Victoria R. Gil
La brevedad engaña. Y mucho. Hay quien se obstina –la mayoría de los textos que pontifican sobre el microrrelato lo hacen— en verlo como el género narrativo de este siglo apresurado y superficial por su reducida dimensión y su (supuesta) ligereza. Pero un microrrelato, cuando en verdad lo es, ya que demasiadas veces se toma por uno lo que no pasa de chascarrillo, resulta denso como una estrella de neutrones y concentra entre sus líneas la intensidad de una supernova. Sin querer reducirlo a un truco de magia, el buen microrrelato precisa de un cierto toque de prestidigitación en el que la apariencia distrae de la realidad. Oculta un juego de espejos que requiere de un lector cómplice y dispuesto a aventurarse en aguas profundas para ser descifrado.
Lejos de ser una narración fácil y cómoda que se ventila en pocos minutos, aquí funciona la teoría del iceberg que Hemingway acataba como un mandamiento literario: conservar siete octavas partes de la masa debajo del agua. Encontrar el corazón sumergido de un microrrelato es la feliz tarea que nos encomienda su autor y en Mar de pirañas, un título tan apropiado para los que gustan de la natación de fondo, el goce está asegurado. Sesenta y nueve escritores, consagrados unos y casi noveles, otros, demuestran que si la novela se gana por puntos y el cuento por K.O., estos textos extremadamente breves lo hacen por la desintegración de un rayo láser.
De variada extensión, los hay que no alcanzan las tres líneas mientras otros suman hasta dos páginas, y contundencia, su diversidad de estilos y temas permite asomarse a una creación literaria que, como recuerda Fernando Valls, responsable de la edición y autor del prólogo, no es precisamente nueva, aunque pueda parecerlo. Entre los precursores del microrrelato moderno que internet ha contribuido a popularizar –y a distorsionar en buena medida— se encuentran, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Max Aub y Ana María Matute. De la estirpe por ellos iniciada y en un admirable trabajo de selección para ofrecer la mayor disparidad posible, Valls ha reunido en este volumen nombres consagrados como los de Almudena Grandes, Eloy Tizón, Eduardo Berti, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Elvira Navarro, Pilar Adón, Óscar Esquivias, Hipólito G. Navarro, Carlos Castán o Andrés Neuman, junto a los de autores menos conocidos o que empiezan ahora a publicar sus obras, como Ricardo Álamos, Matías Candeira, Ángeles Prieto Barba o Manuel Espada (finalista del I Premio de Microrrelatos Tormenta en un Vaso).
Las relaciones personales, la crisis económica, la violencia, la ambición, el abandono de los mayores, la angustia existencial y hasta la propia creación literaria son algunas de las singladuras que nos ofrece Mar de pirañas. Podemos seguir el orden establecido y comenzar por Almudena Grandes y su yugo matrimonial, o saltar por los islotes y dejarse noquear por el fin del mundo de Eloy Tizón: «Hoy después de comer he retirado el mantel, he lavado los platos, y un día estaré muerto»; mecerse con la sutileza poética de Gabriel de Biurrun: «Las manos de Inés van siempre un poco por delante en el tiempo. A veces un par de segundos, a veces más. Dicen que ya desde el parto; dicen que salió como queriendo volar»; descender con Óscar Esquivias a las cavernas del bacilo de Koch en una expedición digna del profesor Otto Lidenbrock: «Mientras todo esto ocurría en las cavernas del pulmón, yo luchaba por mi cuenta contra el bacilo a golpe de Rifater y, de vez en cuando, recibía tarjetas postales de la expedición con vistas nocturnas de los alveolos pulmonares que me llenaban de nostalgia, de perplejidad», o descubrir, con Ángel Olgoso, que no con más palabras se parece más intenso: «Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias. Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados (…), los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras, pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo».
En tan nutrido banco de voraces peces no será raro que el lector termine con más de un mordisco, señal de que ha llegado hasta lo más hondo. Pero no se alarmen, las pirañas, pese a la leyenda urbana que las adorna, no suelen alimentarse de carne humana. El único peligro que se corre tras cerrar este libro es el de desear volver a abrirlo y leer nuevamente su contenido, no sea que en lo más profundo del mar nos hayamos dejado alguna parte del iceberg por descubrir.
7 comentarios:
"mecerse con la sutileza poética" suena muy bien. Se agradece el comentario, y la reseña.
Es un honor compartir páginas con tanto buen autor.
Saludos
Gabriel
Y Rosana Alonso, y Agustín Martínez Valderrama, y Jesus Esnaola y Alberto Corujo, y Susana Camps... Hay muchos y muy buenos autores.
Abrazos para todos.
Buena reseña
Un saludo
Sí, mucho bueno que decía un amigo navarro.
Saludos per tutti
Gracias, Victoria, por la parte que me toca. Saludos.
Una reseña muy deficiente. Señalar como autores destacados de microrrelato a Almudena Grandes, Elvira Navarro o Carlos Castán es de risa. Y a gente desconocida como Ángeles Prieto Barba o Ricardo Álamos. De colegio, vamos.
Querido F.L., cuando me refiero a autores consagrados o poco conocidos me refiero a su condición de escritores sin vincularla al género del microrrelato. Por lo demás, gracias por seguir nuestras reseñas y que tengas felices fiestas.
Victoria R. Gil
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