Victoria R. Gil
«Casas medio derruidas, agujeros, charcos fangosos, terrenos baldíos sembrados de cubos de cemento revuelto, barro, charcas estancadas en plena calle. Una oscura capa de petróleo lo cubría todo a causa de los mosquitos y de la malaria. Al paso de los vehículos, salpicaduras viscosas manchaban con gran estrépito los muros».
Cinco años antes, el pueblo que describe Georges Arnaud en este párrafo de su novela más famosa, El salario del miedo, era un floreciente puerto de mar. Cinco años después está muerto. ¿El motivo? Los derechos de explotación petrolífera que posee la Crude and Oil Limited en esta comarca de Guatemala, a la que ha extraído su ilusión y su futuro al mismo tiempo que sus recursos, y con igual falta de escrúpulos.
En ese poblacho más allá de la desolación, malviven traficantes, putas y borrachos a la espera del negocio perfecto que habrá de sacarlos de allí, no importa a dónde, mientras sea en dirección contraria a la que llegaron. Embotados por el alcohol, y con el único alivio de un sexo de rebajas, aún confían en que no sea ésa la última parada antes del infierno, un destino que una inusual oferta de trabajo quizás pueda cambiar.
La compañía petrolera, con un incendio en marcha que amenaza consumir todas sus ganancias, busca el modo más rápido y barato de sofocarlo. El único problema es que para ello debe transportar tonelada y media de nitroglicerina por las carreteras peor asfaltadas y los terrenos más abruptos del país. ¿Camiones con medidas especiales de seguridad? Un gasto inasumible ¿Conductores expertos y seguros de accidente? Demasiado caros. La empresa no lo duda: mejor que se encarguen esos tipos dispuestos a cualquier cosa con tal de largarse de aquel agujero. «Apuesto a que por echarle mano al dinero harían el recorrido a la pata coja con la carga al hombro. Además, ¿dejarán herederos si saltan por los aires? ¿Y qué sindicato vendrá a buscarnos las cosquillas en su nombre?».
Comienza entonces el viaje de cuatro hombres en pos de mucho más que mil dólares. Encerrados en su particular infierno, dos camiones que quizás les terminen sirviendo de féretro, recorrer 500 kilómetros sobre una carga de nitroglicerina se parece demasiado a una ruleta rusa en la que el miedo nunca dará tregua. Sobrevivir sin volverse loco quizás sea la única tarea imposible.
Georges Arnaud, autor de la obra, sabía bien de lo que hablaba cuando escribió esta novela corta que habría de inmortalizarlo. Encarcelado por parricidio, aunque absuelto año y medio después, fue escritor, periodista y un vagabundo más de los que describe en El salario del miedo, tratando de sobrevivir en la Hispanoamérica de mediados del siglo XX. Su retrato de la Crude and Oil Limited se revela tristemente actual en estos tiempos de capitalismo feroz, donde se busca la máxima rentabilidad sin importar los daños colaterales que se provoquen, por lo que la decisión de Contraseña de rescatar este clásico moderno de la literatura universal, en otra cuidada edición como las muchas a las que ya nos ha acostumbrado, resulta de lo más oportuna.
La versión cinematográfica que realizó Henri-Georges Clouzot en 1953, reconocida como mejor película por la Academia Británica de las Artes Cinematográficas, la Palma de Oro de Cannes y el Oso de Oro de Berlín, ponía el acento, precisamente, en los abusos de la empresa norteamericana cuyos intereses son el motor de esta historia, hasta el punto de que parte del metraje de la película fue censurada en su estreno en Estados Unidos. Una versión más moderna, rodada por William Friedkin en 1977, contaría con Paco Rabal en el papel de uno de los arriesgados conductores, si bien no conseguiría eclipsar el éxito de la adaptación francesa.
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