Pre-Textos, Valencia, 2016. 143 pp. 13 €
Ignacio Sanz
Juan Ramón era un neurótico refinado, como suelen serlo los grandes poetas. Qué bien se capta en esta novela en la que los personajes fundamentales, además del propio Juan Ramón y su escudero Juan Guerrero, el cónsul plenipotenciario de la poesía, tal como lo llamó García Lorca, es la propia poesía impura, la musa antojadiza, encarnada en una muchacha que vive en la propia casa de Juan Ramón, provocando los celos de Zenobia. De ahí el título. Pero la musa, como muchacha inconstante y antojadiza, tiende a escaparse, a salir a tomar el aire, a dejarse arrastrar por el primero que la corteje. Además, la musa, como es joven, goza en las fiestas mundanas y en el relumbre de las verbenas. Por eso se escapa una y otra vez. Y entonces el que entra en tensión es Juan Ramón, tan celoso de su obra. No quiere que nadie pueda manosearla por más que ella, tentadora, se deje arrastrar por unos y otros.
El humor, el finísimo humor, se desparrama a lo largo de la obra a través de los encuentros con un elenco de escritores, todos sospechosos de aprovecharse de la musa de Juan Ramón. No en balde aparecen por allí los del 27 tachados como sabemos de hijos bastardos por el poeta de Moguer. Sobre todos recae la duda. Salinas (autor de La voz a mí debida que decía Juan Ramón), Bergamín, ese individuo, Diego, autor de la célebre antología, Alberti, Lorca. Habría que hacer, apunta Juan Ramón, una antología de “mis ecos”. Le obsesionan esos poetas que han homenajeado a Góngora en Sevilla, bajo el impulso del torero Ignacio Sánchez Mejías.
La trama consiste en una serie de fugas y de búsquedas por las casas de algunos de los más destacados escritores de la época, en un Madrid que, en realidad, antes que una metrópolis, parece un poblachón grande, donde todo queda al alcance de la mano, pese a que Zenobia desplaza de un lugar a otro en un moderno coche conducido por ella misma. Así aparecen en su propia salsa las figuras señeras de Azorín, Manuel Machado, Antonio Machado, Pablo Neruda… como personajes de una novela de enredos en la que la finura de Ramírez nos hace partícipes de escenas delirantes que apuntalan algunos de los tópicos que adornan a estos grandes escritores. El huevo frito de la cena aparece sobre la silla en la casa de los Machado. Muy interesante al respecto son las reflexiones que Azorín hace sobre la luz de Castilla y cómo influye en su prosa de pasos cortos.
Al final, porque la sangre empuja, la musa se pierde en El Retiro y Guerrero y Juan Ramón emprenden una nueva salid en su búsqueda. Las pesquisas les arrastran primero a Sevilla donde creen que ha escapado tras el embrujo de Sánchez Mejías. Pero no, el torero sin embargo les orienta hacia Algeciras y, después, a través de una llamada telefónica, hacia Casablanca donde la musa engolfada en los cafetines se niega a regresar para decepción de Juan Ramón. Y allí, en el calor abrasivo, se deja toquetear por todos.
De cuando en cuando, la prosa finísima y sugerente de Ramírez Lozano, se ilustra con fragmentos de poemas de Juan Ramón. Esos fragmentos son ventanas maravillosas que nos descubren el esplendor siempre vivo de una obra gigante y original, una obra de la que, pese a todo, Juan Ramón reniega. De ahí el afán de búsqueda de los ejemplares en los que ha aparecido. Quiere quemarlos. Juan Ramón no puede soportar que anden por ahí en manos de unos pocos lectores y, como son tan pocos, los requiere a través de Juan Guerrero para que se los devuelvan con la promesa de hacerles llegar algún día la nueva edición de la que desaparecerán todos esos versos impuros que ahora tanto pesar le causan. En fin, en fin, juanramoniano puro. Una delicia que se lee en dos suspiros y que denota la fineza del autor que ha ganado tantos premios de novela, de literatura infantil y de poesía. Entre otros, cómo no, el premio Juan Ramón Jiménez. Pero, de oca en oca, esta novela viene respaldada por el XXIV premio Juan March Cencillo que concede en Mallorca la Fundación Bartolomé March Servera. Enhorabuena de nuevo.
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