Trad. Goedele De Sterck. Siruela, Madrid, 2008. 296 pp. 25 €
César Mallorquí
La mayor parte de quienes, siendo adultos, hemos dejado de creer en dios, fuimos educados de niños en un contexto religioso y recibimos una instrucción doctrinal. No es raro, por tanto, que un ateo o agnóstico conozca a la perfección la historia de José y sus hermanos, las peripecias de Moisés o el frustrado sacrificio de Isaac a manos de Abraham; todos esos relatos habrán sido re-etiquetados como “mitos”, pero pertenecen a una mitología que nos fue inoculada desde muy temprana edad y que durante un tiempo aceptamos como cierta. Así pues, aunque la razón refute la fe, ¿cuánto queda del mito en nuestro interior? Y, sobre todo, ¿hasta qué punto han influido (e influyen) esas creencias perdidas en lo que somos?
A estas preguntas se propuso dar respuesta el escritor y periodista holandés Frank Westerman cuando decidió escalar el Ararat, la montaña situada en Turquía, entre Irán y Armenia, donde, según la tradición encalló el arca de Noé cuando bajaron las aguas del diluvio. Westerman nació en el seno de una familia adventista donde las leyendas bíblicas eran interpretadas como verdades al pie de la letra; si la Biblia afirmaba que Noé se salvó del diluvio en un arca que transportaba una pareja de cada especie, eso fue lo que realmente ocurrió. Cuando Westerman contaba unos veinte años, descubrió el Poema de Gilgamesh, más de mil años anterior a la Biblia, donde se habla de Ziusudra, un personaje cuya historia es idéntica punto por punto a la de Noé. Posteriormente, averiguó que esos no eran los únicos Noés, sino que había decenas repartidos entre múltiples mitologías: Nüh, Atrahasis, Xisutros, Utnapishtim, Prometeo, Manu, Tumbainot... Es decir, la Biblia, la supuesta palabra de dios, contenía partes que no eran más que copias de leyendas paganas, y nadie se lo había dicho.
Aquella revelación, el hecho de que su iglesia le hubiese ocultado información sustancial, quebró la fe de Westerman y acabó conduciéndole al agnosticismo. Mucho después, en 1999, el autor, por aquel entonces corresponsal de prensa en la Europa del este, viajó a Ereván, la capital de Armenia, una ciudad presidida por la distante mole del Ararat. Aquello supuso para Westerman un reencuentro con los mitos de la infancia; además, descubrió que aquella montaña le causaba una extraña sensación de “seguridad y salvación”, la misma que sentía de niño cuando leía las historias del Viejo Testamento. Era como si, al comprobar con sus propios ojos la existencia del Ararat, de algún modo su inconsciente corroborara la realidad del mito de Noé. Desde ese momento, si bien paulatinamente, Westerman, comenzó a obsesionarse con aquella montaña, hasta que, tres años más tarde, decidió escalarla.
Pero previamente, mientras aguardaba los permisos necesarios por parte de las autoridades turcas, Westerman inició un proceso de investigación acerca del Ararat, tanto desde el punto de vista mítico como desde las perspectivas geológica, histórica, religiosa y política. Ararat, el libro, es un resumen de esa indagación, y también un libro de viajes, y un diario personal del autor, donde describe todo el proceso de lo que habría que ser su viaje iniciático –en cierto modo, un regreso a la infancia-. Pero, sobre todo, Ararat es una apasionante incursión en las raíces del mito.
César Mallorquí
La mayor parte de quienes, siendo adultos, hemos dejado de creer en dios, fuimos educados de niños en un contexto religioso y recibimos una instrucción doctrinal. No es raro, por tanto, que un ateo o agnóstico conozca a la perfección la historia de José y sus hermanos, las peripecias de Moisés o el frustrado sacrificio de Isaac a manos de Abraham; todos esos relatos habrán sido re-etiquetados como “mitos”, pero pertenecen a una mitología que nos fue inoculada desde muy temprana edad y que durante un tiempo aceptamos como cierta. Así pues, aunque la razón refute la fe, ¿cuánto queda del mito en nuestro interior? Y, sobre todo, ¿hasta qué punto han influido (e influyen) esas creencias perdidas en lo que somos?
A estas preguntas se propuso dar respuesta el escritor y periodista holandés Frank Westerman cuando decidió escalar el Ararat, la montaña situada en Turquía, entre Irán y Armenia, donde, según la tradición encalló el arca de Noé cuando bajaron las aguas del diluvio. Westerman nació en el seno de una familia adventista donde las leyendas bíblicas eran interpretadas como verdades al pie de la letra; si la Biblia afirmaba que Noé se salvó del diluvio en un arca que transportaba una pareja de cada especie, eso fue lo que realmente ocurrió. Cuando Westerman contaba unos veinte años, descubrió el Poema de Gilgamesh, más de mil años anterior a la Biblia, donde se habla de Ziusudra, un personaje cuya historia es idéntica punto por punto a la de Noé. Posteriormente, averiguó que esos no eran los únicos Noés, sino que había decenas repartidos entre múltiples mitologías: Nüh, Atrahasis, Xisutros, Utnapishtim, Prometeo, Manu, Tumbainot... Es decir, la Biblia, la supuesta palabra de dios, contenía partes que no eran más que copias de leyendas paganas, y nadie se lo había dicho.
Aquella revelación, el hecho de que su iglesia le hubiese ocultado información sustancial, quebró la fe de Westerman y acabó conduciéndole al agnosticismo. Mucho después, en 1999, el autor, por aquel entonces corresponsal de prensa en la Europa del este, viajó a Ereván, la capital de Armenia, una ciudad presidida por la distante mole del Ararat. Aquello supuso para Westerman un reencuentro con los mitos de la infancia; además, descubrió que aquella montaña le causaba una extraña sensación de “seguridad y salvación”, la misma que sentía de niño cuando leía las historias del Viejo Testamento. Era como si, al comprobar con sus propios ojos la existencia del Ararat, de algún modo su inconsciente corroborara la realidad del mito de Noé. Desde ese momento, si bien paulatinamente, Westerman, comenzó a obsesionarse con aquella montaña, hasta que, tres años más tarde, decidió escalarla.
Pero previamente, mientras aguardaba los permisos necesarios por parte de las autoridades turcas, Westerman inició un proceso de investigación acerca del Ararat, tanto desde el punto de vista mítico como desde las perspectivas geológica, histórica, religiosa y política. Ararat, el libro, es un resumen de esa indagación, y también un libro de viajes, y un diario personal del autor, donde describe todo el proceso de lo que habría que ser su viaje iniciático –en cierto modo, un regreso a la infancia-. Pero, sobre todo, Ararat es una apasionante incursión en las raíces del mito.
1 comentario:
Escueta, precisa, didáctica y sugeridora reseña. ¡Enhorabuena!
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