viernes, febrero 17, 2017

Porcelain. Mis memorias, Moby


Trad. Jesús Gómez Gutiérrez
Sexto Piso, Barcelona, 2016. 472 pp. 23,90 €

Deni Olmedo

In my dreams I'm jealous all the time / As I wake I'm going out of my mind / Going out of my mind (En mis sueños siempre estoy celoso / mientras despierto salgo de mi mente / salgo de mi mente)

Porcelain (Moby)

Ser pariente de Herman Melville (sobrino-bisnieto) debería haber asegurado una infancia y juventud más o menos prósperas a sus descendientes, pero el señor Melville murió en la más absoluta miseria. Así, Richard Melville Hall nació en el Bronx neoyorquino y pasó parte de su infancia en Connecticut donde solía ayudar a su madre en una lavandería 24 horas. Una madre que no tenía demasiada suerte con los hombres que se iban cruzando en su vida. Una historia que se ha podido repetir miles de veces. Se independizó como sólo podía hacerlo alguien acostumbrado a llevar todos sus ahorros en los bolsillos, viviendo de okupa en una antigua fábrica abandonada en las afueras de New York, y parte de sus escasos ingresos los dejaba en el “alquiler” de un espacio de apenas 30 metros cuadrados. Sí, alquiler, el que tenían que pagar a los guardias de seguridad de esa fábrica por dejarles estar allí. 30 metros cuadrados en que cabían sus pertenencias y una pequeña mesa de mezclas, con la que iba grabando en cintas de cassette las sesiones de música de DJ Moby (lo único que heredó de su tío-bisabuelo Herman). Un sobrenombre que, desde entonces, ya no le abandonaría y que prácticamente ha borrado su verdadero nombre, que muchos solo conocen por la Wikipedia.
Mentira. Hay otra cosa que ha heredado de su famoso antepasado, y es (y esto no lo supo hasta que se puso a ello) su afición a escribir. Cuando un avispado editor le propuso publicar sus memorias, Moby inmediatamente pensó en contratar a alguien que las escribiera, previas entrevistas de documentación. Pero dicho editor le retó a que lo hiciera él mismo. Al fin y al cabo, era familia del famoso escritor de Moby Dick. Como si sólo eso ya fuera una garantía. Y salió bien. Moby no solo es un más que talentoso multi-instrumentalista (él graba todos los instrumentos que aparecen en la mayoría de sus discos), sino que descubrió que escribir le encantaba. Así que se puso manos a la obra. Y el resultado es toda una crónica de una generación que ha vivido la conversión de una ciudad sucia e insegura en la metrópoli por excelencia de este planeta: New York. Sí, son las memorias de Moby, que comprenden la década de los noventa, pero perfectamente podría ser una crónica de la vida de cualquier persona que orbitase en esos años (del 89 al 99) en esa ciudad.
Descubriremos a un Moby profundamente religioso, que creció pegado a una radio, donde escuchaba música constantemente. A su desconcierto escuchando canciones que le provocaban efectos contrarios: por una parte, la letra le hacía pensar que estaba pecando (¡) pero que acababa pensando que no podía ser pecado algo que le hacía sentir decididamente bien. Un Moby de ir a misa los domingos, donde veía a su novia de entonces, y quien le animaba a presentar sus sesiones en cassette en discotecas para conseguir trabajo. El Moby tierno y frágil que sólo podía acertar a pensar qué sería de la motocicleta de un compañero okupa, que acababa de morir en una reyerta cuando le intentaban robar. El Moby abstemio que rechazaba constantemente el alcohol y las drogas que constantemente le ofrecían en sus primeras actuaciones, después de una etapa de su vida en que despertaba casi todos los días tirado en el suelo, rodeado de su propio vómito y que decidió un buen día que ya estaba bien de estrellar coches todas las noches, que encontró refugio en la Biblia y se volvió vegano. Su padre había muerto de alcoholismo y la madre de su mejor amigo también, así que decidió que no quería ser como ellos. Pero el alcohol, las drogas y las resacas matutinas no abandonarían a Moby a lo largo de los siguientes años: las fiestas rave, los conciertos (que empezaban a llevarle a lugares tan lejanos como Japón) y, sobre todo, la muerte de su madre, le devolvían constantemente a la bebida. En realidad, a lo largo de los años, de pasar de actuar en sótanos a grandes discotecas, no le había cambiado nada, siempre manteniendo su particular guerra entre las adicciones y Dios.
Porcelain, como la canción de mismo título que incluiría dentro de Play (1999), es más que un recorrido en diez años de la vida de Moby. Es un retrato de la Nueva York de la década de los noventa. Una mirada en cierta manera tierna e ingenua y, sobre todo, muy honesta y con un punto de humor negro sobre las ganas de triunfar y la decadencia, una vez que vas consiguiendo llegar a lo que te has propuesto. Y con invitados más o menos esperados (como Chemical Brothers, Prodigy, Nine Inch Nails…) y otros que no lo son tanto (Viggo Mortensen o Madonna, por poner sólo un par de ejemplos). Te puede gustar más o menos su música, pero para quien desee saber de primera mano cómo era la cultura de clubs, los grupos que triunfaron en esa década y la vida (más bien nocturna) de un superviviente, la lectura de este libro es imprescindible.

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