Ángeles Prieto Barba
Hablemos claro. Aceptar “pulpo” como animal de compañía equivaldría a considerar este Diario como novela, de acuerdo a lo que el título reza, pese a lucir un hilo conductor tan novedoso en nuestras letras como son los paseos de la gata K, que no es un cefalópodo precisamente porque tiene sus días, sus más y sus menos, su carácter propio y su misterio. Y es que debemos reconocer que las mascotas, al contrario que de lo que ocurre tradicionalmente en otras literaturas, no han gozado de mucho protagonismo en nuestros textos, ni siquiera de ocasional presencia.
Mientras esta señorona tan suya corretea, sus tres servidores humanos (el escritor y profesor José Manuel Benítez Ariza, su esposa M.A. y su hija C), disfrutan con humor, filosofía y muchísima literatura, de una vida amable tras el cumplimiento de sus obligaciones laborales y estudiantiles. Existencias cálidas sin amarguras, favorecidas por el clima, los buenos amigos y el entorno gaditano en que se desarrollan, y amenizadas con frecuentes viajes, bien a la Sierra, bien al cumplimiento de diversos compromisos editoriales. Por lo cual, al leer este Diario uno se siente en familia. Y no sólo agradece la acogida, sino que además le apetecerá leer anteriores y posteriores entregas, a fin de conocer mejor a esos personajes a los que ya considera sus amigos gracias al tono pausado, en voz modulada y no gritona, sin petulancias, que el autor utiliza para hablarnos.
“La vida cotidiana que arde en cada momento”, en palabras de T. S. Elliot, es lo que pretende recoger la tercera entrega de este Diario que va desde el otoño del 2007 al verano de 2008. Calendario escolar cuyas lecciones diarias vienen acertadamente precedidas por títulos curiosos: Tagarninas, Una raya en el agua, Náufrago o Cabaret. Gracias a ellos leemos intrigados qué nos deparan y adónde nos llevan las reflexiones que extrae el autor de sus experiencias. Porque de eso se trata… Acostumbrados como estamos a la lectura masiva de novelas, percibimos que en ellas predomina ese lenguaje cinematográfico reductor que nos suprime escenas prescindibles para el desarrollo de la trama, imágenes que de hecho constituyen el gran meollo de un buen diario como es este. Por ejemplo, cuando el autor en una calurosa tarde de verano se dispone a leer el Fedón bajo una sombrilla, mientras percibe a lo lejos el toples de una muchacha y llama a todo eso “plenitud”. Y es que acaso sea esta motivación, tan ambiciosa, lo que precisamente el lector de Diarios anda buscando: enfrentarnos al día a día con sapiencia.
Tal vez habría que promover un encuentro literario entre los distintos autores españoles de Diarios para llegar a un consenso sobre el empleo de las iniciales, a fin de no descolocar tanto a los lectores. Pues en las últimas entregas de Trapiello, éstas no revisten ya misterio alguno, son fácilmente reconocibles merced a los datos que nos proporciona de cada personaje. Pues bien, en este aspecto el Diario de Benítez Ariza es tan anárquico como su gata. Bajo iniciales nos esconde tanto a la inteligente María Ángeles (su esposa), como al más que reconocible escritor Eduardo Galiano, mientras que no muestra apuro alguno en disimular bajo siglas su admiración por ese grandísimo ensayista andaluz, siempre lúcido, que es Enrique Baltanás. Cuestión de afectos y de pudores, concluimos.
Pero volvamos a la gata, esa que reposada lo mira y controla todo con atención, que muestra sus afectos y desafectos sin disimulo, que raya precisamente el disco favorito del escritor o que se esconde tan bien que cuesta encontrarla. Porque a través de ella, intentando comprenderla, empatizar con su modo de actuar independiente, el autor vislumbra para sí otra existencia más auténtica de la que aprende, lejos del ruido mediático de ambiciones, pasiones y decepciones que, tanto en el mundo literario como en el político, hoy día se impone. Por ello, tampoco es pequeña ni mucho menos desdeñable, la lección que de este libro tan grato el lector obtiene.
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