Trad: Julia García Lenberg. Ediciones del Viento, A Coruña, 2010. 376 pp. 22 €
Ángeles Prieto
Quizá una de las consecuencias más dolorosas que el convulso y decadente siglo XIX produjo fue el atraso intelectual, constatable frente al resto de Europa, en el que incurrió la universidad española de entonces. Ni siquiera a inicios del siglo XX pudimos, por tanto, lanzar suficientes investigadores formados a la exploración y conocimiento científico del resto del mundo, como así hicieron británicos, franceses y alemanes, ayudados qué duda cabe, desde sus gobiernos por los mismos intereses coloniales e imperialistas que aquí también existieron, pero muy mal canalizados.
Sin embargo, en esta época actual que vivimos de globalización y actualización de conocimientos, ahora que podemos ponernos al día en disciplinas tradicionalmente relegadas en nuestras Facultades que, como la Arqueología Oriental, tanto apasiona a los alumnos, se hace notar mucho que las fuentes utilizadas para la formación de nuestros universitarios son mayoritariamente anglosajonas.
Sin ir más lejos un libro de cabecera para los estudiantes españoles de la disciplina arqueológica es el manual Arqueología: teorías, métodos y prácticas de Colin Renfrew y Paul Bahn, una visión interesante pero muy sesgada, porque si el estudiante español acude a buscar en él quiénes son los nombres fundamentales de la historia de la Arqueología Oriental, descubrirá que para el Próximo Oriente aparecen sólo Botta, Layard y Rawlinson. Ni un solo párrafo de reconocimiento para los arqueólogos alemanes, ni palabra sobre este Walter Andrae a quien debemos, ¡nada menos!, que el redescubrimiento de la importantísima Assur, la antigua capital de Asiria, además de la reconstitución de la famosa Puerta de Ishtar y la Vía de las Procesiones en Babilonia.
Un arqueólogo de primera línea que a la vez fue prolijo dibujante y anotador de sus andanzas y por ello, actual fuente de conocimiento insoslayable de la arqueología de su época, de la que sabiamente sus contemporáneos eran muy conscientes –al contrario que nosotros- que además de estar llevando a cabo el ejercicio de una simple actividad científica, estaban realizando una importante labor de difusión humanística de primer orden. Porque la Arqueología, quiéranlo o no en nuestras facultades, además de ciencia también es pensamiento y cultura, (y cultura europea, no sólo anglosajona) hacia la que debemos adquirir una cierta comprensión, afín y cercana para su mejor desempeño.
Es por ello que no podemos menos que aplaudir la exquisita publicación de estas cuidadas Memorias, mediante una traducción minuciosa y a conciencia, a la vez que ágil, en la reproducción de las apasionantes pequeñas historias culturales que, respecto a Asiria y Babilonia, Andrae nos transmitiera con sincero entusiasmo. Pues por estas páginas preciosas que nos legara no sólo desfilan los importantes hallazgos que le otorgaron un sitio de gloria en la posteridad, sino su vida ante todo: el paisaje beduino que tanto amó, sus increíbles animales y las relaciones amistosas, de respeto y cariño, con la sencilla población rural árabe. Mientras, y de fondo, escuchamos asimismo sus sentimientos de horror y perplejidad ante una Europa en llamas por las dos Guerras Mundiales que le tocó sufrir y sus gritos indignados contra el nazismo, altar idólatra de Hitler, que convirtió a sus compatriotas en “material humano”, destrozó sus queridos museos, en buena parte el trabajo de su vida y hasta le hizo perder a un hijo.
Por ello, podemos afirmar que no estamos ante un libro científico, necesario (y ya era hora) en nuestros campus universitarios, sino también ante un precioso y único ejemplar, precursor de esa gran literatura de viajes que Ediciones del Viento se esfuerza cada día en proporcionarnos. A ellos, y a Joaquín María Córdoba, responsable de la edición, muchísimas gracias.
Ángeles Prieto
Quizá una de las consecuencias más dolorosas que el convulso y decadente siglo XIX produjo fue el atraso intelectual, constatable frente al resto de Europa, en el que incurrió la universidad española de entonces. Ni siquiera a inicios del siglo XX pudimos, por tanto, lanzar suficientes investigadores formados a la exploración y conocimiento científico del resto del mundo, como así hicieron británicos, franceses y alemanes, ayudados qué duda cabe, desde sus gobiernos por los mismos intereses coloniales e imperialistas que aquí también existieron, pero muy mal canalizados.
Sin embargo, en esta época actual que vivimos de globalización y actualización de conocimientos, ahora que podemos ponernos al día en disciplinas tradicionalmente relegadas en nuestras Facultades que, como la Arqueología Oriental, tanto apasiona a los alumnos, se hace notar mucho que las fuentes utilizadas para la formación de nuestros universitarios son mayoritariamente anglosajonas.
Sin ir más lejos un libro de cabecera para los estudiantes españoles de la disciplina arqueológica es el manual Arqueología: teorías, métodos y prácticas de Colin Renfrew y Paul Bahn, una visión interesante pero muy sesgada, porque si el estudiante español acude a buscar en él quiénes son los nombres fundamentales de la historia de la Arqueología Oriental, descubrirá que para el Próximo Oriente aparecen sólo Botta, Layard y Rawlinson. Ni un solo párrafo de reconocimiento para los arqueólogos alemanes, ni palabra sobre este Walter Andrae a quien debemos, ¡nada menos!, que el redescubrimiento de la importantísima Assur, la antigua capital de Asiria, además de la reconstitución de la famosa Puerta de Ishtar y la Vía de las Procesiones en Babilonia.
Un arqueólogo de primera línea que a la vez fue prolijo dibujante y anotador de sus andanzas y por ello, actual fuente de conocimiento insoslayable de la arqueología de su época, de la que sabiamente sus contemporáneos eran muy conscientes –al contrario que nosotros- que además de estar llevando a cabo el ejercicio de una simple actividad científica, estaban realizando una importante labor de difusión humanística de primer orden. Porque la Arqueología, quiéranlo o no en nuestras facultades, además de ciencia también es pensamiento y cultura, (y cultura europea, no sólo anglosajona) hacia la que debemos adquirir una cierta comprensión, afín y cercana para su mejor desempeño.
Es por ello que no podemos menos que aplaudir la exquisita publicación de estas cuidadas Memorias, mediante una traducción minuciosa y a conciencia, a la vez que ágil, en la reproducción de las apasionantes pequeñas historias culturales que, respecto a Asiria y Babilonia, Andrae nos transmitiera con sincero entusiasmo. Pues por estas páginas preciosas que nos legara no sólo desfilan los importantes hallazgos que le otorgaron un sitio de gloria en la posteridad, sino su vida ante todo: el paisaje beduino que tanto amó, sus increíbles animales y las relaciones amistosas, de respeto y cariño, con la sencilla población rural árabe. Mientras, y de fondo, escuchamos asimismo sus sentimientos de horror y perplejidad ante una Europa en llamas por las dos Guerras Mundiales que le tocó sufrir y sus gritos indignados contra el nazismo, altar idólatra de Hitler, que convirtió a sus compatriotas en “material humano”, destrozó sus queridos museos, en buena parte el trabajo de su vida y hasta le hizo perder a un hijo.
Por ello, podemos afirmar que no estamos ante un libro científico, necesario (y ya era hora) en nuestros campus universitarios, sino también ante un precioso y único ejemplar, precursor de esa gran literatura de viajes que Ediciones del Viento se esfuerza cada día en proporcionarnos. A ellos, y a Joaquín María Córdoba, responsable de la edición, muchísimas gracias.
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