienta a la narración (es una novela social, por mucho que la fantasía y el poder verbal del autor le alejen del tópico).
El registro escogido por valter hugo maes es muy literario pero no resulta superfluo: responde a los sentimientos de los protagonistas y a sus peripecias. Sus densas frases y su regreso a ensoñaciones celestiales o soviéticas, no resultan triviales porque las palabras escogidas son las únicas posibles. Y cuando solo resta la opción de la densidad no hay palabrería. Esta densidad no le aleja de unos personajes emplazados en la humildad y no implica una posición de superioridad. El autor les mira a la cara. De hecho el reconocimiento de la dignidad de los trabajadores —una frase tristemente demodé— es una de las metas, por no decir la meta, de esta novela. Una búsqueda que se mantiene firme hasta las últimas páginas, culminadas con un desenlace coherente, anticipado incluso en las primeras páginas, pero difícil por su cercanía con la solución fácil, con el Deus ex Machina. Sin embargo el autor elude con habilidad —apelando a la pura técnica, a la construcción de una escena bellísima— el peligro.
El narrador oscila sin temblores en un espectro que comienza en la tercera persona y termina en el monólogo interior. Se toma unas libertades notables, solo admisibles en escritores muy veteranos, muy seguros de su obra. Sus atrevimientos quebrarían, en autores inexpertos o torpes, la indefinición de la tercera persona: «…desistiendo de la caminata como exhausta y sin más fuerzas, de tan grande que era su disgusto, pero sin detenerse, como si fuera un personaje de ingmar bergman, con planos muy cercanos de su rostro alterado, escrutado por la cámara, invadido por los espectadores de la sala de cine sin ninguna piedad…».
No nos encontramos ante un libro perfecto pero proviene de un escritor brillante como pocos. De un autor que posee el difícil don del lenguaje y la capacidad para escribir sobre temas trascendentes sin caer en la pedantería o la reiteración. Un autor, aunque sea un término gastado, necesario. el apocalipsis de los trabajadores representa la auténtica renovación de una tendencia que se presuponía dañada por la postmodernidad y una demostración de la valentía de la narrativa portuguesa.
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