Trad. Juan Rabasseda
Crítica, Barcelona, 2016, 958 pp. 32,90 €
Ángeles Prieto Barba
El 17 de julio de 1918 se llevó a cabo el episodio más conocido de la Revolución Rusa: la matanza de Ekaterimburgo, por la que fueron ejecutados el zar Nicolás II, su esposa Alejandra, sus cinco hijos y cuatro sirvientes. Tras ese suceso sangriento, la dinastía de los Romanov en Rusia terminó por completo. Suponemos que dicha decisión categórica fue tomada por el propio Lenin, de acuerdo a lo establecido en los diarios de Trotsky, pero no se ha encontrado documento alguno que lo refrende. En cualquier caso, tan drástica medida a todos nos estremece. Pero solo de partida, porque si conociéramos la larga y terrible historia de los Romanov, tan bien relatada en este volumen, descubriríamos que viene a ser la culminación espantosa de una larga serie de crímenes, conspiraciones e intrigas despiadadas que caracterizaron en todo momento a tan inusual familia. Y será Simon Sebag Montefiore, historiador licenciado en Cambridge y presentador de televisión, así como esposo de la novelista de éxito Santa Montefiore, el encargado de relatarnos esta historia desmesurada sin escatimar detalle.
Y tanto, porque la manera de narrarnos estos tres siglos de historia muy poco tiene que ver con lo que en nuestro mundo académico estamos acostumbrados. Como ejemplo, cada largo capítulo empieza con un “dramatis personae”, relación de todos aquellos que van a intervenir en el mismo. Esto no solo tiene por objeto que el lector no se pierda con ellos en ningún momento, también subraya el carácter teatral y dramático de lo relatado. Pompa y circunstancias que acompañan en todo momento a los zares, verdaderos autócratas. Tampoco se priva de subrayar con adjetivos los instantes más sobrecogedores, narrados a tiempo lento, como si estuviéramos no ante un libro de historia, sino frente a una novela. Es importante destacar esto para avisar al lector de que no vamos a encontrarnos en este estudio sobre la familia Romanov cifras, datos, ni análisis de causas económicas, sociales o demográficas que expliquen la evolución, o involución, del pueblo ruso. Lo que tenemos aquí es una especie de lupa sobre todos ellos y sus características generales y particulares, muy bien ordenada.
La historia familiar se desarrolla en tres partes claramente diferenciadas, respondiendo al esquema clásico aplicable a toda sociedad: Ascenso, auge y decadencia. En la fase de ascenso, Pedro I el Grande sienta las bases con éxito de lo que va a ser una pretensión constante en la mayoría de monarcas: la modernización de Rusia. En el periodo de auge, Catalina II brilla por su aguda inteligencia política, manteniendo el equilibrio europeo y ampliando fronteras. En modo alguno destaca por esos ávidos apetitos sexuales con los que se la caracterizó en ciertas cortes de Europa. Vale la pena conocerla y cabe resaltar que Sebag Montefiore se limita a contar la relación solo con aquellos amantes que tuvieron relevancia política, alejando el morbo. La fase de decadencia empieza y termina con asesinatos de zares, ya que el hijo de Catalina la Grande, Pablo I, fue golpeado, estrangulado y pisoteado hasta la muerte en su propio dormitorio. Ser zar suponía participar en una ruleta rusa, nunca mejor dicho, pues seis de ellos fueron asesinados mucho antes de llegar a los sucesos de Ekaterimburgo. Muchísimos atentados fueron abortados, pero otros no pudieron evitarse, como la bomba que acabó con Alejandro II, lo que condujo a una auténtica espiral de acción y reacción con consecuencias tremendas. Fueron miles los que murieron durante la manifestación obrera del Domingo Rojo, antes de que la Revolución acabara con los Romanov (pronúnciese Románov).
El libro recoge perfectamente este clímax de miedo, terror y represión que caracteriza a la autocracia rusa, una forma de gobierno característica de los Romanov de la que todavía no se han desprendido los rusos actuales y que estuvo más vigente que nunca durante los gobiernos soviéticos. No debemos despreciarla por su gran raigambre en aquellas tierras, pues también trajo consigo una expansión territorial impresionante y un poder indiscutible. Es lo más destacable de este esforzado estudio, unido a esa amenidad conseguida gracias a una buena recreación de la Corte Imperial y a los certeros retratos de los personajes que la ocuparon.
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