Ariadna G. García
Cada vez son más las obras literarias que enfrentan su mirada a la crisis o que auguran un futuro más o menos apocalíptico para nuestra sociedad. Mientras algunas novelas y libros de relatos sostienen un foque realista del asunto (En la orilla, Rafael Chirbes), otros libros apuestan por la lente del género fantástico (Cenital, Emilio Bueso). Con esta tendencia literaria, crítica y profética, entroncan cinco de las narraciones del último libro de Matías Candeira, si bien el mejor texto de la colección se aleja de estos parámetros y ahonda en la mente perturbada de un padre de familia.
Todo irá bien compila diez relatos muy bien ensamblados. En conjunto, nos hablan de la entropía, es decir, del desgaste y destrucción de las cosas. Todo se desordena, desencaja y se rompe. La piel, la infancia, la pareja, la civilización y uno mismo, incluso, padecen un deterioro irreversible que los aboca a la degradación. Candiera utiliza el símbolo del corte –presente en varios textos– para hablarnos de la muerte, y los de la vitrina de cristal y la caja fuerte para garantizar la permanencia del recuerdo.
Ahora bien, pese a la coherencia de su estructura y al tono desolador que domina en buena parte de los relatos –a lo que contribuye la construcción de una atmósfera mortecina, sustentada en imágenes potentes: soles apagados, edificios a medio construir, refugios subterráneos, ciudades sin suministro eléctrico…–, el libro es desigual. Hay textos anodinos (“Punto cero”, “La otra puerta”, “Al otro lado”, “Purgatorio” y “Babette”), una pieza curiosa (“Gólgota” –aborda un sanguinario rito familiar; no apto para lectores aprensivos–), dos composiciones notables (“Antesala” –sobre el impacto de la crisis en cuatro amigos con tendencias suicidas– y “Los que vuelven” –una historia divertida y llena de ternura; un guiño al fandom, protagonizado por un zombi;) y dos pequeñas joyas (“Destrucción” –parábola del colapso civilizatorio o al revés, del desgaste sentimental–) y “No se lo enseñes a nadie”).
Este último texto justifica el volumen. Se trata de la narración autobiográfica, no lineal, de un hombre desolado. Gracias a la corriente de conciencia, nos sumergimos en una mente herida por la infancia y por el accidente que se cobró la vida de sus padres. Las secuelas de ambos traumas se proyectan en su matrimonio y en su relación con su hijo. Obsesionado con el bombeo de sangre a la vida, una voz interior oscura libera sus deseos reprimidos. No obstante, el personaje no se entrega a la violencia, el texto es más sutil. Será un retrato del niño –en el que el padre trabaja cada tarde provisto de pinturas–, el que absorba toda su inseguridad, su melancolía, su nostalgia, su soledad y su tristeza.
Todo irá bien se disfruta a ratos. Por fortuna, los mejores textos, esos que nos miran a los ojos y nos escanean por dentro, suponen un poco más de la mitad del libro.
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