Trad. Laura Salas Rodríguez. Periférica, Cáceres, 2008. 160 pp. 15 €
Elvira Navarro
En las banlieue, como se llama a los suburbios de las capitales francesas, construidos en los años 60 para inmigrantes y nacionales que venían del campo, se respiran cuchillos. Lo digo porque viví en Mairie de Saint-Ouen (París) durante seis meses. Lionel Tran (1971), según reza la contracubierta de Sida mental, no sólo pasó allí una temporadita, sino que se crió en una de ellas. En concreto, en la de Vaulx-en-Velin, en Lyon. Su infancia y adolescencia no fue ningún camino de rosas, y Sida mental, libro autobiográfico, es el testimonio de un malestar muy cercano a la locura. Un testimonio con una (confesada por el autor) voluntad política de unir su historia personal con el contexto social.
Lo que aquí se denuncia no es sólo una realidad estática, que empieza y acaba en sí misma por falta tanto de proyectos como de medios para vehicularlos, sino el cascarón vacío que representan los ideales si no hay una coherencia con la que adquieran sentido y se ganen el respeto. El niño-adolescente-joven cuya voz escuchamos, voz que salta de un sitio a otro en capítulos titulados con fechas (aunque sin orden cronológico), está ahogado por una madre sesentayochista que acude a cuanta reunión, manifestación o protesta de comunistas y feministas haya. Sus “buenas ideas” no se traducen en casa en amor hacia el hijo, ni en intentar que éste aprenda, sino en una tiranía histérica que lo culpabiliza por ser hombre. «Mamá no es una madre. Es una mujer. (…) Ya no puedo llamarla mamá. (…) Un ‘niñohombrechico’ no debe pedir nada a una ‘mujerindividuocompleto’. (…) Un ‘niñohombrechico’ es considerado violento. En los juegos que acaban mal será considerado culpable desde el principio».
El protagonista no tiene referentes que le permitan vivir. Sus amigos están tan empantanados como él y, al igual que los escorpiones, que se clavan su propio aguijón ante el peligro, lo único que queda es destruirse. Por supuesto, no hay conciencia de esta destrucción. ¿Cómo la va a haber, si no existe nada donde el ‘niñohombrechico’ pueda mirarse y comparar? Cuando él sueña con matar a los otros, no se da cuenta de que es a sí mismo a quien aniquila. Porque proyecta lo que es, muerte, y en esa proyección se reafirma, y porque no sabe que las salidas, de haberlas, están fuera, en los demás.
Elvira Navarro
En las banlieue, como se llama a los suburbios de las capitales francesas, construidos en los años 60 para inmigrantes y nacionales que venían del campo, se respiran cuchillos. Lo digo porque viví en Mairie de Saint-Ouen (París) durante seis meses. Lionel Tran (1971), según reza la contracubierta de Sida mental, no sólo pasó allí una temporadita, sino que se crió en una de ellas. En concreto, en la de Vaulx-en-Velin, en Lyon. Su infancia y adolescencia no fue ningún camino de rosas, y Sida mental, libro autobiográfico, es el testimonio de un malestar muy cercano a la locura. Un testimonio con una (confesada por el autor) voluntad política de unir su historia personal con el contexto social.
Lo que aquí se denuncia no es sólo una realidad estática, que empieza y acaba en sí misma por falta tanto de proyectos como de medios para vehicularlos, sino el cascarón vacío que representan los ideales si no hay una coherencia con la que adquieran sentido y se ganen el respeto. El niño-adolescente-joven cuya voz escuchamos, voz que salta de un sitio a otro en capítulos titulados con fechas (aunque sin orden cronológico), está ahogado por una madre sesentayochista que acude a cuanta reunión, manifestación o protesta de comunistas y feministas haya. Sus “buenas ideas” no se traducen en casa en amor hacia el hijo, ni en intentar que éste aprenda, sino en una tiranía histérica que lo culpabiliza por ser hombre. «Mamá no es una madre. Es una mujer. (…) Ya no puedo llamarla mamá. (…) Un ‘niñohombrechico’ no debe pedir nada a una ‘mujerindividuocompleto’. (…) Un ‘niñohombrechico’ es considerado violento. En los juegos que acaban mal será considerado culpable desde el principio».
El protagonista no tiene referentes que le permitan vivir. Sus amigos están tan empantanados como él y, al igual que los escorpiones, que se clavan su propio aguijón ante el peligro, lo único que queda es destruirse. Por supuesto, no hay conciencia de esta destrucción. ¿Cómo la va a haber, si no existe nada donde el ‘niñohombrechico’ pueda mirarse y comparar? Cuando él sueña con matar a los otros, no se da cuenta de que es a sí mismo a quien aniquila. Porque proyecta lo que es, muerte, y en esa proyección se reafirma, y porque no sabe que las salidas, de haberlas, están fuera, en los demás.
2 comentarios:
Muy interesante tu reseña. Hace no mucho publiqué una del mismo libro en http://www.enstock.net/te-recomendamos/40-libros/72-sidamental
un saludo y gracias por recomendar tan buenos libros
Gracias, Carlos. Tu reseña es estupenda.
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