Ignacio Sanz
Amalia Lú, la autora de este puñado de narraciones fascinantes, es natural de Quibdó, en Chocó, Colombia. Y al tiempo que escritora ejerce como narradora oral. En realidad estas narraciones son un homenaje a la narración oral. América Latina, España y Estados Unidos la han contemplado sobre los escenarios marginales en los que suele moverse la narración oral. Acaso también en algún teatro principal. Quienes hemos tenido el privilegio de escuchar estas historias de viva voz en boca de la narradora, podemos imaginarnos al leerlas sus movimientos insinuantes, su descaro, sus contoneos, sus infinitas maneras de llevar los sombreros, sus medias caladas y los registros ingenuos de su voz cada vez que habla de cucuné. Amalia es un continente que desborda sensualidad y descaro sin perder nunca la elegancia aristocrática con la que atrapa a los que la escuchan. En realidad estas historias son un canto a la vida, una fiesta arciprestal o rabelesiana, un goce para los sentidos y un puro disfrute para los oídos por los recovecos en los que se pliega el idioma en la boca de las mulatas y las negras chocoanas a las que presta su voz.
El punto de partida de estas narraciones es el ritmo. Cada negra de la que nos habla Amalia Lú tiene el ritmo en una parte de su cuerpo que ejerce como timón: tetas, nalgas, axilas, nariz, susuné, boca, corazón…
«Los pezones de las tetas de la nana Fidelia señalaban al norte y al sur, al oriente y al occidente, arriba y abajo, al centro y adentro; marcaban siempre la ruta correcta.”
“Inocencia se enamoró de un negro por el olor. Antes de conocerlo percibió a distancia un olor a pichoncé y empezó a intranquilizarse por ese aroma que la despertaba ansiedad y la iba llevando por una arrechera ascendente…»
«La nana Limbania Pretel tenía el ritmo en el susuné.
¿Qué vas a hacer ahora? Cuidarme el susuné.
¿Para donde vas? A darle un paseo a mi susuné.
Todo lo que hacía Limbania estaba relacionado con o tenía por destino final el susuné. Era, como se dice por ahí, una adoradora de san susuné. Vivía para hacer feliz al susuné.
Le encantaba montar en cicla sin calzones para sentir en libertad el susuné.»
Santa Amalia Lú, sensualidad y elegancia sobre la escena, no es menos elegante ni menos sensual cuando ejerce solo como escritora. De esta manera sus lectores podrán imaginar el ritmo bamboleante de sus caderas y prolongar el placer que supone oír este puñado de relatos en la cordialidad descarada su boca. Con ellos nos trae la calorina sofocante, la fruta tropical y, sobre todo, nos trae el regalo del lenguaje con sus acentos y sus giros. El lector de estos relatos se traslada a la selva, navega por los ríos turbios y desbordantes del Chocó. De la misma manera que García Márquez nos regaló Macondo, Amalia Lú nos abre las puertas de un paraíso que es un puro deleite sensorial, un goce infinito, un deleitoso canto a la vida.
Supongo que, si no lo han hecho ya, las autoridades de Quibdó, allí donde siempre es verano carnal, habrán pensado en levantar una estatua de Amalia Lú en su plaza mayor para homenajear a la escritora y narradora oral que ha abierto las puertas de su tierra a tantos escuchadores y a tantos lectores a través de estas negras descaradas que tienen el ritmo en las zonas más inverosímiles del cuerpo. No se lo pierdan.
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