Trad. Pilar Vázquez. Alfaguara, Madrid, 2009. 198 pp. 16,50 €.
Alba González Sanz
El curso pasado durante una conferencia en la Universidad Complutense, Belén Gopegui orquestó una serie de reflexiones en torno a la inclusión de la política como tema en la novela que llevaba por título la célebre frase de Stendhal comparando tal opción con “un pistoletazo en medio de un concierto”. Invitaba la escritora a considerar quién empuñaba la pistola, de quién era la sala, qué se estaba tocando y por qué. El texto, que se puede conseguir en la librería de la universidad, es un repaso brillantísimo a este tema que se fija específicamente en escritores de nuestra contemporaneidad.
La introducción es larga pero para hablar sobre De A para X. Una historia en cartas se hace precisa. Lo que John Berger (Londres, 1926) ofrece en esta nueva novela puede conectarse con las palabras de Gopegui: en esta historia de amor la política es central aunque se nos dé a través de la vida de sus dos protagonistas (vida que es consecuencia directa de un pensamiento y de una acción políticas propias y ajenas), la experiencia estética no se ve por ello resentida, no suena mal el disparo en el concierto total de esta última propuesta del autor inglés.
Berger inicia su último libro advirtiéndonos de que lo que vamos a leer es un conjunto de cartas que él ha recuperado, describiendo las particularidades de su disposición, tipografía o material. La mayor parte de las cartas son de A’ida para Xavier; él aprovecha el papel para anotar en la parte posterior reflexiones en apariencia no conectadas con ella. Xavier está condenado a varias cadenas perpetuas, A’ida trabaja en una farmacia y ve pasar los inviernos en un mundo de fronteras no precisas pero de claves reconocibles: hay un Ellos difuminado en el relato pero eficaz en su opresión, y un Nosotros del que forman parte los nombres que A’ida hace desfilar en sus cartas: compañeros de lucha, vecinos, desconocidos…
Las anotaciones de Xavier son prosaicas: millones de persona sin acceso al agua potable, bolivianos que acceden a miles de hectáreas de tierra apta para el cultivo, volumen de tráfico de armas entre países. Podría pensarse que nada tienen que ver con las rutinas cotidianas que le cuenta A’ida, pero sí con esas cartas que no envía y se incorporan: las de la desesperanza, las de la rabia. Por ella conocemos lo humano y la solidaridad; por él, la privación forzosa de ambos conceptos y la obligación de construirlos de nuevo en la cárcel, para sobrevivir.
Declaraciones de Hugo Chávez, una cita de Eduardo Galeano (una de cuyas historias ha servido presumiblemente como idea germinal de esta novela); la fortaleza de Xavier lejos de su A’ida sólo se quiebra a través de la música. Algunas canciones traen de golpe la medida exacta de los pocos metros de su celda, de la ausencia de ella. Pero no va a cundir la desesperanza en su historia, la indignación y la necesidad de esa lucha no lo permiten.
A’ida adopta una costumbre en sus cartas: dibuja su mano y se la envía, en distintas acciones, a Xavier. Una mano extendida, una mano estrechándose con otra, una mano sujetando una linterna, una mano escribiendo… Lo visual, entre dos personas que no pueden verse, se convierte en clave comunicativa: lo evocan esas manos, los detalles de una casa, de una calle, de un sentimiento. También será una clave en el final, narrado con inmejorable lenguaje. Al lector se le da una pista para poner rostro a estos dos luchadores: las dos primeras hojas del libro llevan impresos en color dos retratos, un hombre y una mujer de miradas firmes, de rasgos bellos en su seguridad. ¿La peculiaridad? Se trata de la reproducción de dos frescos romanos.
Es ésta una novela (y la palabra se queda corta para definir lo que hay en este libro) de las que invitan al subrayado constante por diversos motivos. Puede que haya ideas que nos sean gratas, otras que nos sorprendan por la fuerza de la metáfora en la que se asientan. Otras veces, el uso magistral de la yuxtaposición y la elipsis crea sentidos nuevos, luminosos en el texto. Lo cotidiano y lo comunitario se combinan en párrafos que pasan de una lucha a una parte concreta del cuerpo. Dice A’ida: «Lo efímero no es lo opuesto a lo eterno. Lo opuesto a lo eterno es lo olvidado. Hay quienes viven pensando que lo olvidado y lo eterno son la misma cosa. Se equivocan. Otros dicen que lo eterno nos necesita: y ésos están en lo cierto. Lo eterno te necesita a ti, en tu celda, y a mí aquí, escribiéndote y enviándote pistachos y chocolate».
Lo eterno nos necesita. Y puede que como lectores necesitemos adentrarnos en esta historia en cartas. Se trata de fabular sobre lo real, de analizar la pistola que tanto parecía enojar a Stendhal. En el primer paquete de cartas, sobre la tira de tela que las sujeta, se pueden leer unas pocas frases escritas por Xavier: «El universo no se parece a una máquina, sino a un cerebro humano. La vida es un relato contado en este instante. La realidad primera es un relato. Lo sé porque soy mecánico».
Alba González Sanz
El curso pasado durante una conferencia en la Universidad Complutense, Belén Gopegui orquestó una serie de reflexiones en torno a la inclusión de la política como tema en la novela que llevaba por título la célebre frase de Stendhal comparando tal opción con “un pistoletazo en medio de un concierto”. Invitaba la escritora a considerar quién empuñaba la pistola, de quién era la sala, qué se estaba tocando y por qué. El texto, que se puede conseguir en la librería de la universidad, es un repaso brillantísimo a este tema que se fija específicamente en escritores de nuestra contemporaneidad.
La introducción es larga pero para hablar sobre De A para X. Una historia en cartas se hace precisa. Lo que John Berger (Londres, 1926) ofrece en esta nueva novela puede conectarse con las palabras de Gopegui: en esta historia de amor la política es central aunque se nos dé a través de la vida de sus dos protagonistas (vida que es consecuencia directa de un pensamiento y de una acción políticas propias y ajenas), la experiencia estética no se ve por ello resentida, no suena mal el disparo en el concierto total de esta última propuesta del autor inglés.
Berger inicia su último libro advirtiéndonos de que lo que vamos a leer es un conjunto de cartas que él ha recuperado, describiendo las particularidades de su disposición, tipografía o material. La mayor parte de las cartas son de A’ida para Xavier; él aprovecha el papel para anotar en la parte posterior reflexiones en apariencia no conectadas con ella. Xavier está condenado a varias cadenas perpetuas, A’ida trabaja en una farmacia y ve pasar los inviernos en un mundo de fronteras no precisas pero de claves reconocibles: hay un Ellos difuminado en el relato pero eficaz en su opresión, y un Nosotros del que forman parte los nombres que A’ida hace desfilar en sus cartas: compañeros de lucha, vecinos, desconocidos…
Las anotaciones de Xavier son prosaicas: millones de persona sin acceso al agua potable, bolivianos que acceden a miles de hectáreas de tierra apta para el cultivo, volumen de tráfico de armas entre países. Podría pensarse que nada tienen que ver con las rutinas cotidianas que le cuenta A’ida, pero sí con esas cartas que no envía y se incorporan: las de la desesperanza, las de la rabia. Por ella conocemos lo humano y la solidaridad; por él, la privación forzosa de ambos conceptos y la obligación de construirlos de nuevo en la cárcel, para sobrevivir.
Declaraciones de Hugo Chávez, una cita de Eduardo Galeano (una de cuyas historias ha servido presumiblemente como idea germinal de esta novela); la fortaleza de Xavier lejos de su A’ida sólo se quiebra a través de la música. Algunas canciones traen de golpe la medida exacta de los pocos metros de su celda, de la ausencia de ella. Pero no va a cundir la desesperanza en su historia, la indignación y la necesidad de esa lucha no lo permiten.
A’ida adopta una costumbre en sus cartas: dibuja su mano y se la envía, en distintas acciones, a Xavier. Una mano extendida, una mano estrechándose con otra, una mano sujetando una linterna, una mano escribiendo… Lo visual, entre dos personas que no pueden verse, se convierte en clave comunicativa: lo evocan esas manos, los detalles de una casa, de una calle, de un sentimiento. También será una clave en el final, narrado con inmejorable lenguaje. Al lector se le da una pista para poner rostro a estos dos luchadores: las dos primeras hojas del libro llevan impresos en color dos retratos, un hombre y una mujer de miradas firmes, de rasgos bellos en su seguridad. ¿La peculiaridad? Se trata de la reproducción de dos frescos romanos.
Es ésta una novela (y la palabra se queda corta para definir lo que hay en este libro) de las que invitan al subrayado constante por diversos motivos. Puede que haya ideas que nos sean gratas, otras que nos sorprendan por la fuerza de la metáfora en la que se asientan. Otras veces, el uso magistral de la yuxtaposición y la elipsis crea sentidos nuevos, luminosos en el texto. Lo cotidiano y lo comunitario se combinan en párrafos que pasan de una lucha a una parte concreta del cuerpo. Dice A’ida: «Lo efímero no es lo opuesto a lo eterno. Lo opuesto a lo eterno es lo olvidado. Hay quienes viven pensando que lo olvidado y lo eterno son la misma cosa. Se equivocan. Otros dicen que lo eterno nos necesita: y ésos están en lo cierto. Lo eterno te necesita a ti, en tu celda, y a mí aquí, escribiéndote y enviándote pistachos y chocolate».
Lo eterno nos necesita. Y puede que como lectores necesitemos adentrarnos en esta historia en cartas. Se trata de fabular sobre lo real, de analizar la pistola que tanto parecía enojar a Stendhal. En el primer paquete de cartas, sobre la tira de tela que las sujeta, se pueden leer unas pocas frases escritas por Xavier: «El universo no se parece a una máquina, sino a un cerebro humano. La vida es un relato contado en este instante. La realidad primera es un relato. Lo sé porque soy mecánico».
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