martes, octubre 17, 2006

Cartas de la guerra. Correspondencia desde Angola, António Lobo Antunes

Debate, Barcelona, 2006, 432 pp. 22 €

Juan Marqués

Este libro, tal vez, no debería existir, pero menos mal que existe. María José y Joana Lobo Antunes han cometido la feliz indecencia de publicar, sin el permiso de su padre, las numerosas y breves cartas que éste envió a su mujer durante los dos años en que se vio obligado a ejercer como médico militar en la guerra de Angola, y el resultado es un libro estupendo que interesa e incluso conmueve por varios motivos.
Se trata, rotundamente, de un libro de amor, y por ello es injusto que casi todo lo que se está escribiendo y comentando sobre él atienda a esos pasajes más subidamente eróticos (e incluso algo más...) que, efectivamente, tienen enorme presencia en este epistolario (no escribo “correspondencia” porque no se publican las cartas de ella) pero que no constituyen su elemento principal, sino que son otro modo de expresar la soledad, el tedio, la nostalgia... La impaciencia sexual se alía con el miedo, el humor amargo, el insomnio, la necesidad de escribir, o la rabia y tristeza por no recibir más cartas, y todo ello acaba por dibujar muy eficazmente la rutina y el vacío de un hombre joven en una situación peligrosa, hostil y desesperantemente larga, mientras su mujer espera en Portugal y da a luz a su primera hija. “¡Qué triste es desear que el tiempo pase!”, exclama en lo que podría ser una expresiva síntesis del libro.
Por supuesto, hay formas de escape, y en todas ellas ya reconocemos el estilo del extraordinario escritor en el que se convertiría enseguida António Lobo Antunes, empezando por esas audacias sintácticas que tanto le caracterizan, y siguiendo por los brochazos de intenso talento poético que salen aquí o allá en todos sus textos. Se recurre continuamente al humor, aunque, dadas las circunstancias, son bromas, relatos anecdóticos y comentarios jocosos (algunos desternillantes) a los que se acude para no desesperar, para no sufrir demasiado, para seguir sabiéndose humano. Y está la propia escritura: le vemos trabajar en una novela diez o doce horas al día, corrigiendo continuamente, probando distintas versiones y descartando todas, convencido un lunes de estar escribiendo una obra maestra, y persuadido el martes de ser un absoluto inútil para la literatura. Y, finalmente, también le ayuda mucho el alcanzar pronto una sabiduría estoica francamente útil: “Una de las cosas que he aprendido aquí es a no sufrir por casi nada de lo que sucede”.
Por otra parte, en estas cartas hay también algo de novela de aprendizaje. Perdonadme la larga cita, pero es mucho más útil que cualquier cosa que pudiese comentar al respecto:
Empiezo a comprender que no se puede vivir sin una conciencia política de la vida: mi estancia aquí me ha abierto los ojos a muchas cosas que no se pueden decir por carta. Esto es terrible, y trágico. Todos los días me conmuevo e indigno con lo que veo y con lo que sé, y estoy sinceramente dispuesto a sacrificar mi comodidad —y algo más, si fuese necesario— por lo que considero importante y justo. Mi instinto conservador y acomodaticio ha evolucionado mucho y la aguja se desplaza, día a día, hacia la izquierda: no puedo seguir viviendo como lo he hecho hasta ahora.
Por encima, sin embargo, del humor “higiénico”, de la creación literaria, de la indolencia filosófica o de la evolución ideológica, está el recuerdo, la ausencia, la añoranza, que son los indiscutibles protagonistas del libro. Su autor sabe que, aunque larga, vive una situación provisional, pasajera, y va contando con ansia los días que han pasado y los que quedan. Las ganas de regresar mezcladas con un extraño aunque reconocible miedo al regreso: ¿Qué me encontraré a la vuelta? ¿Seguirá todo igual? ¿Seré yo siendo igual? Demasiadas preguntas para demasiada incertidumbre.
Bien leído, por tanto, el conjunto de estas cartas no carece de cierta épica, de cierta grandeza, de cierta sublimidad. Es cierto que la guerra en sí no tiene demasiada presencia, y que África no pasa de ser aquí un decorado al fondo que recibe mucha menos atención de lo que a muchos nos gustaría, pero los conflictos del hombre que escribe esos mensajes son en buena parte conflictos universales y eternos. El final de la juventud, la evidencia de la propia pequeñez, el comienzo de otro tramo de la vida, que pudiera ser el definitivo...
Un libro, en fin, que sin ser demasiado reflexivo invita continuamente a la reflexión, y que concluye convencido de algo que es muy importante recordar: que nada tiene mucha importancia.

2 comentarios:

Rosa Ribas dijo...

"Intenta entender qué es lo que el autor deseaba hacer y no lo culpes por no lograr lo que nunca intentó." Sugerencia de John Updike a todo reseñista.
Citado por Magda Díaz Morales en su blog "Apostillas literarias".

Anónimo dijo...

o livro foi feito com o consentimento expresso do autor - de outra forma seria ILEGAL e violaria todas as leis de copyright mundiais.