miércoles, diciembre 16, 2009

Confesiones de una vieja dama indigna, Esther Tusquets

Bruguera, Barcelona, 2009. 380 pp. 19,50 €

Care Santos

¿Por qué leemos memorias de editores? ¿Sólo para conocer de primera mano algunas menudencias de un mundo que interesa a cuatro gatos? ¿Para tener el placer de comprobar una vez más la máxima de Mario Muchnik de que "lo peor no son los autores"¿ ¿Porque en el fondo somos unos obsesivos, unos pobrecitos que ni siquiera cuando leen abandonan el mundo editorial, su hábitat? Sí, lo confieso, soy adicta a las memorias de editores y no alcanzo a saber por qué motivo. ¿Será porque tengo comprobado que un editor no se pone a escribir si no tiene mucha memoria o mucha bilis? O ambas cosas. Y debo reconocer que ambas cosas me interesan como materia prima literaria.
Esther Tusquets dice que no escribe para ajustar cuentas sino para recordar lo que no desea que se olvide. Está de vuelta de todo, amparada en la coraza de "dama indigna" que ya no necesita callar ni quedar bien y que tantas veces esgrime a lo largo del libro. Para aquellos que no estén al tanto: Esta dignísima dama de 73 años fue la propietaria y directora de la editorial Lumen durante 40 años, desde que en los últimos 50 la recibiera de las generosas manos de su padre hasta que mediados los 90 tuvo que venderla a la multinacional Bertlesmann. A lo largo de esos 40 años aprendió, disfrutó, pasó miedo, dio ejemplo y, sobre todo, creó un catálogo que hoy es su mejor bandera porque, volviendo a Mario Muchnik, un editor es, ante todo, su catálogo.
Tusquets desborda pasión hable de lo que hable: de libros, de la estupenda biblioteca de sus padres donde todo comenzó, de su propio oficio de escritora -al que se refiere sobre todo en los últimos capítulos, que narran el modo en que escribió, a salto de mata y mientras a su alrededor reinaba el caos, la primera de sus novelas, El mismo mar de todos los veranos- o de los cuerpos amados a lo largo de toda una vida.
Parte importante son, como en todo libro memorialístico que se precie, los compañeros de viaje. Desde una taciturna y modesta Ana María Moix hasta un generoso Miguel Delibes, pasando por un Cela retratado en su faceta de pesetero y provocador, un Quino muy afecto a las menudencias o una Ana María Matute sumida en un silencio con el que castigaba al mundo y, sobre todo, a su primer marido. Los amantes de la carnaza editorial, no deben perderse el capítulo dedicado a los asuntos con Rosa Regás (ejerciendo ésta como editora, aclaro) o la versión de lo ocurrido con el libro biográfico dedicado a la familia Maragall, del cual Tusquets es coautora.
Tampoco tienen desperdicio las anécdotas que hacen referencia a algunos de los mejores editores que ha dado la industria del libro en nuestro país, comenzando por Carlos Barral -cuyo retrato de hombre caprichoso y generoso a partes iguales termina resultando demoledor-, Joan Seix, Jorge Herralde -casi invisible en estas páginas, obviamente que con toda intención- o Beatriz de Moura (de ahora en adelante inevitablemente "Bebe", por lo menos para los que hemos transitado por estas páginas). Tusquets consigue hacer que envidiemos la efervescencia de aquellos jóvenes editores, su pasión por hacer algo distinto, por enfrentarse al mundo, por cambiar las cosas, por reír a carcajadas mientras fundaban distribuidoras o creaban pioneras colecciones de bolsillo. Realmente, protagonizaron un momento único -el de los años 60 y 70- que sin ellos, sin duda, no habría sido igual. ¿O acaso los lectores que hoy tenemos 40 años o más podemos imaginar una librería sin libros de Tusquets, Anagrama o Lumen? ¿Qué habríamos leído? ¿Con qué autores habríamos crecido?
Por último, en las memorias de Esther Tusquets está la vida. La suya, por descontado. Y sólo parcialmente, sospecho. Sus enamoramientos, sus parejas masculinas -las femeninas supongo que las reserva para mejor ocasión-, sus grandes amistades, la relación con sus hijos... y, por encima de todo, esa visión del mundo inteligente y cínica que ya conocemos sus lectores de sus obras de ficción, pero que aquí se muestra sin aditivos, en toda su crudeza y toda su grandeza.
¿Para qué se leen memorias de editores? Está claro: para conocer mejor nuestro mundo, aquel del que no salimos ni siquiera cuando leemos por placer. Y, por descontado, para contarle a los amigos los chismes recién leídos. Qué placer.

2 comentarios:

alicia dijo...

Llevo unos días buceando por este libro de mi adorada Esther. Me mueve no solo esa curiosidad de la que hablas sino el deseo de reencontrarme con su prosa, su personalísima manera de contar la vida propia y ficticia. Es una delicia descubrir el backstage de todas esas obras tantas veces releídas. Hay algo en esta pequeña Reina de los Gatos que me atrapa y yo me hundo gustosa en esa trampa...
Gracias por este baúl de libros que nos regalas desde tu desván

Blanca dijo...

El primer libro que leí de ella fue “Habíamos ganado la guerra”, y me encantó. Me sorprendió su sinceridad y su magnífica forma de narrar. Como bibliotecaria y buena aficionada a la lectura conocía bien el selecto catálogo de la editorial Lumen, pero no me imaginaba que su directora durante tantos años, escribiera así de bien y resultara tan amena. Ahora estoy leyendo este último y me está gustando muchísimo Las descripciones que hace son acertadísimas, y denotan una gran inteligencia, fino sentido del humor y mucho valor para escribir sobre lo que realmente piensa y le parece.
A pesar de que hace ver, que la sinceridad con la que escriba es una consecuencia de su edad, yo creo que no es cierto: que ella siempre ha sido una mujer culta, sincera y sin prejuicios, que ha conseguido vivir como mejor la ha parecido. Merito tiene el haberlo logrado, en un país como este y con la burguesía catalana rodeándola. ¡Enhorabuena dignísima dama!