Santiago Pajares
Lo dije en una reseña anterior y lo mantengo: No se puede escribir más bonito que Alessandro Baricco. Quizá mejor, por supuesto, o más interesante y adictivo, pero no más bonito. Cuando cojo uno de sus libros siento que tengo entre mis manos algo hermoso, único y perfecto. Unas páginas que he de leer con cuidado, despacio, saboreando cada palabra. Y es que es una pena leer uno de sus libros en el metro o en el autobús, fijándote al mismo tiempo en la parada o soportando vaivenes. Un libro de Baricco ha de leerse en soledad, en un cómodo sofá con una taza de té al lado. ¿Que exagero? Quizá para algunos sí, pero es como yo lo siento. Y lo siento así porque Mr.Gwyn, su última novela, no es una excepción. No lo es en absoluto.
Mr.Gwyn es un autor de razonable éxito. Ha publicado un par de novelas que poco a poco han ido aumentando en prestigio y ventas, dándole a su creador una vida tranquila y acomodada. Un día, en un rutinario paseo, Mr.Gwyn tiene una epifanía, la certeza de que existen una buena cantidad de cosas que no quiere hacer más. Y hace una lista con cincuenta y dos apartados, uno detrás de otro, y la manda publicar en el periódico del que es fiel colaborador. Esta lista tiene cosas tan auténticas, tan de escritor, como no querer volver a posar con aire ausente y una mano en la barbilla. Y en el último punto, el cincuenta y dos, apunta «No volver a escribir libros». La alarma hace que su editor le llame inmediatamente y le pregunte si es verdad, si no quiere escribir más, y Mr.Gwyn afirma que sí, que se retira. Pasa un tiempo de vacaciones en un pequeño hotel de Granada lejos de la polémica y cuando vuelve, trata de decidir qué hacer con el resto de su vida. Porque aunque su posición era desahogada, no era millonario y debe volver a trabajar. Pero, ¿en qué? Como bien le dice su editor, un escritor no puede dejar de escribir, otros antes que él lo han intentado y fracasaron. Esta ausencia de escritura le provoca agudas crisis de ansiedad, crisis que él sabe que se solucionarían escribiendo. ¿Pero qué hay de su manifiesto? ¿Es ese su grado de determinación? Debe encontrar una salida, y pronto. Debe encontrar un trabajo.
Y es aquí donde viene el detalle del libro que más me gusta, el origen primigenio de toda la novela: Mr.Gwyn se inventa un trabajo. Le gustaría poder disponer de el tiempo y el espacio para tratar de comprender a alguien, analizarle y ver en su interior. Le gustaría pintar retratos, pero no sabe pintar. Así que la solución parece bien sencilla: Debe escribir retratos. ¿Pero qué es exactamente eso? ¿Cómo se escribe un retrato? Ni siquiera el propio Mr.Gwyn lo tiene demasiado claro, pero intuye una manera de hacerlo igual que como escritor podía intuir una historia. Ante el asombro de su editor busca un local con unas condiciones muy precisas, encarga a un artesano de bombillas (otro trabajo inventado), una luz muy especial y a un amigo músico una banda sonora larguísima para poder llevar a cabo el trabajo. Una vez lo tiene todo, sólo le falta el modelo sobre el que escribir. Y para empezar necesita a alguien especial, necesita comprender a alguien que todavía no se ha comprendido a sí mismo.
Es un trabajo nuevo con una nueva forma de entender la vida. Es una hermosa novela donde en el esfuerzo de alguien por comprender a otra persona nos llegamos, quizá, a comprender mejor a nosotros mismos.
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