Planeta, Barcelona, 2009. 464 pp. 19.89 €
Gregorio León
Generalmente, en las novelas negras clásicas, aquellas que se atienen a los clichés aceptados o más bien exigidos por los lectores, encontramos tipos duros, malhechores, chicas que siempre traen desgracias irreparables y algún detective en el que podemos hallar el único rasgo de integridad . Así se concibió la mejor novela negra, la que parieron Hammett y Chandler, y así se sigue escribiendo. ¿No se han dado cuenta del descaro con el que Philip Kerr imita a Chandler? Una bendita imitación que agradecemos todos lo que estamos interesados en el III Reich y en sus escondidos secretos. Pero en la última aventura del inspector Méndez que nos ha regalado Francisco González Ledesma, encontramos un personaje que desborda bondad, entre otras cosas porque no ha conocido ni conocerá el mal. Una niña con síndrome de Down que lo da todo a cambio de una sonrisa, que sólo será capaz de ofrecerle una mujer atormentada que se llama Sandra, y que está deseando morir. Las mujeres, las mujeres. Siempre las mujeres. Como ocurre en casi todas las novelas de Francisco González Ledesma, son ellas los personajes más potentes, las que encienden la mecha de la trama.
Con el talento que sólo tienen las grandes maestros, González Ledesma nos va envolviendo, engañando, que a fin de cuentas de eso se trata cuando hablamos de ficción. Lo que parece la preparación de un asesinato realizado por encargo, lo que intuimos como un asunto de prostitución, la más sórdida, la que tiene como víctimas a los menores, se va ramificando hasta encontrarnos con un caso de terrorismo internacional.
Y otra vez Méndez, el de los procedimientos poco ortodoxos, el que elige los peores menús, pero poseedor de una lucidez que está más allá de los métodos, de un corazón que no suele entrar en el pecho de los detectives que se nos aparecen en el camino de tantas lecturas. Es él el único que puede impedir la muerte de centenares de personas que disfrutan insensatamente los acordes de un vals ajenos a la tragedia que está a punto de producirse sobre la cubierta de un yate de recreo.
He leído, siempre con placer, otras novelas de González Ledesma. Aquí reseñé su exitosa Una novela de barrio, premio RBA. Pero me atrevo a decir que esta es incluso mejor, la más redonda, la que presenta más matices. Estoy con Lorenzo Silva. Dice en la faja que acompaña No hay que morir dos veces que esta novela es tierna en su ironía. Y esa es la palabra: ternura. Esa es la gran protagonista de esta novela.
Obviamente, de género femenino.
Gregorio León
Generalmente, en las novelas negras clásicas, aquellas que se atienen a los clichés aceptados o más bien exigidos por los lectores, encontramos tipos duros, malhechores, chicas que siempre traen desgracias irreparables y algún detective en el que podemos hallar el único rasgo de integridad . Así se concibió la mejor novela negra, la que parieron Hammett y Chandler, y así se sigue escribiendo. ¿No se han dado cuenta del descaro con el que Philip Kerr imita a Chandler? Una bendita imitación que agradecemos todos lo que estamos interesados en el III Reich y en sus escondidos secretos. Pero en la última aventura del inspector Méndez que nos ha regalado Francisco González Ledesma, encontramos un personaje que desborda bondad, entre otras cosas porque no ha conocido ni conocerá el mal. Una niña con síndrome de Down que lo da todo a cambio de una sonrisa, que sólo será capaz de ofrecerle una mujer atormentada que se llama Sandra, y que está deseando morir. Las mujeres, las mujeres. Siempre las mujeres. Como ocurre en casi todas las novelas de Francisco González Ledesma, son ellas los personajes más potentes, las que encienden la mecha de la trama.
Con el talento que sólo tienen las grandes maestros, González Ledesma nos va envolviendo, engañando, que a fin de cuentas de eso se trata cuando hablamos de ficción. Lo que parece la preparación de un asesinato realizado por encargo, lo que intuimos como un asunto de prostitución, la más sórdida, la que tiene como víctimas a los menores, se va ramificando hasta encontrarnos con un caso de terrorismo internacional.
Y otra vez Méndez, el de los procedimientos poco ortodoxos, el que elige los peores menús, pero poseedor de una lucidez que está más allá de los métodos, de un corazón que no suele entrar en el pecho de los detectives que se nos aparecen en el camino de tantas lecturas. Es él el único que puede impedir la muerte de centenares de personas que disfrutan insensatamente los acordes de un vals ajenos a la tragedia que está a punto de producirse sobre la cubierta de un yate de recreo.
He leído, siempre con placer, otras novelas de González Ledesma. Aquí reseñé su exitosa Una novela de barrio, premio RBA. Pero me atrevo a decir que esta es incluso mejor, la más redonda, la que presenta más matices. Estoy con Lorenzo Silva. Dice en la faja que acompaña No hay que morir dos veces que esta novela es tierna en su ironía. Y esa es la palabra: ternura. Esa es la gran protagonista de esta novela.
Obviamente, de género femenino.
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