Jaime Valero
A lo largo de la historia de la literatura, la mitología clásica siempre ha sido una fuente de inspiración para los escritores, ya sea para rememorar sus historias o para reescribir sus mitos y adecuarlos a la época que a cada autor le ha tocado vivir. En el mundo occidental solemos remitirnos a los escritos de griegos y romanos, pero en el ya no tan lejano Oriente también cuentan con abundantes historias milenarias a las que acudir como punto de partida para nuevas obras. La japonesa Natsuo Kirino ha buceado en la mitología de su país para rescatar el mito de Izanami e Izanaki; la primera, la diosa de la creación y de la muerte; y el segundo, conocido como “el hombre que invita”, fue su esposo, de cuya unión nació Yamato, el término arcaico con el que antaño se conocía a Japón. Aunque la autora dedica algunos pasajes a elaborar una síntesis del resto de deidades que surgieron en torno a estos dos personajes, lo que de verdad le interesa es la relación pasional entre Izanami e Izanaki, y especialmente los efectos que tuvo su posterior ruptura. De este modo, y aunque el marco de esta obra aleje a Kirino del género negro que suele cultivar, al final acaba regresando a la verdadera esencia de sus obras: las relaciones personales, las emociones llevadas al límite y la disección psicológica de sus personajes femeninos.
La novela, sin embargo, no arranca con el mito de Izanami e Izanaki, pese a que conforme avanza la lectura termina por convertirse en el eje central de la trama. Se inicia en una isla situada al final de un archipiélago próximo a Yamato, conocida como la Isla de las Serpientes Marinas. Allí conocemos a dos hermanas, Kamikuu y Namima, que ya desde niñas están destinadas a cumplir con una tradición milenaria de su familia: servir, respectivamente, a la diosa de la luz y a la de las tinieblas. La autora añade esta historia de su cosecha personal al cóctel ya preparado con el mito de Izanami para explorar hasta dónde puede llegar la crueldad de las sociedades humanas, y hasta qué punto sus componentes son capaces de seguir ciegamente sus normas, aun cuando hacerlo signifique dañar a sus seres más queridos e incluso a sí mismos. También encontraremos numerosos paralelismos entre las historias de Namima e Izanami, en las que destaca por encima de todo un poderoso sentimiento: el de venganza.
Pese a que según transcurre la novela nos damos cuenta de que se podría haber sacado mucho más jugo de Namima (cuya relevancia real apenas se extiende hasta la primera mitad de la obra) y de su isla natal, el conjunto de Crónicas de una diosa resulta sugerente, pintoresco y perturbador a partes iguales. Nos asoma brevemente al vasto mundo de la mitología nipona y nos recuerda que, si desde la antigüedad hemos admirado a los dioses y nos han gustado sus historias, es porque en el fondo son idénticos a nosotros; tanto en sus bondades como en sus más bajas pasiones, las cuales, como suele ocurrir con Natsuo Kirino, son las que terminan por inundar las páginas de esta crónica plagada de oscuridad.
1 comentario:
Pues la voy a apuntar a mi lista de potenciales.
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