Ariadna G. García
La lectura de cualquier novela del portugués José Luis Peixoto (Galveias, 1974) implica un acto de reconocimiento y un ejercicio de purga. Nos vemos reflejados en sus páginas. Tenemos la certeza de haber encontrado historias semejantes a las nuestras, familias parecidas, episodios delicados y crueles análogos a nuestra propiedad realidad: los domingos en casa de la abuela, los deberes en la mesa de la cocina, la tensión de dos cuerpos explotando a escondidas, el descubrimiento de una nueva ciudad… Nos habla desde un espacio cultural común. Y por esa razón, sus novelas nos purgan, nos limpian por dentro: porque nos enfrentan a un mundo machista, a la ira de padres y maridos violentos, al desgarro que padecen las ilusiones… en definitiva, a los demonios que habitan con nosotros. Peixoto, a través de sus libros, nos exorciza nombrando los males ocultos en las cañerías más negras de nuestra sociedad.
Libro es su tercera novela publicada por El Aleph. Le anteceden Una casa en la oscuridad (2008) y la portentosa Cementerio de pianos (2007). En ésta, el autor se mete en la piel y en la mente del maratoniano Francisco Lázaro, primer atleta luso en participar en unos Juegos Olímpicos (Estocolmo, 1912). El discurso del corredor combina sus sensaciones físicas a lo largo de la competición con el recuerdo de ciertos episodios (ficticios, claro) de su niñez y de su juventud, y con el testimonio de la vida de sus familiares acabada la maratón, lo que no deja de ser un hecho sorprendente, pues la participación de Lázaro acabó en el kilómetro 30, tras desplomarse en el suelo; moriría después. Escrita con la minuciosidad y la delicadeza de un escritor que aspira a seducir a los lectores, Cementerio de pianos mezcla realismo mágico, novela romántica y novela de costumbres. La belleza de sus imágenes, su hondo lirismo, contrasta con la agresividad de algunas escenas. Se trata de una obra inolvidable.
La última, Libro, comparte con aquella el gusto por el detalle pequeño, la plasticidad. Pero supone un giro en el uso de la voz. La dulzura cede el paso a la ironía, la crudeza al sarcasmo, el deseo a la caricatura. Peixoto se interesa ahora por el asunto de la emigración: sus causas, los peligros del viaje, la integración, la ausencia, la añoranza, la memoria... La novela tiene un comienzo espectacular. Arranca en 1948, año en que Ilídio (de 6 años) es abandonado por su madre. Lo criará Josué, quien le enseñará el oficio de la albañilería. En la primera parte del libro, el narrador describe cómo es la vida de un pueblo portugués en los años 50 y 60: sus gentes, sus costumbres. Aquí la obra pierde fuelle. Muchas de las anécdotas son demasiado bastas o de una brutalidad injustificada. Es cierto que están al servicio de la caracterización de ciertos personajes sin demasiada cultura y extraídos de la Portugal más recóndita, pero el estilo hosco, bronco, de estas secuencias los convierte en arquetipos, cuando no en bufones. Sin embargo, a partir del día en que Ilídio se enamora de Adelaide (1964) y emprende el camino de la emigración ilegal para buscarla en Francia, la obra alcanza su mejor nivel. Peixoto vuelve a ser Peixoto. Con qué finura nos habla del sentimiento de culpa, de los sentimientos no pronunciados. Si bien es verdad que persisten las escenas incongruentes, el narrador se centra ya en el drama de quienes lo dejan todo por buscar una vida mejor en otra parte. El miedo, la incertidumbre, la lucha por la subsistencia, la poderosa atracción de la novedad, la tensión entre el pasado y el presente que asola a los personajes, la desilusión, las ganas de regreso… nos dejan páginas llenas de emoción que nos hacen pensar no sólo en la actualidad del tema, sino en la identidad de Europa.
Leyendo Libro emprendemos una aventura hacia el corazón de un drama personal, y hacia la modernización de un país. Medio siglo más tarde, no existen las fronteras entre Portugal, España y Francia. Pero la emigración ha vuelto a imponerse a la juventud ibérica. Libro es una fantástica excusa para reflexionar sobre la Europa a la que aspiramos. Una Europa por la que circulemos libremente, bien. Pero no sólo eso. Una Europa solidaria. Peixoto, con su obra nos dice que el pasado aún no ha quedado atrás.
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