Huerga y Fierro, Madrid, 2015. 122 pp. 14 €
Verónica Aranda
Isla Correyero, autora de una obra poética sólida y personalísima, con libros emblemáticos como Diario de una enfermera, volvió por fin a publicar en 2015, tras una década de silencio editorial que le ha dado cierto malditismo. Hoz en la espalda está concebido como una ópera dramática. De hecho, fue representada en 2014 en el teatro de la facultad de filología de la Universidad de Salamanca, aunque no incluye acotaciones y no deja de leerse como un poema continuo o soliloquio escénico de siete personajes femeninos (que son una misma mujer) y uno masculino, dividido en cinco cantos: Negación, Ira, Posibles pactos, Depresión, Aceptación, que tiene también mucho de tragedia griega.
Como su título indica, el punto de partida es una puñalada por la espalda, un hachazo a traición, el drama de un divorcio tras años de matrimonio, hijos, posesiones en común, encarnado en una mujer madura, dentro una estructura patriarcal. Tras el estupor inicial ante el abandono y la negación de los hechos, hay una muy lograda evolución psicológica, que explora los límites del dolor y el desarraigo que causa toda ruptura, dándole universalidad. Los leitmotivs que aparecen en cada sección ayudan a reconstruir fragmentariamente la historia (la camisa blanca, el perro, el hijo, la joven amante con la huye el marido, la casa en la montaña, etc.) y la evolución de una crisis que ya acarreaba aislamiento y carencia (nunca pude ser feliz del todo) y que culmina en separación.
Correyero lleva a cabo una poética en verso libre y tono narrativo que busca directamente el desgarrado lenguaje de los desesperados; son voces escindidas que parten del profundo vacío (No sé qué voy a hacer ahora con la vida/ si no te voy a ver bajo la lluvia) y del extrañamiento ante la ruptura. Se podría decir que es una escritura de supervivencia hilvanada con sencillez léxica donde abunda el coloquialismo y cierto lenguaje vulgar, quizá por el propio impulso de liberación del yo lírico, que por momentos parece perder el norte en el poema, pero vuelve a cobrar intensidad en los finales, abrochados con maestría.
A veces, salva la ironía, en las alegorías de animales (como el poema Perros) con que se va forjando el despecho y en las maldiciones bíblicas dirigidas al hombre que es “destructor de vidas”. El “antifaz universal del amor”, nubló a cada una de las voces el entendimiento y la intuición de lo que se avecinaba. De la frustración y los abismos de la depresión, se llega finalmente al no rencor y a cierta paz interior, brillando en soledad: Lo más real soy yo/ andar sola/ brillar. Esta Aceptación que constituye la última parte, es la más lograda del poemario y profundiza en la palabra redentora y en la bondad como la base de nuestra civilización.
El tema del divorcio no ha sido muy tratado en poesía española, en comparación con la poesía en lengua inglesa donde sí se ha abordado más extensamente (cabe recordar poemarios magistrales de Anne Carson y Margaret Atwood), por lo que no deja de ser novedoso, a la vez que nos demuestra que la poesía, en su indagación interior, es terapéutica y sanadora.
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