Mondadori, Barcelona, 2006. 459 pp. 21 €
Guillermo Ruiz Villagordo
Aquí tenemos a uno de los últimos miembros de la “Next Generation”, etiqueta de lo más flexible con la que la editorial Mondadori ha reunido a una serie de jóvenes escritores norteamericanos de los que publica sus obras en castellano, desde las del que podríamos considerar hermano mayor Michael Chabon a las de los chicos malos Chuck Palaniuk y David Foster Wallace, pasando por los desternillantes relatos ejemplares de David Sedaris o la oscura, potente y desapercibida “Pozo” de Matthew McIntosh. Porque seamos sinceros: dicha generación no existe ni por asomo. Vamos, que el único punto en común de estos autores es vivir en los Estados Unidos de hoy, con lo que el hecho de que critiquen sus aspectos mercantilistas, la educación puritana en contraste con la “depravada” libertad juvenil, su propia situación política en el mundo, no es precisamente desconcertante. Eso en cuanto al contenido (la dichosa palabrita hace que le rechinen a uno los dientes), porque en cuanto a la forma, al estilo, ni que decir tiene que es de lo más variado (gracias a dios).
En este caso, la excusa argumental utilizada por el debutante novelista David Gilbert para derramar críticas veladas y no tan veladas contra el “sistema” es la siguiente: Billy Schine, para huir de unos acreedores que le conducen a un síndrome de manía persecutoria, abandona a su novia y decide formar parte durante unas semanas de un grupo de “normales”, que no son otros que los conejillos de indias humanos sobre los que probar los efectos de diversos fármacos. El encierro preventivo al que se someten para salvaguardar el correcto desarrollo del experimento nos permite conocer esa nueva estructura social artificial y a los estrambóticos miembros que la forman, como dos primos locos por las armas de fuego o un experto en estas cuestiones con problemas de higiene.
Lo principal que podemos decir de esta novela es que Gilbert ha creado un protagonista irritante como pocos (al menos espero que fuera ésa su intención). Y es que Billy Schine, que es el hilo conductor de la historia, hace que ésta transcurra con una lentitud desesperante merced a sus continuas pseudo-reflexiones sobre cualquier cosa que se le ponga a tiro: se para en Times Square y la novela también lo hace mientras recopila impresiones sobre el infecto imperio americano y la fugacidad del tiempo; se sube a una furgoneta y otro tanto. De esto resulta una novela sobrecargada a la que hay que reconocer que le sobran páginas aquí y allá, pero el tinte humorístico que la recubre hace más aceptable y digerible esta paranoia analista, de la que por otra parte no podría prescindir porque es evidente que se trata del tour de force al que quiso hacer frente su autor.
El resto es (gracias de nuevo a dios, que nunca es suficientemente alabado) esa narrativa neutra a la que nos tienen acostumbrados aquellos escritores que aspiran a escribir algo más que un best-seller pero menos que una obra maestra contemporánea (aunque pretendan llegar a esto último), es decir, una historia que no plantea excesivos problemas técnicos y discurre por un camino claro, abigarrada con mil y un adornos que no lo entorpecen mucho (recordemos que son sólo adornos) y con una tesis de crítica social expuesta con una ironía a veces tierna y otras hiriente. Que es lo mínimo que uno puede esperar ya que invierte su tiempo en su lectura.
Guillermo Ruiz Villagordo
Aquí tenemos a uno de los últimos miembros de la “Next Generation”, etiqueta de lo más flexible con la que la editorial Mondadori ha reunido a una serie de jóvenes escritores norteamericanos de los que publica sus obras en castellano, desde las del que podríamos considerar hermano mayor Michael Chabon a las de los chicos malos Chuck Palaniuk y David Foster Wallace, pasando por los desternillantes relatos ejemplares de David Sedaris o la oscura, potente y desapercibida “Pozo” de Matthew McIntosh. Porque seamos sinceros: dicha generación no existe ni por asomo. Vamos, que el único punto en común de estos autores es vivir en los Estados Unidos de hoy, con lo que el hecho de que critiquen sus aspectos mercantilistas, la educación puritana en contraste con la “depravada” libertad juvenil, su propia situación política en el mundo, no es precisamente desconcertante. Eso en cuanto al contenido (la dichosa palabrita hace que le rechinen a uno los dientes), porque en cuanto a la forma, al estilo, ni que decir tiene que es de lo más variado (gracias a dios).
En este caso, la excusa argumental utilizada por el debutante novelista David Gilbert para derramar críticas veladas y no tan veladas contra el “sistema” es la siguiente: Billy Schine, para huir de unos acreedores que le conducen a un síndrome de manía persecutoria, abandona a su novia y decide formar parte durante unas semanas de un grupo de “normales”, que no son otros que los conejillos de indias humanos sobre los que probar los efectos de diversos fármacos. El encierro preventivo al que se someten para salvaguardar el correcto desarrollo del experimento nos permite conocer esa nueva estructura social artificial y a los estrambóticos miembros que la forman, como dos primos locos por las armas de fuego o un experto en estas cuestiones con problemas de higiene.
Lo principal que podemos decir de esta novela es que Gilbert ha creado un protagonista irritante como pocos (al menos espero que fuera ésa su intención). Y es que Billy Schine, que es el hilo conductor de la historia, hace que ésta transcurra con una lentitud desesperante merced a sus continuas pseudo-reflexiones sobre cualquier cosa que se le ponga a tiro: se para en Times Square y la novela también lo hace mientras recopila impresiones sobre el infecto imperio americano y la fugacidad del tiempo; se sube a una furgoneta y otro tanto. De esto resulta una novela sobrecargada a la que hay que reconocer que le sobran páginas aquí y allá, pero el tinte humorístico que la recubre hace más aceptable y digerible esta paranoia analista, de la que por otra parte no podría prescindir porque es evidente que se trata del tour de force al que quiso hacer frente su autor.
El resto es (gracias de nuevo a dios, que nunca es suficientemente alabado) esa narrativa neutra a la que nos tienen acostumbrados aquellos escritores que aspiran a escribir algo más que un best-seller pero menos que una obra maestra contemporánea (aunque pretendan llegar a esto último), es decir, una historia que no plantea excesivos problemas técnicos y discurre por un camino claro, abigarrada con mil y un adornos que no lo entorpecen mucho (recordemos que son sólo adornos) y con una tesis de crítica social expuesta con una ironía a veces tierna y otras hiriente. Que es lo mínimo que uno puede esperar ya que invierte su tiempo en su lectura.
1 comentario:
Creo que la crítica contiene tres errores que me gustaría señalar:
1.- Billy no abandona a su novia, ya que Sally, como se llama la chinita con la que comparte piso, mantiene "encuentros" con él, casi inevitables al haber una sola cama.
2.- Billy y el resto de participantes, no experimentan con medicamentos, sino con con un único fármaco que pretende sanar a esquizofrénicos.
3.- Los "primos locos" no afirman serlo (alguien les pregunta y ellos no constestan a dicha pregunta).
Por otro lado, la novela me parece muy buena y no le sobran páginas. Tampoco veo oportuna la crítica final donde la descalifica por aspirar a "algo más que un best-seller". Se trata de una lectura que recomendaría a todo el que andara buscando leer un texto conectado realmente con nuestro tiempo (y con muchas de las angustias que padecemos; algunos al menos).
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