Elia Barceló
Con motivo de la concesión del premio Príncipe de Asturias 2011 al gran poeta canadiense Leonard Cohen, la editorial 451 nos presenta un libro de excepción que ningún amante de Cohen puede pasar por alto.
Sólo su formato hace ya desear tenerlo: es igualito a un nuevo L.P del maestro y, además lleva en la cubierta su autorretrato, como ya fue el caso de Recent Songs, el espléndido disco de 1979, y su sello –esa curiosa estrella de David formada por dos corazones entrelazados.
Es un libro para amantes de Cohen, para público cautivo, más que para lectores que aún no conocen al maestro. No es una introducción, ni una biografía, ni una exposición cronológica de sus casi cuarenta años de carrera; las canciones que aparecen a lo largo de sus páginas –veinticuatro– ni siquiera pueden leerse completas porque de lo que se trata en este libro es de establecer un diálogo entre aficionados, especialistas e ilustradores.
El auténtico connaisseur del señor Cohen, tanto en su vertiente de cantante como de poeta (me refiero a poesía sin acompañamiento musical) no encontrará demasiadas novedades en el libro, pero a cambio podrá leer alguna anécdota que quizá aún no conociera y, sobre todo, verá ciertas canciones y ciertas fases del artista a través de otros ojos, de otras sensibilidades, de otras opiniones que pueden estimular un diálogo interior. Porque lo que sí hay en abundancia en este libro son opiniones y maneras de ver con las que el lector no necesariamente se identifica, pero que ofrecen otras perspectivas.
Se abre la obra con dos breves textos firmados por Jordi Vicente y Luis Eduardo Aute. A partir de ahí ocho artistas gráficos diferentes, muy diferentes, nos ofrecen tres ilustraciones cada uno: una por canción, acompañadas de un texto de Alberto Manzano, biógrafo y traductor de Cohen.
No queda claro si esas tres canciones por autor han sido elegidas libremente por ellos o bien si a cada uno le ha tocado esa triada por sorteo. No todos ellos son aficionados a Cohen; algunos ni siquiera lo encuentran particularmente de su gusto; pero todos han aceptado el desafío de ilustrar sus palabras y lo han llevado a término con mayor o menor fortuna.
Yo, como enamorada de la poesía, las canciones y la voz de Leonard Cohen desde el lejanísimo día de 1975 en que por mediación de un buen amigo descubrí Songs from a room (1969), encuentro las ilustraciones demasiado planas, bidimensionales y faltas de imaginación y de espíritu para potenciar o complementar o contrastar los riquísimos textos del artista canadiense. El que me parezcan, además, innecesarias, es simplemente una manía mía, lo reconozco. Desde que aprendí a que las palabras se convirtieran en imágenes en mi cabeza a medida que las iban desgranando mis ojos, dejé de necesitar o desear imágenes ajenas. Pero acepto el concepto del libro y esas ilustraciones me sirven para reforzar mi propia posición, mis propios dibujos interiores.
Los textos de Alberto Manzano me parecen unas veces interesantes e informativos, otras veces irritantes, sobre todo por su uso de la lengua que no acaba de decidirse entre el español y el inglés.
Tengo que confesar, además, que nunca me ha gustado su manera de traducir la poesía de Cohen, desde los tiempos de sus primeras traducciones para la editorial Visor.
Traducir poesía es siempre una misión imposible; por eso con frecuencia lo mejor que se puede hacer es versionarla, en las contadas ocasiones en las que el traductor es también un poeta con una sensibilidad similar, como es el caso del mismo Cohen, quien convirtió el poema de García Lorca Pequeño vals vienés en esa maravilla de canción que es Take this waltz.
Manzano traduce las palabras de las canciones de Cohen, a veces incluso con gran acierto, pero no es capaz de transmitir la emoción que surge del original, ni tampoco un eco del ritmo que tienen en inglés, aunque sea lejano; de hecho, no hay ritmo alguno en sus traducciones por lo que pueden resultar útiles y recomendables para personas que no dominen en absoluto la lengua inglesa (porque comprender aproximadamente es mejor que no entender nada) pero suelen ser fuente de frustración y molestia para los que sabemos que eso no es en absoluto lo que hay dentro del poema original. También sabemos que es una batalla perdida tratar de igualarlo en español, pero al menos habría que haberlo intentado con mayor ahínco.
A pesar de ello y en definitiva, este es un libro que hay que comprar, que hay que tener, que hay que repasar y criticar y disfrutar; un libro que, hasta cierto punto, y no sé si es intencional, es como el propio Cohen: contradictorio. Pero es un libro que te hace querer volver a la fuente, al original; oir otra vez esta canción, y la otra, y aquella que hace tanto que no oyes. Y las nuevas, por supuesto, las de los últimos discos, tan irregulares, las del último, que aún no tiene un año, Old Ideas, tan de vuelta al Cohen de siempre. Y te hace querer releer su poesía. Y volver a oirlo en concierto.
Y sobre todo, sobre todo, es lo que se pretendía: un sentido homenaje al gran poeta canadiense.
1 comentario:
Gracias, Elia, por tu comentario crítico. Solamente despejar una duda: sólo uno de los ilustradores –el que firma estas líneas– eligió sus canciones, ya que a la vez que ilustrador, he sido uno de los autores del proyecto y me ocupé, junto con Alberto Manzano, de la selección de canciones e ilustradores.
Efectivamente, no por ilustrador, dejo de compartir ese sentimiento de «traición» que hay detrás de toda imagen que pretende condensar la emoción de un texto poético.
Carlos Cubeiro
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