viernes, febrero 10, 2017

Piel de lobo, Lara Moreno


Lumen, Barcelona, 2016. 264 pp. 19,90 €

Ariadna G. García

Uno de los temas más atractivos y complicados sobre los que escribir es el de las relaciones familiares. En todas las casas existen tabúes que ocultar, relaciones mal avenidas que acaban explotando, y traumas infantiles cuyas asombras alcanzan a adultos carentes de recursos –de sensibilidad, de inteligencia emocional– para encarar con éxito sus vidas. No deja de ser curioso que una institución tan importante desde que nacemos sea a la vez un nicho de problemas, de conflictos, de rencores de lo que a menudo es mejor tomar distancia. Al fin y al cabo, la sangre no deja de ser un líquido viscoso; lo relevante no es el genoma que uno hereda o comparte con otros miembros de su especie, sino la red de valores que los une y sostiene para garantizarles su protección. Pero no siempre resulta sencillo separarse de ese núcleo, por muy tóxico que sea. La inercia, la culpa o la inseguridad sirven de argamasa para recomponer un muro roto. Y de eso trata la última novela de la autora sevillana Lara Moreno (1978). El libro relata la vida de dos hermanas (Sofía y Rita) durante las vacaciones estivales, tras la separación de la primera y la muerte del progenitor. Se localiza en un pueblo costero, en la antigua casa familiar, germen de secretos e infectada de hormigas (como la casa, por cierto, de Subsuelo, de Marcelo Luján; novela que también aborda el motivo de las conflictivas relaciones fraternales). Ambas hermanas cargan con el fardo de un secreto erótico, el de la pequeña (Rita) es verosímil, mientras que el de la mayor (Sofía) resulta un tanto forzado y parece el imprescindible pago del tributo al morbo del que pecan, por igual, novelas y películas. No obstante, abre un motivo importante dentro del libro: el del necesario reajuste sexual en una pareja que acaba de tener un hijo. Éste es un bomba cuya onda expansiva expulsa a las afueras del matrimonio la belleza, el descanso, el sexo. Sofía ama a su vástago pero le resulta un extraño, lo repele y lo quiere a partes iguales. Ni ella ni su hermana saben desenvolverse por la vida. Las une su necesidad común de otras personas que las protejan y cuiden. Se sienten vulnerables. De ahí que sean interdependientes, que no sean capaces de renunciar la una de la otra, y que a la vez, les resulte difícil aguantarse. Cada hermana constituye un espejo que refleja una imagen conocida e hiriente. Tanto que al final deciden romperlo en mil pedazos, en un desenlace de gran intensidad emotiva que se viene gestando durante toda la novela. La historia viene contada por un narrador omnisciente y por Sofía, que actualiza a los lectores acontecimientos importantes de la infancia de ambas. Un rasgo a destacar del estilo es el uso de sintagmas nominales con la función de complemento del nombre, un rasgo poco habitual a día de hoy, pero que gozó de gran estima en el Barroco: “en esta mañana pañuelo blanco”, “la lonja escama gigante”, “pestañas abanico”. Además, la incorporación de los diálogos al texto, sin guiones –como se hace en la narrativa anglosajona– dota al libro de agilidad. Sin duda, Lara Moreno es una de las voces más singulares de nuestra narrativa reciente. No rehúye los conflictos entre los personajes, sino que va buscando su colisión; evita los lugares comunes –novelas protagonizadas por escritores–, y aborda asuntos actuales de los que pocos hablan –las tensiones familiares, la crianza de los hijos, el duelo por la separación–. Novela realista, Piel de lobo ofrece un pormenorizado estudio de la complejidad de la psicología humana, del combate que entabla la angustia contra la confianza.

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