Trad. Francisco J. Ramos Mena. Debate, Barcelona, 2009. 496 pp. 27,90 €
Julián Díez
Resulta grato el periódico redescubrimiento de Bizancio por parte de nuestras editoriales, pero también un tanto frustrante. Mientras que de otros periodos históricos se publican monografías sobre temas concretos, la práctica totalidad de la bibliografía sobre Bizancio en castellano está compuesta por libros generalistas, que llegan puntualmente cada par de años de la mano de esta o aquella editorial, en cada caso con la sensación de que se pretende cubrir un hueco y descubrir un período histórico maravilloso, pero desconocido.
A diferencia de otros libros por el estilo, esta obra sí puede contribuir a que nuevos lectores curiosos se sumen al grupo de raritos a los que nos interesa singularmente la historia bizantina. Herrin opta por eludir el relato cronológico tradicional, para estructurar su obra en capítulos que tratan cada una de las singularidades o momentos cumbres del imperio: desde el fuego griego hasta la iconoclastia, pasando por figuras singulares como la emperatriz cortesana Teodora, la culta Ana Comnena o el belicoso Basilio II, o por momentos puntuales de interés como la construcción de Santa Sofía, la Cuarta Cruzada o la caída final de Constantinopla en poder del turco.
Lo más valioso de la labor de la autora es cómo es capaz, a partir de esos artículos puntuales que pueden leerse de manera suelta, de construir el retrato completo de la sociedad bizantina y su importancia histórica. En realidad, se trata de un procedimiento muy bizantino: es un mosaico en el que las teselas forman la imagen completa.
A cambio, hay ciertos problemas de reiteración, fruto de ese entramado. Y, como suele ser habitual en la historiografía bizantina, un pequeño exceso de entusiasmo: el hecho de que se trate de un estado de importancia capital para entender la construcción europea, y que sin embargo se le racanee ese protagonismo, suele conducir a ello.
El volumen tiene con todo un incuestionable valor introductorio, añade alguna historia poco conocida o fruto del trabajo de investigación más reciente, y está repleto de los valores que generalmente atraen a los bizantinófilos: numerosas dosis de grandeza, otras tantas de violencia sin sentido; fascinación por la continuidad del legado romano, y también por la conversión de las carreras del hipódromo o las estatuas de la virgen en cuestiones de estado. En suma, refleja unos de los periodos de la historia más bizarros y novelescos, pero también de los más influyentes, en un cúmulo de contradicciones que Herrin maneja con acierto.
Julián Díez
Resulta grato el periódico redescubrimiento de Bizancio por parte de nuestras editoriales, pero también un tanto frustrante. Mientras que de otros periodos históricos se publican monografías sobre temas concretos, la práctica totalidad de la bibliografía sobre Bizancio en castellano está compuesta por libros generalistas, que llegan puntualmente cada par de años de la mano de esta o aquella editorial, en cada caso con la sensación de que se pretende cubrir un hueco y descubrir un período histórico maravilloso, pero desconocido.
A diferencia de otros libros por el estilo, esta obra sí puede contribuir a que nuevos lectores curiosos se sumen al grupo de raritos a los que nos interesa singularmente la historia bizantina. Herrin opta por eludir el relato cronológico tradicional, para estructurar su obra en capítulos que tratan cada una de las singularidades o momentos cumbres del imperio: desde el fuego griego hasta la iconoclastia, pasando por figuras singulares como la emperatriz cortesana Teodora, la culta Ana Comnena o el belicoso Basilio II, o por momentos puntuales de interés como la construcción de Santa Sofía, la Cuarta Cruzada o la caída final de Constantinopla en poder del turco.
Lo más valioso de la labor de la autora es cómo es capaz, a partir de esos artículos puntuales que pueden leerse de manera suelta, de construir el retrato completo de la sociedad bizantina y su importancia histórica. En realidad, se trata de un procedimiento muy bizantino: es un mosaico en el que las teselas forman la imagen completa.
A cambio, hay ciertos problemas de reiteración, fruto de ese entramado. Y, como suele ser habitual en la historiografía bizantina, un pequeño exceso de entusiasmo: el hecho de que se trate de un estado de importancia capital para entender la construcción europea, y que sin embargo se le racanee ese protagonismo, suele conducir a ello.
El volumen tiene con todo un incuestionable valor introductorio, añade alguna historia poco conocida o fruto del trabajo de investigación más reciente, y está repleto de los valores que generalmente atraen a los bizantinófilos: numerosas dosis de grandeza, otras tantas de violencia sin sentido; fascinación por la continuidad del legado romano, y también por la conversión de las carreras del hipódromo o las estatuas de la virgen en cuestiones de estado. En suma, refleja unos de los periodos de la historia más bizarros y novelescos, pero también de los más influyentes, en un cúmulo de contradicciones que Herrin maneja con acierto.
1 comentario:
Siempre me ha interesado Bizancio y nunca he podido profundizar en su conocimiento a peasr de ser licenciada en Filología clásica y profesora de griego. En estas vacaciones de Semana Santa encontré el libro y me está fascinando.A estas alturas caigo en lo que ya intuía, la importancia de Bizancio para la cultura occidental. Nunca es tarde... pero cuantas cosas nos ha ocltado este nacional-catolicismo.
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