El Aleph Editores, Barcelona, 2010, 128 pp. 18 €
Miguel Baquero
Hay que aclarar, antes de nada, que el último libro de Montero Glez, Pistola y cuchillo, no es una biografía de Camarón de la Isla, pese a lo que pudiera pensarse por lo que dice la faja que lo envuelve o por la portada. Pistola y cuchillo es una narración en la que el célebre cantaor aparece como personaje protagonista… quizás algo más: una novela en la que la acción gira en torno a la figura del de San Fernando, y a la fascinación que, en su día, ejerció sobre aquellos que le rodeaban y quienes trataron con él. Se alude, sí, a varios capítulos de su biografía, se retrata su inveterada pasión por el tabaco, o se pintan algunos rasgos famosos de su personalidad, como su aire distante o el laconismo con que se solía expresar, pero, a pesar de ello, la novela de Montero Glez no es la crónica novelada de una vida. El objetivo de este libro no es reconstruir unos pasos sino recrear, durante unas páginas, una presencia: la de Camarón de la Isla. Su planta, su manera de sentarse al filo de la silla, su modo de romper a cantar, su figura, su arte…
Para poder cumplir este objetivo, el de invocar a alguien y que el llamado resulte eficaz, se necesita, por encima de todo, de cualquier técnica o de cualquier truco de oficio, escribir con verdadera entrega, con auténtica pasión por el personaje al que se rememora. Este era, a mi entender, el principal riesgo de una novela como ésta: el que sin “verdad” no puede sostenerse. En que, cierto modo, sólo cuanto más sincero y genuino fuera el sentimiento, sólo así podrían tener sentido las páginas, y en el momento en que el escritor desfalleciera o, aún peor, se refugiara en el elogio continuo, el ditirambo o la hipérbole excesiva, el edificio podría venirse abajo. Sin embargo, siempre he tenido a Montero Glez, desde sus primeros libros, por un escritor valiente, en el sentido de no rehúye caminar al filo de la navaja, es más, suele encontrarse a gusto allí donde las novelas se juegan a cara o cruz, donde un detalle lo decide todo … y en este caso, lo genuino y verdadero de su pasión por Camarón hace que, sin red debajo, atraviese el alambre y consiga llegar hasta el final.
Como en otras novelas de Montero Glez, no es en ésta tampoco importante la trama, o no está armada la novela en torno a ella. Lo importante es el ambiente, los personajes, el clima que consigue crear el escritor; lo que ocurre podría decirse que es lo de menos, y prueba de ello es que la acción parece a veces detenerse durante muchas páginas en un mismo punto, punto del que el narrador va y vuelve mediante recuerdos; así mismo tampoco importa demasiado si la acción llega a resolverse o no. Para quienes creemos que las buenas novelas no son, o no deberían ser, una sucesión de peripecias, rápidas y ágiles, de fácil lectura y aun más fácil olvido, sino la construcción, mediante el estilo, de un mundo paralelo y un ambiente en el que sumergirse, cada novela de Montero Glez supone todo un acontecimiento. En el caso de Pistola y cuchillo, otro más.
Otras reseñas de Montero Glez en la Tormenta:
-Pólvora negra
-Manteca colorá
-Diario de un hincha
Miguel Baquero
Hay que aclarar, antes de nada, que el último libro de Montero Glez, Pistola y cuchillo, no es una biografía de Camarón de la Isla, pese a lo que pudiera pensarse por lo que dice la faja que lo envuelve o por la portada. Pistola y cuchillo es una narración en la que el célebre cantaor aparece como personaje protagonista… quizás algo más: una novela en la que la acción gira en torno a la figura del de San Fernando, y a la fascinación que, en su día, ejerció sobre aquellos que le rodeaban y quienes trataron con él. Se alude, sí, a varios capítulos de su biografía, se retrata su inveterada pasión por el tabaco, o se pintan algunos rasgos famosos de su personalidad, como su aire distante o el laconismo con que se solía expresar, pero, a pesar de ello, la novela de Montero Glez no es la crónica novelada de una vida. El objetivo de este libro no es reconstruir unos pasos sino recrear, durante unas páginas, una presencia: la de Camarón de la Isla. Su planta, su manera de sentarse al filo de la silla, su modo de romper a cantar, su figura, su arte…
Para poder cumplir este objetivo, el de invocar a alguien y que el llamado resulte eficaz, se necesita, por encima de todo, de cualquier técnica o de cualquier truco de oficio, escribir con verdadera entrega, con auténtica pasión por el personaje al que se rememora. Este era, a mi entender, el principal riesgo de una novela como ésta: el que sin “verdad” no puede sostenerse. En que, cierto modo, sólo cuanto más sincero y genuino fuera el sentimiento, sólo así podrían tener sentido las páginas, y en el momento en que el escritor desfalleciera o, aún peor, se refugiara en el elogio continuo, el ditirambo o la hipérbole excesiva, el edificio podría venirse abajo. Sin embargo, siempre he tenido a Montero Glez, desde sus primeros libros, por un escritor valiente, en el sentido de no rehúye caminar al filo de la navaja, es más, suele encontrarse a gusto allí donde las novelas se juegan a cara o cruz, donde un detalle lo decide todo … y en este caso, lo genuino y verdadero de su pasión por Camarón hace que, sin red debajo, atraviese el alambre y consiga llegar hasta el final.
Como en otras novelas de Montero Glez, no es en ésta tampoco importante la trama, o no está armada la novela en torno a ella. Lo importante es el ambiente, los personajes, el clima que consigue crear el escritor; lo que ocurre podría decirse que es lo de menos, y prueba de ello es que la acción parece a veces detenerse durante muchas páginas en un mismo punto, punto del que el narrador va y vuelve mediante recuerdos; así mismo tampoco importa demasiado si la acción llega a resolverse o no. Para quienes creemos que las buenas novelas no son, o no deberían ser, una sucesión de peripecias, rápidas y ágiles, de fácil lectura y aun más fácil olvido, sino la construcción, mediante el estilo, de un mundo paralelo y un ambiente en el que sumergirse, cada novela de Montero Glez supone todo un acontecimiento. En el caso de Pistola y cuchillo, otro más.
Otras reseñas de Montero Glez en la Tormenta:
-Pólvora negra
-Manteca colorá
-Diario de un hincha
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