Trad. Gian Castelli Gair. Seix Barral, Barcelona, 2009. 902 pp. 27 €
Coradino Vega
Desde Hawthorne hasta Pynchon, o desde Melville hasta Eugenides (pasando por gente como Steinbeck, Dos Passos o Henry Roth), parece que son muchos los que han intentado escribir la Gran Novela Americana: ese libro que, como el poema de Whitman, transustancie el alma del vasto país en pura materia literaria. Nada que objetar. Sólo decir que Don DeLillo engrosa esa lista con la reconocida obra de 1997 que ahora se reedita en España.
El primer capítulo de Submundo narra un partido de béisbol que aconteció el 3 de octubre de 1951. Se trata de un magnífico relato en el que la Historia (el ensayo de bomba atómica materializado por la Unión Soviética) se entrelaza de forma magistral con lo que el propio DeLillo ha denominado “contrahistoria”, es decir, cómo la gente de a pie vive a contramano la Historia, protegiéndose de ella. El paradero de la pelota que protagonizó el home run final del épico encuentro entre los Giants y los Dodgers servirá de hilo conductor a parte de una trama que rastrea cincuenta años de un país, de manera fragmentada y cronológicamente a la inversa, en la que las figuras de Nick Shay y Klara Sax parecen ser el tronco de una estructura que, sólo en apariencia, resulta azarosa. DeLillo cuenta sin preocuparse de ninguna deontología narrativa, a su antojo, cambiando las personas y el punto de vista con una libertad sin orden ni autolímite. Y lo hace con ese lenguaje suyo mezcla de coloquialismo típicamente norteamericano con una precisión metafórica de verdadera altura poética. No faltan asimismo la simbología, como la profesión de Nick (que trabaja para una empresa de residuos), ni la subterránea reflexión sobre el paso del tiempo que caracteriza a casi toda buena (y larga) novela que se precie. Tampoco se echa en falta la conceptualización literaria del absurdo y la tendencia a la paranoia catastrofista sobre las que DeLillo montó su también aclamada Ruido de fondo.
Hay hoy día una auténtica legión (incluso en este país) de discípulos de Don DeLillo. Dicen que el más brillante de ellos fue David Foster Wallace. Y hay que reconocer que, bajo lo que James Wood ha calificado de “hiperrealismo” o “realismo histérico”, el mayor logro de este tipo de escritura radica en su manera de reflejar la naturaleza del tedio tecnológico, ultracontemporáneo. Sin embargo, caben dudas de que consiga modificar en el lector la concepción de esa realidad, de ese mundo. Esta novela podría ser un buen ejemplo de ello: tras su grandilocuente y acumulativa realización, late una ausencia, una falta de objetivo puede que pretendida, que se parece demasiado a la simple y desoladora vacuidad de mil televisores encendidos.
Coradino Vega
Desde Hawthorne hasta Pynchon, o desde Melville hasta Eugenides (pasando por gente como Steinbeck, Dos Passos o Henry Roth), parece que son muchos los que han intentado escribir la Gran Novela Americana: ese libro que, como el poema de Whitman, transustancie el alma del vasto país en pura materia literaria. Nada que objetar. Sólo decir que Don DeLillo engrosa esa lista con la reconocida obra de 1997 que ahora se reedita en España.
El primer capítulo de Submundo narra un partido de béisbol que aconteció el 3 de octubre de 1951. Se trata de un magnífico relato en el que la Historia (el ensayo de bomba atómica materializado por la Unión Soviética) se entrelaza de forma magistral con lo que el propio DeLillo ha denominado “contrahistoria”, es decir, cómo la gente de a pie vive a contramano la Historia, protegiéndose de ella. El paradero de la pelota que protagonizó el home run final del épico encuentro entre los Giants y los Dodgers servirá de hilo conductor a parte de una trama que rastrea cincuenta años de un país, de manera fragmentada y cronológicamente a la inversa, en la que las figuras de Nick Shay y Klara Sax parecen ser el tronco de una estructura que, sólo en apariencia, resulta azarosa. DeLillo cuenta sin preocuparse de ninguna deontología narrativa, a su antojo, cambiando las personas y el punto de vista con una libertad sin orden ni autolímite. Y lo hace con ese lenguaje suyo mezcla de coloquialismo típicamente norteamericano con una precisión metafórica de verdadera altura poética. No faltan asimismo la simbología, como la profesión de Nick (que trabaja para una empresa de residuos), ni la subterránea reflexión sobre el paso del tiempo que caracteriza a casi toda buena (y larga) novela que se precie. Tampoco se echa en falta la conceptualización literaria del absurdo y la tendencia a la paranoia catastrofista sobre las que DeLillo montó su también aclamada Ruido de fondo.
Hay hoy día una auténtica legión (incluso en este país) de discípulos de Don DeLillo. Dicen que el más brillante de ellos fue David Foster Wallace. Y hay que reconocer que, bajo lo que James Wood ha calificado de “hiperrealismo” o “realismo histérico”, el mayor logro de este tipo de escritura radica en su manera de reflejar la naturaleza del tedio tecnológico, ultracontemporáneo. Sin embargo, caben dudas de que consiga modificar en el lector la concepción de esa realidad, de ese mundo. Esta novela podría ser un buen ejemplo de ello: tras su grandilocuente y acumulativa realización, late una ausencia, una falta de objetivo puede que pretendida, que se parece demasiado a la simple y desoladora vacuidad de mil televisores encendidos.
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