Elvira Navarro
La Transición española, proceso de reconciliación nacional y democratización que suscita tantas críticas como alabanzas, trajo consigo a decir de algunos la desactivación de la cultura (hablo de “cultura” en minúscula; ya sabemos que todo lo que no es naturaleza es cultura, incluido el propio concepto de naturaleza). En palabras de Guillem Martínez, quien traza el marco conceptual de la CT o Cultura de la Transición en el libro homónimo: «En un proceso de democratización inestable, en el que al parecer primó como valor la estabilidad por encima de la democratización, las izquierdas aportaron su cuota de estabilidad: la desactivación de la cultura. Con esa desactivación, la cultura, ese campo de batalla, pasó a ser un jardín». Como toda generalización, esta es matizable, e incluso muy discutible en según qué casos, pero no es el objetivo del presente texto entrar ahora en ello. Si comienzo esta reseña mentando a la CT es porque el ensayo de Iban Zaldua Ese idioma raro y poderoso podría analizarse como la cara B de lo que entraña dicha denominación. Es decir: se trata de un panfleto sobre lo que conlleva la, permítanme el juego, Cultura de la No Transición, cuyas siglas serían, por cierto, CNT. Mientras en el resto de España se desactivaba la problematización y la confrontación, en el País Vasco, y por los acontecimientos que todos conocemos, ese proceso no tuvo lugar, o no del todo, lo que en términos culturales ha supuesto un obligatorio posicionamiento político de los escritores. No en vano, el subtítulo del ensayo de Zaldua es Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar.
¿Cuáles son las once decisiones cruciales? Capítulo 1: escoger entre el euskera y el castellano. Capítulo 2: escoger si su literatura va a ser quejumbrosa o no. Capítulo 3: escoger si va a ser nacionalista o antinacionalista. Capítulo 4: escoger si va a mostrarse como un escritor comprometido o no comprometido. Capítulo 5: escoger si va a escribir sobre el conflicto vasco, o no. Capítulo 6: escoger si el conflicto vasco debe ser una de sus señas de identidad. Capítulo 7: escoger si ha de pasar por la traducción al castellano como táctica de asalto al mercado global de las letras. Capítulo 8: en el caso de que el escritor vasco opte por escribir en castellano, ¿debe quejarse porque la lengua más “nacional” del País Vasco sea el euskera? Capítulo 9: escoger entre apoyarse en su tradición literaria, es decir, en la tradición literaria del euskera, o en tradiciones foráneas. Capítulo 10: escoger entre ser irónico, o no serlo en absoluto. Y capítulo 11: escoger entre mostrarse exótico o universal.
Algunas de estas preguntas pueden subsumirse entre ellas, y hay otras comunes a cualquier lengua que no sea el inglés, como la de mostrarse exótico o universal (recordemos que lo “universal” y lo “exótico” lo decide el mundo anglosajón). También es un conflicto común el de afiliarse o no a otras tradiciones, tradiciones que además son las que nos colonizan, porque del resto apenas tenemos noticia. Asimismo, optar por el pesimismo u el optimismo parece un asunto bastante occidental, donde el dogma literario de mostrarse pesimista hasta la estupidez (ya saben, con la felicidad no pueden hacerse buenas novelas) choca con el dogma empresarial y de la autoayuda de ser optimista también hasta la estupidez. En otras preguntas no entro porque me lo impide no ser vasca. Las que más me han estimulado son aquellas que me han permitido pensar lo que reina en la literatura española. Lo primero que se me ha pasado por la cabeza es que una propuesta semejante a la de Zaldua en tierras literarias patrias podría subtitularse (exagerando un poco, claro está) Algunas decisiones cruciales sobre las que un escritor español (o en lengua española de España) no debe pronunciarse jamás, o mejor aún, Algunas decisiones cruciales que ya se tomaron en su momento y que un escritor español (o en lengua española de España) no debe replantearse jamás. Esto si nos tomamos al pie de la letra algunas de las críticas que esgrime parte de la izquierda intelectual española, y también los anti CT, si es que no son lo mismo. Hace ya años que la izquierda que no forma parte de cierto establishment denuncia la invisibilidad de la ideología dominante y el uso de la relativista ironía. De ambas cuestiones se hace cargo Zaldua por motivos contrarios (la obligatoriedad de mostrar la posición política y la prohibición de la ironía en la literatura vasca). Desde luego, y vuelvo a lo que ocurre en la literatura española, no cabe sino asentir ante la evidencia de que lo político ha sido expulsado de un campo literario supuestamente apolítico. Todos hemos asistido a cómo una ficción es excluida de la alta cultura cuando pone el dedo en la llaga de la ideología (lo que, por cierto, no ocurre si la ficción la firma un escritor extranjero). Basta comprobar a este respecto el recibimiento por parte de algunos medios de las últimas novelas de Belén Gopegui, quien obtuvo buenas críticas con libros muy políticos como Lo real en los diarios nacionales cuando todavía no se había señalado —o la habían señalado— tanto. Estos mismos diarios, cuando abordaron Acceso no autorizado, de calidad muy similar, dijeron que la prosa se resentía al estar la autora más preocupada del mensaje político que del literario. En estas circunstancias se tiende a pensar que lo contrario, el obligado posicionamiento tanto del crítico como del escritor, puede mejorar las cosas. Iban Zaldua, sin embargo, nos hace plantearnos las supuestas virtudes derivadas de ser un buen soldado de uno u otro bando, y no con los rancios argumentos de que el arte está al margen de la política por carecer de ideología. Zaldua vendría a decir que, desde luego, mostrarse (o no autoengañarse) es menos hipócrita, pero ello no implica necesariamente una mayor inteligencia, pues las posiciones tienen ya sus discursos, y dejarse atrapar por ellos invalida el aporte del escritor. La literatura no tiene ningún sentido si no sirve al matiz, y añado yo, si gracias a ese matiz las dos partes no dialogan hasta alcanzar otra cosa. No hay nada más aburrido que una novela, o un cuento, donde la razón está siempre de un lado que define a la supuesta sinrazón desde una pobre y tópica caricatura. Por tanto: la literatura es política, sí, pero esa política la genera el propio texto si cumple con su deber de huir del tópico.
La segunda pregunta que dialoga de manera directa con otro de los asuntos problemáticos en la literatura española, la de si un escritor debe ser irónico o no serlo en absoluto, encuentra también en Ese idioma raro y poderoso una respuesta inteligente frente a los habituales argumentos en contra o a favor de esta forma de decir equívoca. Ni en contra ni a favor, afirma Zaldua, pues si instalarse permanentemente en la ironía invalida cualquier mensaje, no hacer uso de ella convierte en ridícula y poco efectiva cierta seriedad de la que no nos podemos fiar a no ser que incluya la posibilidad de la autocrítica.
Recomiendo pues la lectura de este ensayo que viene a mostrarnos cómo, si no asumimos nuestras sombras, no haremos más que pendular inútilmente.
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