Ediciones Hontanar, León, 2009. 102 pp.
Miguel Baquero
Anónimo viajero, el último libro de poesías de Octavio Fernández Zotes (Cabañeros, 1935) es, en gran medida, y como indica el título, la crónica de un viaje interior, el relato metafórico de un periplo que se inició con la pregunta: ¿Hay vida en la poesía? Como el anónimo viajero que tantas veces puede haberse planteado esta pregunta, Fernández Zotes, una vez terminada su carrera profesional, decidió internarse en esa vertiginosa pasión ante cuyas puertas tantas veces y durante tantos años había retrocedido. Situado ante ese umbral, Fernández Zotes confiesa sobre el papel sus temores y, con los primeros pasos, la maravilla que le aturde al sentir que algo, difusamente, se concreta.
«Parece inválido, / pero un enigma, / en trance de poema, / emerge, y muestra su impaciencia / por desbrozar la prosa, / por horadar salida a la muralla».
A la búsqueda de ese “algo” que parece esconderse siempre en la siguiente página, hay en todo este libro, Anónimo viajero, un sentido de vagar hacia delante, de caminar con la mirada despierta, “en trance de poema”, en el afán primero de capturar el poema que parece aletear delante de él y verterlo sobre el folio diseccionado. Pronto, sin embargo, entiende el poeta que la poesía, quizás, dejé de serlo en el momento que se consigue dominar: «Dentro del alma se consumen / las últimas palabras, las imágenes / brillantes como brasas, / retóricas metáforas que arden / y sólo dejan un silente polvo gris / de tedio y calma». Pronto entiende que para continuar “ese viaje en espiral” que ha emprendido hacia un centro que siente palpitante, es necesario despojarse de las expresiones brillantes, de los versos asombrosos, de todo el aparato externo de la poesía. Y es partir de entonces cuando el poeta, despojado de todo, anónimo, comienza el auténtico viaje.
Un viaje entre objetos que parecen sin sentido, “mariposas heridas por la espera”, sin el recurso a disculpar, edulcorar, disfrazar los hechos ocurridos para que no resulten crueles, para que el pasado no dañe “cruelmente, como una segur que hiere a ciegas”. Un ambiente que, lejos de hermoso, visto con ojos claros y sinceros parece un largo y desagradable desfiladero que se va cerrando en torno del poeta, a quien sólo mantiene en el camino en esos momentos «la ávida impaciencia / hacia el misterio que se oculta en la neblina / del otoño eterno de Vallejo», un final que no ve pero que adivina que se estremece ante el rumor “del hombre que se acerca”, aunque sólo sea para descubrir que «hablando como Rilke, / hay ángeles tan bellos que te matan / con el abrazo».
Este es otro de los rasgos del Anónimo Viajero según avanza en su indagación: el reconocimiento y la admiración hacia los que le precedieron en el camino por entre escarpadas paredes, más allá de donde terminan los cantos de las sirenas. «A veces veo brillos / de auroras boreales / que se acercan deprisa / y marcan un camino, / más luego se oscurecen / y el camino se borra». En determinado momento, se detiene para expresar su impotencia por no saber, seguramente, mirar en torno con esa claridad y esa sensibilidad con que miraron otros, con no saber «desentrañar, en el alfoz del tiempo, / el santo y seña que permita / respirar el viento fácilmente, sin asfixia”. Detenido en el “intermezzo” de su camino, se pregunta el poeta “¿de qué horizonte llegan las melodías de Mahler? (…), ¿Por qué remonta el vuelo / a cielos infinitos el pincel de Chagall?»
El viaje prosigue, el camino se estrecha, todo ese largo y cansado periplo parece conducir al fin no a otro lugar sino al punto de partida, al interior de uno mismo: «Busco sentimientos comunes / en el ancestral legado de los verbos. / Y sólo encuentro / fingidos versos hiperbólicos que dejan / sensación de hambre y de hastío».
«Murió la poesía. / Tan sólo queda la belleza que nace del desgarro, / del grito insufrible de la sangre; / de la carne rota por el filo invisible / de la navaja cortante de la vida».
Pero al fin, y pese a todo, aun queda una última esperanza. Aún debe quedar una última esperanza. Una esperanza para la que Fernández Zotes recurre a las palabras de Luther King: «Si supiera que el mundo acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. Es la esperanza de la ilusión, del asombro diario, “hasta dejar colmado el espacio comprendido / entre una nada que forma ya parte del pasado / y otra nada que ha de venir y aún no ha venido».
Y aunque pueda parecer, por todo ello, que ha sucedido un viaje frustrado, Anónimo viajero es, por su sinceridad, por su honestidad y por la profundidad que busca, un magnífico libro de poesía.
Miguel Baquero
Anónimo viajero, el último libro de poesías de Octavio Fernández Zotes (Cabañeros, 1935) es, en gran medida, y como indica el título, la crónica de un viaje interior, el relato metafórico de un periplo que se inició con la pregunta: ¿Hay vida en la poesía? Como el anónimo viajero que tantas veces puede haberse planteado esta pregunta, Fernández Zotes, una vez terminada su carrera profesional, decidió internarse en esa vertiginosa pasión ante cuyas puertas tantas veces y durante tantos años había retrocedido. Situado ante ese umbral, Fernández Zotes confiesa sobre el papel sus temores y, con los primeros pasos, la maravilla que le aturde al sentir que algo, difusamente, se concreta.
«Parece inválido, / pero un enigma, / en trance de poema, / emerge, y muestra su impaciencia / por desbrozar la prosa, / por horadar salida a la muralla».
A la búsqueda de ese “algo” que parece esconderse siempre en la siguiente página, hay en todo este libro, Anónimo viajero, un sentido de vagar hacia delante, de caminar con la mirada despierta, “en trance de poema”, en el afán primero de capturar el poema que parece aletear delante de él y verterlo sobre el folio diseccionado. Pronto, sin embargo, entiende el poeta que la poesía, quizás, dejé de serlo en el momento que se consigue dominar: «Dentro del alma se consumen / las últimas palabras, las imágenes / brillantes como brasas, / retóricas metáforas que arden / y sólo dejan un silente polvo gris / de tedio y calma». Pronto entiende que para continuar “ese viaje en espiral” que ha emprendido hacia un centro que siente palpitante, es necesario despojarse de las expresiones brillantes, de los versos asombrosos, de todo el aparato externo de la poesía. Y es partir de entonces cuando el poeta, despojado de todo, anónimo, comienza el auténtico viaje.
Un viaje entre objetos que parecen sin sentido, “mariposas heridas por la espera”, sin el recurso a disculpar, edulcorar, disfrazar los hechos ocurridos para que no resulten crueles, para que el pasado no dañe “cruelmente, como una segur que hiere a ciegas”. Un ambiente que, lejos de hermoso, visto con ojos claros y sinceros parece un largo y desagradable desfiladero que se va cerrando en torno del poeta, a quien sólo mantiene en el camino en esos momentos «la ávida impaciencia / hacia el misterio que se oculta en la neblina / del otoño eterno de Vallejo», un final que no ve pero que adivina que se estremece ante el rumor “del hombre que se acerca”, aunque sólo sea para descubrir que «hablando como Rilke, / hay ángeles tan bellos que te matan / con el abrazo».
Este es otro de los rasgos del Anónimo Viajero según avanza en su indagación: el reconocimiento y la admiración hacia los que le precedieron en el camino por entre escarpadas paredes, más allá de donde terminan los cantos de las sirenas. «A veces veo brillos / de auroras boreales / que se acercan deprisa / y marcan un camino, / más luego se oscurecen / y el camino se borra». En determinado momento, se detiene para expresar su impotencia por no saber, seguramente, mirar en torno con esa claridad y esa sensibilidad con que miraron otros, con no saber «desentrañar, en el alfoz del tiempo, / el santo y seña que permita / respirar el viento fácilmente, sin asfixia”. Detenido en el “intermezzo” de su camino, se pregunta el poeta “¿de qué horizonte llegan las melodías de Mahler? (…), ¿Por qué remonta el vuelo / a cielos infinitos el pincel de Chagall?»
El viaje prosigue, el camino se estrecha, todo ese largo y cansado periplo parece conducir al fin no a otro lugar sino al punto de partida, al interior de uno mismo: «Busco sentimientos comunes / en el ancestral legado de los verbos. / Y sólo encuentro / fingidos versos hiperbólicos que dejan / sensación de hambre y de hastío».
«Murió la poesía. / Tan sólo queda la belleza que nace del desgarro, / del grito insufrible de la sangre; / de la carne rota por el filo invisible / de la navaja cortante de la vida».
Pero al fin, y pese a todo, aun queda una última esperanza. Aún debe quedar una última esperanza. Una esperanza para la que Fernández Zotes recurre a las palabras de Luther King: «Si supiera que el mundo acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. Es la esperanza de la ilusión, del asombro diario, “hasta dejar colmado el espacio comprendido / entre una nada que forma ya parte del pasado / y otra nada que ha de venir y aún no ha venido».
Y aunque pueda parecer, por todo ello, que ha sucedido un viaje frustrado, Anónimo viajero es, por su sinceridad, por su honestidad y por la profundidad que busca, un magnífico libro de poesía.
8 comentarios:
¡Jo, Miguel! Esto se avisa. Gracias al chivatazo de Google he llegado hasta aquí.
Has diseccionado mi libro y me has descubierto cosas que uno, al escribir, ni las sospecha.
De ahí eso de que: un poema no está cerrado hasta que el lector lo completa, y un mismo poema es tantos poemas como lectores tenga.
Gracias y un abrazo.
Octavio.
Enhorabuena amigo Octavio. Tu poesía crece como el árbol que plantas de esperanzada vida.
octavio, te felicito y me alegro por este nuevo hijo. ¡y qué comentario! profundo y emocionante.
que sea el mejor viaje de tu vida.
un abrazo, los quiero mucho, al poeta y a la musa.
mercedes
Gracias por darme la oportunidad de leer y apreciar este comentario acerca de un libro de poesías.......libro que, en este caso, conozco letra por letra; dolor por dolor; verso por verso. He recorrido los caminos de Octavio Fernández Zotes de la mano de su PALABRA POÉTICA; he entrado en su corazón, y mis consideraciones acerca del poemario, están expuestas lo más fielmente que he podido, firmando el PRÓLOGO, y tratando de expresar en la redacción, los sentimientos que se despiertan al leer poemas de un escritor sensible y comprometido.
De la mano del arte, por él y con él.
Teresa Palazzo Conti
Cónsul de POETAS DEL MUNDO en Buenos Aires
www.lapoesiadeteresa.com
Me encanta la reseña y me encanta Octavio.
Muchas gracias,
Este libro es sencillamente maravilloso, doy fe. ;)
Muy buena reseña, felicidades.
.
Cuando tengo mucho que decir... mejor no digo nada. Sólo dejo mi huella poeta!
Un beso y mi admiración!
Ángela.
Quise dejar mi comentario poeta, pero se esfumó...
Un beso!
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