martes, diciembre 27, 2011

Doble mirada: La memoria del gintonic, Antonio Báez

Talentura, Madrid, 2011. 120 pp. 12 €

1. Óscar Esquivias

A veces las fronteras que separan los cuentos de las novelas son difusas. Uno de los criterios para deslindar ambos géneros es que el texto pueda leerse de un tirón. De esta manera definía los cuentos Edgar Allan Poe (que sabía de lo que hablaba) en su ensayo Filosofía de la composición (1846), y añadía que así el autor podía asegurarse de controlar el efecto emocional que el relato iba a causar en el lector, algo imposible con un texto más largo cuya lectura debe necesariamente interrumpirse y reanudarse varias veces. Aceptada tal premisa, quizá deberíamos considerar La memoria del gintonic como un cuento largo y no como una novela, ya que si el lector se salta el prólogo y descuenta de la paginación los dos relatos con los que se completa el volumen, el texto se queda en unas ochenta páginas, escritas con tal desenfado y amenidad que se hace difícil no leerlo de una sola sentada. Quizá consciente de ello, el propio autor lo presenta bienhumoradamente como su «primera novelita».
El título (no muy afortunado, en mi opinión) de esta novela, novelita o cuento alude a la bebida favorita de una anciana, Eulogia, protagonista y narradora de la historia. También hace referencia a un asunto medular del libro: la conciencia por parte de este personaje de su pérdida progresiva de facultades mentales, de estar viviendo en un mundo poblado de recuerdos y de fantasmas (en su imaginación están muy presentes personas fallecidas, como su esposo Ernesto o su hermana Teresa, quienes se mezclan con las personas reales que la frecuentan, como su cuidadora africana Palmira, su hijo Carlos, su nuera Julia o su hermana Esperanza —presidenta de una Comunidad Autónoma—). La descripción del laberinto de la memoria en el que anda perdida Eulogia está trazada con mucho humor, pero también con inevitable —y creciente— dramatismo.
Hay además un juego metaliterario muy curioso. Eulogia quiere escribir una novela y para ello se apunta a un taller literario en internet. Gracias a la nota previa del autor y al prólogo de Cristina Cerrada y Leonor Sánchez, sabemos que el propio Antonio Báez (bajo el nombre ficticio de Eulogia) participó realmente en uno de estos talleres y las prologuistas fueron sus tutoras. Como tales aparecen luego en las páginas de la novela, convertidas en personajes, prodigando consejos y elogios.
Con estos mimbres tan variados construye Báez su primera novelita, plena de simpatía y de humor, con un fluir narrativo libérrimo. El autor tiene muy buen pulso para la escritura, aunque a veces flaquea la tensión del relato. También creo que trata a su protagonista más como un personaje que como una persona, excediéndose en la caracterización y descuidando su hondura psicológica. Pero estos reparos no empañan el interés y la calidad de un texto que apunta muy alto y que se lee, como Poe quería, de una vez, con gran placer, felicidad y emoción. Los dos cuentos que completan el libro («El regalo» y «Banquete») son muy breves y participan del espíritu de la novela (también se toman gintonics —este volumen lo podía haber patrocinado Schweppes— y hay un mismo trasfondo de mentiras vitales, vejez y demencia).


2. Miguel Baquero

Como declara Antonio Báez (Antequera, 1964) en la introducción de esta su primera novela: “La literatura que me interesa sirve para desalojar, despojar y vaciar ciertas habitaciones imaginarias llenas de trastos inútiles”. En gran manera, La memoria del gintonic, publicada por Talentura, es una crónica de ese desalojo, de esa sacada repentina y rápida de los muebles a la calle. Pero el lugar donde se lleva a cabo dicho desalojo, el escenario, en fin, de esta novela, es una casa desahuciada. En concreto, la memoria de una anciana que padece de alzheimer y que, como regalo de cumpleaños, le pide a su hijo la inscripción en un curso de literatura, para, por medio de la novelística, tratar de extraer y sacar a la calle, desde el fondo de una memoria que cada día se derrumba más, aquellos recuerdos, aquellos hechos o aquellas imaginaciones que un día conformaron su personalidad.
En La memoria del gintonic, todos esos elementos (“trastos inútiles”, a que se refirió el autor) son sacados con evidente rapidez, con urgencia, por una persona que a veces no consigue recordar el nombre de quienes se encuentran a su lado y si son personas que conoce o no. Aprovechando los raros instantes de lucidez, los ejercicios que le imponen sus profesoras del taller literario, la anciana protagonista va sacando a la carrera y bajando a la calle, exponiendo en los folios, lo que encuentra precipitadamente por su casa en ruinas. A veces son recuerdos lógicos y coherentes, pero también (o mejor sería decir: sobre todo), son viejas impresiones, fantasías donde lo real y lo ficticio se confunden, sueños recurrentes que desde siempre la han marcado. Desalojado todo a la carrera y a la intemperie de las páginas, el lector encuentra cómo todos estos elementos tienen, al fin, la misma categoría, cómo nuestras personalidades (la de la protagonista, la del autor, la del lector, la de todos) están formadas, a partes iguales, por hechos históricos que vivimos y nos dejaron huella, por sucesos personales, presencias hoy muertas, figuras ya perdidas, que nos marcaron con una impresión indeleble, pero también (o, repito, sobre todo) por sueños absurdos, por fantasías sin sentido, por imágenes que carecen de cualquier lógica. Eso también somos nosotros y eso también habita en nuestro interior.
Con una profunda empatía humana y una capacidad admirable en lo literario para introducirse en la piel de su protagonista, Antonio Báez nos ofrece en su La memoria del gintonic todo un ejercicio de literatura entendida no como una sucesión de páginas que, como suelen elogiar ahora los críticos, con evidente simpleza, “se leen de un tirón”, sino como un escenario donde ocurren los dramas humanos, a veces tan sencillos y conmovedores como la degeneración de una anciana y sus intentos por salvar del desastre siquiera sea una mínima parte de aquello de lo que un día estuvo compuesta.

2 comentarios:

Antonio Senciales dijo...

Estoy de acuerdo con ambos críticos, los dos hacen una puntualización muy aguda de las virtudes o pequeños reparos que se le pueden asignar a la novela.
Estoy conforme hasta en lo del título, me gusta más su denominación original: 'La novela de Eulogia'.
También coincidó en las caracterísiticas de buen narrador que destacan en el Sr. Báez.
Saludos.

Elena Casero dijo...

Me alegro de que la novela haya sido tan bien reseñada.
Me han parecido perfectas ambas apreciaciones sobre un narrador de la calidad de Antonio Baéz.

Saludos