Luís Borrás
Para los que de una novela esperan —sin que eso signifique nada malo— una buena historia bien contada, una película hecha con palabras, entretenimiento, emoción, tragedia, pasión, aventura, novela negra, intriga, erotismo, drama y romanticismo tienen en Me hallará la muerte su libro perfecto. Porque en esta novela se encontrarán en una primera parte a uno de esos tipos sin suerte que abandonados en la inclusa y apellidados Expósito tiene el destino escrito con renglones torcidos. Pícaro en un Madrid de posguerra del que debe salir huyendo alistándose en la División Azul cuando aquella legión lejos del idealismo de la primera leva daba cobijo a delincuentes, pobres en busca de la soldada y prófugos políticos. Segunda parte de novela de guerra y cautiverio, hazañas bélicas y muerte, supervivencia en la que para no morir se debe renunciar al honor y la bandera, hacerse apóstata, aliarse con la delación, la traición y la mentira. Una casualidad que aprovechar para poder regresar y vivir la vida que nunca se tuvo. Pasar, trece años después, de recibir propinas por abrir la puerta de un taxi a cenar en restaurantes de lujo. Suplantación de identidad que es la tercera parte de la novela —y la más interesante— y que lleva consigo sucumbir ante algunos pecados capitales: la avaricia y la lujuria; y en incumplir al menos siete de los diez mandamientos: no amar a Dios, asesinar, cometer actos impuros, robar, codiciar los bienes ajenos, engañar y provocar la muerte ajena.
Novela en la que aparece el oportuno recordatorio del paraíso comunista convertido en un Gulag y que no se había narrado desde Embajador en el infierno de Luca de Tena y en el que murieron millones de seres humanos y entre ellos un puñado de españoles igual que los republicanos en los campos de exterminio nazis. Fascismo y comunismo presentando sus credenciales. Congelación, gangrena, amputación, inanición, enfermedad, crueldad, humillación, heroísmo y claudicación. Regreso en barco a una patria que oficialmente los ignoró al cambiar los ideales por el pragmatismo de los nuevos tiempos. Novela de un Madrid de cartilla de racionamiento y estraperlo en el que se deja el amor frustrado por la sangre y al que se regresa para descubrir una ciudad tecnócrata y de nueva planta. Descripción de ambientes y lugares, de tipos pintorescos y ácida crónica social, del Pasapoga, Lavapiés y el Castellana Hilton en los que la prosa de Prada alcanza su mejor nivel.
Novela de dos hombres que, por distintos motivos, huyen de su pasado. En la que uno tiene la fuerza moral para convertirse en héroe y el otro la debilidad que no podemos reprocharle. Usurpación por necesidad que convierte al paria en nuevo rico y por la que descubre los pecados ajenos y los propios. Apropiación y reincidencia que hacen imposible la redención. Errores propios que otros pagan con su vida. Deudas del pasado que vuelven para chantajear y servirse de la mentira. Segundas oportunidades que, a pesar de todo, pedimos que salgan bien; villanos que deseamos que se salven aunque no lo merezcan. Novela en la que Prada, por encima de la acción, la intriga y el deseo, quiere hacer destacar la responsabilidad de nuestros actos, la importancia capital de la conciencia y los escrúpulos; en que a través de un mal nunca se obtiene un bien. Valores eternos de nuestra civilización cristiana.
Novela de metáforas y párrafos deslumbrantes entre los que se desliza algún lugar común como un cuchillo hundido en la mantequilla; acento castizo, costumbrismo de zarzuela, de chulapo y manola fetén que al inicio se hace chirriante y que se compensa con un final de personajes sin caricatura. Palabras superferolíticas de un lenguaje afectado, pedante y churrigueresco que se ha hecho marca registrada del autor, verbo de juegos florales que no encaja en una prosa de guerra pero que se desquita y brilla entre la humedad de tabucos miserables y el humo de puticlubs finos. Melodrama de novela radiofónica y películas de Rafael Gil al gusto y color de la época; amor inverosímil con acento francés y pie forzado del doble que se quedan diluidos en una trama poderosa y subyugante, en un largometraje a la española con escenografía de tundra y cemento; la épica y la villanía, los personajes y la antítesis, el debate moral, el romance y el final inesperado de un gran espectáculo literario.
Y sin embargo yo me he dado cuenta de algo que ya no volverá. Porque echo de menos al Prada de Coños, El silencio del patinador y Las máscaras del héroe; pero sé que ese escritor ya no existe. Que es cuestión de edad y circunstancias. Aquel Prada era un joven hambriento y apasionado, “desgarrado y excéntrico” que se ha convertido en un pródigo y serio columnista, tertuliano y presentador que es escritor planetario. Hoy le basta con escribir una novela monumental, una epopeya, un cóctel popular con los ingredientes adecuados. Hoy es suficiente con hacerle la competencia a Ruiz Zafón sin amenazar con trilogías sadomasoquistas. De Prada controla los resortes, los mecanismos, las dosis. Es un gran sastre, un buen matemático que domina la física y la ciencia de la literatura. Es un escritor de oficio, un hábil contador de historias, un alquimista, un buen artesano con ramalazos de artista al que en determinados momentos le sobra afectación. Su narrativa tiene la fiabilidad y precisión de un best-seller, pero con esa ganancia ha perdido su capacidad de admiración. A Prada le ha pasado lo mismo que a otros funcionarios de la literatura como Millás o Llamazares, que ya no tiene que demostrar nada; le basta con permanecer y vivir de las rentas. Prada entretiene, ameniza, distrae las horas, mezcla géneros para evitar el aburrimiento, trata temas incómodos y se atreve con lo políticamente incorrecto sin caer en el panfleto, el tópico o la homilía, pero en la comparación no alcanza a otros escritores menos mediáticos y pluriempleados, pero —creo— más completos.
4 comentarios:
Sólo leer la reseña es todo un gusto.
Lo compraré.
Qué novelón más bueno. No me ha dado respiro.
Debe ser que, en el plano narrativo, el Sr. Prada no tiene nada qué decir. Las máscaras del héroe me pareció, por cierto, un tostón monumental.
Pedazo de reseña. Me he quedado de piedra. Ni el mismísimo de Prada hubiera superado esa prosa tan enjundiosa. He leído la novela y coincido totalmente con la reseña. Un novelón. Absolutamente recomendable.
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