Trad. Wenceslao-Carlos Lozano. Periférica, Madrid, 2010. 125 pp. 13,50 €
Salvador Gutiérrez Solís
Uno se puede pasar la vida leyendo a Balzac. Yo lo hago, y me es grato reconocerlo. Y no es necesario repetir lecturas, buscar interpretaciones ocultas, estudiarlo, analizarlo, someterlo a examen, acudir a nuevas traducciones. Me refiero a cantidad, la obra de Balzac es tan amplia y descomunal que, me temo, habríamos de renunciar a la actualidad, a lo contemporáneo, para lograr alcanzar el objetivo. Tampoco es una mala idea, visto lo visto y leído lo leído.
Balzac trazó la arquitectura de la novela del presente, trasladó el género a una dimensión terrenal: las personas, personas de carne y hueso, y sus circunstancias, sus miserias y grandezas, pasaron a ocupar un papel principal. Es lo que el propio Balzac denominó Comedia Humana, en clara contraposición a la Divina, y que no deja de ser el más extenso y meticuloso escaparate de caracteres, personalidades y perfiles humanos que nos ha proporcionado la Literatura.
Balzac, como su vástago más prolífico, Rastignac, siempre quiso dejar atrás su pasado de provincias y pan negro para ser “alguien”, un semejante tal vez, uno más, en la exquisita sociedad de la capital, en la Corte, en los salones de baile. Buena parte de su obra se ocupa de este huida, y, por tanto, retrata y disecciona a sus protagonistas, instalados o aspirantes, ricos de fábula o nuevos acaudalados, poetas hampones, mujeres ambiciosas o sometidas. Las mujeres, tal y como lo atestigua el título que hoy nos ocupa, son esenciales en la narrativa de Balzac. Misógino y admirador, las amó y odió con semejante intensidad, tanto en su vida privada como en su Comedia Humana.
Con frecuencia tratamos de buscar en el pasado reciente o en el presente autores que aguanten el disfraz de Balzac. Capote, Wolfe o Umbral se citan con asiduidad. ¿Y por qué no Easton Ellis, Ángel Antonio Herrera y hasta el mismísimo Jaime Peñafiel? Las comparaciones son siempre odiosas, en cualquier caso. Sin embargo, no puedo dejar de imaginarme a ese Balzac actual, en su versión española, de copas con Nati Abascal, el más dicharachero en las fiestas de Almodóvar y devoto seguidor de Mujeres Ricas, ese programa alucinante y abominable que bien le habría proporcionado más de una mujer digna de ser exportada a su universo literario.
Acierta una vez más Periférica, especialista y especializada en recuperar joyas literarias escondidas bajo la herrumbre de lo inminente, devolviendo a la luz de hoy un texto del Balzac más soberbio y contenido. Imponente siempre, el escritor francés se siente especialmente cómodo en las distancias medias. Y nos regala, al mismo tiempo, un estupendo y clarificador prefacio de Wenceslao-Carlos Lozano. Motivos más que suficientes para adentrarse en la lectura de estas Mujeres lo bastante ricas, pieza fundamental para el coleccionista y anzuelo inevitable para el no iniciado en la obra balzaciana.
Salvador Gutiérrez Solís
Uno se puede pasar la vida leyendo a Balzac. Yo lo hago, y me es grato reconocerlo. Y no es necesario repetir lecturas, buscar interpretaciones ocultas, estudiarlo, analizarlo, someterlo a examen, acudir a nuevas traducciones. Me refiero a cantidad, la obra de Balzac es tan amplia y descomunal que, me temo, habríamos de renunciar a la actualidad, a lo contemporáneo, para lograr alcanzar el objetivo. Tampoco es una mala idea, visto lo visto y leído lo leído.
Balzac trazó la arquitectura de la novela del presente, trasladó el género a una dimensión terrenal: las personas, personas de carne y hueso, y sus circunstancias, sus miserias y grandezas, pasaron a ocupar un papel principal. Es lo que el propio Balzac denominó Comedia Humana, en clara contraposición a la Divina, y que no deja de ser el más extenso y meticuloso escaparate de caracteres, personalidades y perfiles humanos que nos ha proporcionado la Literatura.
Balzac, como su vástago más prolífico, Rastignac, siempre quiso dejar atrás su pasado de provincias y pan negro para ser “alguien”, un semejante tal vez, uno más, en la exquisita sociedad de la capital, en la Corte, en los salones de baile. Buena parte de su obra se ocupa de este huida, y, por tanto, retrata y disecciona a sus protagonistas, instalados o aspirantes, ricos de fábula o nuevos acaudalados, poetas hampones, mujeres ambiciosas o sometidas. Las mujeres, tal y como lo atestigua el título que hoy nos ocupa, son esenciales en la narrativa de Balzac. Misógino y admirador, las amó y odió con semejante intensidad, tanto en su vida privada como en su Comedia Humana.
Con frecuencia tratamos de buscar en el pasado reciente o en el presente autores que aguanten el disfraz de Balzac. Capote, Wolfe o Umbral se citan con asiduidad. ¿Y por qué no Easton Ellis, Ángel Antonio Herrera y hasta el mismísimo Jaime Peñafiel? Las comparaciones son siempre odiosas, en cualquier caso. Sin embargo, no puedo dejar de imaginarme a ese Balzac actual, en su versión española, de copas con Nati Abascal, el más dicharachero en las fiestas de Almodóvar y devoto seguidor de Mujeres Ricas, ese programa alucinante y abominable que bien le habría proporcionado más de una mujer digna de ser exportada a su universo literario.
Acierta una vez más Periférica, especialista y especializada en recuperar joyas literarias escondidas bajo la herrumbre de lo inminente, devolviendo a la luz de hoy un texto del Balzac más soberbio y contenido. Imponente siempre, el escritor francés se siente especialmente cómodo en las distancias medias. Y nos regala, al mismo tiempo, un estupendo y clarificador prefacio de Wenceslao-Carlos Lozano. Motivos más que suficientes para adentrarse en la lectura de estas Mujeres lo bastante ricas, pieza fundamental para el coleccionista y anzuelo inevitable para el no iniciado en la obra balzaciana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario