Trad. Santiago Martín Bermúdez. Barataria, Sevilla, 2011. 95 pp. 12,50 €
Cristina Consuegra
La editorial Barataria ha publicado la pieza teatral, Hilda, de la talentosa autora francesa Marie NDiaye, una de las voces más subversivas y comprometidas de la actual narrativa de este país. Su peculiar forma de entender la literatura, de digerirla, posibilitó que recibiera, en 2009, uno de los premios galos más importantes y prestigiosos, el Goncourt, gracias a la publicación de Tres mujeres fuertes (Acantilado, 2010), obra en la que su autora nos ofrece los relatos de tres mujeres supervivientes, y sobre la que directamente vierte el eco de su pensamiento, el mismo que concede especial atención a los excluidos y desarraigados, a los que son víctimas del silencio, sea éste de la naturaleza que sea.
Hilda es la primera obra de teatro que escribe esta autora, en 1999, e intuyo que este título es, en gran medida, responsable de que Marie NDiaye sea la única escritora viva cuya obra teatral ha sido incluida en el repertorio de la Comédie Française; pero también intuyo que el mérito de Hilda no queda aquí. A lo largo de seis actos, con diálogos precisos e incisivos, y una perspectiva ideológica contundente, Hilda elabora un retrato escalofriante sobre la situación de lo social en la sociedad francesa, retrato que permite al lector proyectar una geografía bastante fiel de la inmigración, de la miseria humana y los desposeídos en el continente europeo; una geografía que pasa ineludiblemente por la reflexión en torno al miedo al Otro, en cómo el inmigrante pasa a ser objeto o moneda de cambio, sobre cómo pasa a ser una simple propiedad; una firme reflexión sobre la condición del individuo contemporáneo.
NDiaye decide no quedarse al margen de los diversos acontecimientos que han sacudido a la sociedad francesa, en las dos últimas décadas, para denunciar –siendo consciente del poder de la palabra– la situación de la mujer inmigrante en este país. Y para ello utiliza la figura caprichosa y despiadada de Madame Lemarchand (personaje de gran complejidad psicológica y social), una mujer de la alta burguesía que ejerce su poder sobre su criada, un poder que tendrá efectos devastadores en la vida e identidad de Hilda, quien desde el momento que entra a formar parte de la casa de los Lemarchand se desvanece entre las palabras que la oprimen y asfixian, entre palabras que le indican cómo debe pensar, hablar o vestir. Palabras que le recuerdan, una y otra vez, que es un objeto más.
Sin grandes artificios, siquiera palabras rimbombantes, sin trazar grandes ideas, NDiaye muestra al lector lo que sucede al otro lado de la pantalla, eso que, en ocasiones, olvidamos que es real y acontece; situaciones terribles sobre las que no pensamos hasta que alguien no las señala, cuenta o narra.
Cristina Consuegra
La editorial Barataria ha publicado la pieza teatral, Hilda, de la talentosa autora francesa Marie NDiaye, una de las voces más subversivas y comprometidas de la actual narrativa de este país. Su peculiar forma de entender la literatura, de digerirla, posibilitó que recibiera, en 2009, uno de los premios galos más importantes y prestigiosos, el Goncourt, gracias a la publicación de Tres mujeres fuertes (Acantilado, 2010), obra en la que su autora nos ofrece los relatos de tres mujeres supervivientes, y sobre la que directamente vierte el eco de su pensamiento, el mismo que concede especial atención a los excluidos y desarraigados, a los que son víctimas del silencio, sea éste de la naturaleza que sea.
Hilda es la primera obra de teatro que escribe esta autora, en 1999, e intuyo que este título es, en gran medida, responsable de que Marie NDiaye sea la única escritora viva cuya obra teatral ha sido incluida en el repertorio de la Comédie Française; pero también intuyo que el mérito de Hilda no queda aquí. A lo largo de seis actos, con diálogos precisos e incisivos, y una perspectiva ideológica contundente, Hilda elabora un retrato escalofriante sobre la situación de lo social en la sociedad francesa, retrato que permite al lector proyectar una geografía bastante fiel de la inmigración, de la miseria humana y los desposeídos en el continente europeo; una geografía que pasa ineludiblemente por la reflexión en torno al miedo al Otro, en cómo el inmigrante pasa a ser objeto o moneda de cambio, sobre cómo pasa a ser una simple propiedad; una firme reflexión sobre la condición del individuo contemporáneo.
NDiaye decide no quedarse al margen de los diversos acontecimientos que han sacudido a la sociedad francesa, en las dos últimas décadas, para denunciar –siendo consciente del poder de la palabra– la situación de la mujer inmigrante en este país. Y para ello utiliza la figura caprichosa y despiadada de Madame Lemarchand (personaje de gran complejidad psicológica y social), una mujer de la alta burguesía que ejerce su poder sobre su criada, un poder que tendrá efectos devastadores en la vida e identidad de Hilda, quien desde el momento que entra a formar parte de la casa de los Lemarchand se desvanece entre las palabras que la oprimen y asfixian, entre palabras que le indican cómo debe pensar, hablar o vestir. Palabras que le recuerdan, una y otra vez, que es un objeto más.
Sin grandes artificios, siquiera palabras rimbombantes, sin trazar grandes ideas, NDiaye muestra al lector lo que sucede al otro lado de la pantalla, eso que, en ocasiones, olvidamos que es real y acontece; situaciones terribles sobre las que no pensamos hasta que alguien no las señala, cuenta o narra.
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