Candaya, Canet de Mar, 2009. 424 pp. 20 €
Ignacio Sanz
Algunas biografías noveladas son tan ricas sobre el papel que uno puede llegar a pensar que tuvieron sentido por la novela en la que se plasman. «Tal vez mi abuelo Baruj, con su exaltada imaginación, se dedicaba entonces a inventar mi vida como ahora yo me invento la suya.» (página 396). La vida de Baruj Kowenski, anarquista ucraniano nacido al final del siglo XIX en el seno de una familia judía, es el hilo conductor de esta novela. Pero tras la vida del abuelo, riquísima en aventuras y sobresaltos, asoma a raudales la vida agitada de unos pueblos, especialmente el pueblo ucraniano y el ruso, por un lado, y el argentino por otro, una Argentina titubeante. En la novela hay mucho trasiego de barcos y mucha agitación social y política, muchas traiciones, mucho personaje abyecto, mucha explotación sexual y, cómo no, cierta ternura melancólica cuando, ya al final del trayecto, el abuelo repasa su vida y sueña con la vida que le espera a ese nieto que acaba de nacer y cuya trayectoria vital sólo puede imaginar. Sin embargo, de cuando en cuando, la vida del nieto, es decir la del supuesto narrador de esta saga, se cuela también entre las páginas de esta novela impetuosa y así nos encontramos con un hermoso juego de espejos cervantinos.
Esta novela podría leerse también como un libro de historia. Muchos jóvenes no saben qué es un progrom, programas propiciados por los gobiernos para perseguir judíos. Y para eliminarlos. Y no hablamos de Alemania, sino de Rusia, Polonia o Ucrania. Esos progroms también tuvieron su réplica en la otra parte del charco, es decir, en Argentina. Creo que a muchos ciudadanos se nos ha ocultado esta parte de la historia. Lo que hace Lázaro Covadlo al retratar la vida de su abuelo es hurgar en esa herida que propició tanto trasiego desde Europa a América y luego, desde América hasta Rusia, para apoyar la Revolución de Octubre. En el caso del Baruj, el protagonista de esta historia, para apoyarla pese a su condición de anarquista, aunque está a punto de morir, precisamente a manos de los propios comunistas. La historia no es nueva, ya se sabe que los mayores enemigos del anarquismo, quienes les han perseguido con más saña, han sido los comunistas. En Rusia primero y en España después.
Cuando leemos una novela, los lectores no podemos preguntarnos cuanto hay de verdad en los que estamos leyendo. La novela es la verdad. Sin embargo en Las salvajes muchachas del partido, además de la historia que se cuenta, el lector está legitimado para pensar que, más allá de ciertas peripecias que le pueden haber cuadrado al narrador para adornar un capítulo, lo que nos está contando es, en esencia, una verdad histórica. Por eso no sorprende que, como colofón, haya un capítulo de agradecimientos a personajes que fueron testigos de los hechos que se narran y una amplia bibliografía en la que el autor ha bebido para sostener esta larga historia que transcurre a lo largo de un siglo.
Sin embargo, Covadlo no hace proselitismo ni maquilla el retrato de su abuelo que a veces se comporta con una inmadurez propia de un adolescente, ajeno al estado de necesidad en el que deja a su mujer por ese afán loco de hacer la revolución a toda costa. Instalado en Argentina, se ve obligado a colaborar con proxenetas o rufianes judíos de la peor calaña con tal de salvar el pellejo. Lo que sorprende es el pulso, el buen temple con el que está contada esta novela-río en la que abundan las complicidades hacia el lector de nuestros días a través de la voz del propio narrador que nos habla a ráfagas desde un presente lleno de referencias compartidas.
Ignacio Sanz
Algunas biografías noveladas son tan ricas sobre el papel que uno puede llegar a pensar que tuvieron sentido por la novela en la que se plasman. «Tal vez mi abuelo Baruj, con su exaltada imaginación, se dedicaba entonces a inventar mi vida como ahora yo me invento la suya.» (página 396). La vida de Baruj Kowenski, anarquista ucraniano nacido al final del siglo XIX en el seno de una familia judía, es el hilo conductor de esta novela. Pero tras la vida del abuelo, riquísima en aventuras y sobresaltos, asoma a raudales la vida agitada de unos pueblos, especialmente el pueblo ucraniano y el ruso, por un lado, y el argentino por otro, una Argentina titubeante. En la novela hay mucho trasiego de barcos y mucha agitación social y política, muchas traiciones, mucho personaje abyecto, mucha explotación sexual y, cómo no, cierta ternura melancólica cuando, ya al final del trayecto, el abuelo repasa su vida y sueña con la vida que le espera a ese nieto que acaba de nacer y cuya trayectoria vital sólo puede imaginar. Sin embargo, de cuando en cuando, la vida del nieto, es decir la del supuesto narrador de esta saga, se cuela también entre las páginas de esta novela impetuosa y así nos encontramos con un hermoso juego de espejos cervantinos.
Esta novela podría leerse también como un libro de historia. Muchos jóvenes no saben qué es un progrom, programas propiciados por los gobiernos para perseguir judíos. Y para eliminarlos. Y no hablamos de Alemania, sino de Rusia, Polonia o Ucrania. Esos progroms también tuvieron su réplica en la otra parte del charco, es decir, en Argentina. Creo que a muchos ciudadanos se nos ha ocultado esta parte de la historia. Lo que hace Lázaro Covadlo al retratar la vida de su abuelo es hurgar en esa herida que propició tanto trasiego desde Europa a América y luego, desde América hasta Rusia, para apoyar la Revolución de Octubre. En el caso del Baruj, el protagonista de esta historia, para apoyarla pese a su condición de anarquista, aunque está a punto de morir, precisamente a manos de los propios comunistas. La historia no es nueva, ya se sabe que los mayores enemigos del anarquismo, quienes les han perseguido con más saña, han sido los comunistas. En Rusia primero y en España después.
Cuando leemos una novela, los lectores no podemos preguntarnos cuanto hay de verdad en los que estamos leyendo. La novela es la verdad. Sin embargo en Las salvajes muchachas del partido, además de la historia que se cuenta, el lector está legitimado para pensar que, más allá de ciertas peripecias que le pueden haber cuadrado al narrador para adornar un capítulo, lo que nos está contando es, en esencia, una verdad histórica. Por eso no sorprende que, como colofón, haya un capítulo de agradecimientos a personajes que fueron testigos de los hechos que se narran y una amplia bibliografía en la que el autor ha bebido para sostener esta larga historia que transcurre a lo largo de un siglo.
Sin embargo, Covadlo no hace proselitismo ni maquilla el retrato de su abuelo que a veces se comporta con una inmadurez propia de un adolescente, ajeno al estado de necesidad en el que deja a su mujer por ese afán loco de hacer la revolución a toda costa. Instalado en Argentina, se ve obligado a colaborar con proxenetas o rufianes judíos de la peor calaña con tal de salvar el pellejo. Lo que sorprende es el pulso, el buen temple con el que está contada esta novela-río en la que abundan las complicidades hacia el lector de nuestros días a través de la voz del propio narrador que nos habla a ráfagas desde un presente lleno de referencias compartidas.
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